En 1819 Benjamin Constan nos dejó claro el sentido que la libertad tomó a partir del nacimiento de la persona como sujeto autónomo y constructor de su propia causalidad, la libertad que trasciende de la dignidad a responsabilidad. Pero el siglo XXI nos abre nuevas disyuntivas sobre la libertad en su ejercicio y en su comprensión a partir de su uso indiscriminado y fatal en la política y la economía. Es tiempo desde una nueva ética observemos como es que es la libertad para los actuales, para nosotros que no somos antiguos pero que hemos abandonado la modernidad. 

La democracia no es la dictadura de las mayorías, por lo tanto la mayoría no manda aunque imagine que manda. Uno de los rasgos más perversos de la demagogia (democracia impura como decía Aristóteles) es la falacia de que las mayorías mandan, que son buenas per sé y que por ello todo deba someterse al voto de la polis. Por tanto, las minorías han de vivir dominadas por la fuerza justiciera de la mayoría.

¿Cuál es el valor que la razón y la experiencia tienen sobre la toma de decisiones políticas? ¿Qué sentido debe tener la política para comunidad civil? ¿Qué significa gobernar desde el reconocimiento del individuo? ¿De dónde proviene la legitimidad de las mayorías? ¿Cuál es la importancia de libertad para la toma de decisiones de la mayoría?

Experiencia y razón (la inteligencia como conjunto universal) son los factores esenciales y fundamentales de la vida humana, sin ellas solo somos sentidos, si sólo somos sentidos somos barbarie. La relación dialéctica en la que la experiencia se vive desde la razón y la razón se alimenta de la experiencia, combustible y motor, es el instrumento vital que hace posible la existencia de todo animal en mayor o menor sentido; todos somos inteligentes pero no en el mismo grado.

Por eso, la experiencia nos ha enseñado que la democracia es el más racional de los sistemas políticos conocidos hasta ahora, porque parte de la limitación al ejercicio del poder antes que del ejercicio mismo. La regla hipotética de la democracia, la voluntad colectiva como voluntad superior, está limitada frente a la dignidad del individuo. O democracia es liberal, o no es democracia.

Las masas no piensan. Eso que algunos utopistas llaman pensamiento colectivo no es más que la inducción de la conciencia individual a las determinaciones del poder y de quien lo ejerce. Ejemplo histórico de ello son las religiones, ellas sustentan su corpus existencial en la fe y la obediencia, en la entrega de la individualidad consciente e inteligente a un ser ficticio (al amigo imaginario) o a un mandato superior que no se cuestiona, se acepta y ya, se tiene fe. La razón y la experiencia no encuentran mejor espacio de anulación que la fe, la fe mata a la inteligencia.

La democracia impone reglas, sin ellas la democracia es demagogia autoritaria. Regla primigenia de la democracia es el reconocimiento del individuo y la libertad, sin ello no hay democracia. Por eso, la masa burda debe transformarse de catarsis justiciera a comunidad civil de personas pensantes e inteligentes. Un conjunto de individuos que asumen el compromiso de imponerle controles tanto al poder político como sí mismos.

La política en la modernidad (a partir del siglo XVI) ha sido el espacio donde la razón y la experiencia imponen límites al poder social desde poder social que respeta al individuo. Las relaciones de poder no anulan las diferencias, sólo las conducen a partir de la correlación derecho subjetivo-deber jurídico. La ética de la comunidad política es el derecho, así la masa es ahora sociedad civil, ciudadanos individualizados.

Gobernar en democracia significa gobernar desde el individuo y para el individuo y por el individuo. El poder asume que el ser individual vale, porque es el individuo el que construye al poder colectivo. Así nacen los derechos del individuo, eso que tan pomposa y humanísticamente hoy llamamos derechos humanos.

La libertad es el derecho madre, la piedra angular del edificio democrático. Libertad de tránsito, libertad de expresión, libertad de reunión, libertad corporal: autodeterminación y autocausalidad.

Frente a la libertad está la igualdad. En la igualdad el individuo se reconoce no sólo como entidad con voluntad autónoma, sino como parte de una colectividad con sentido de cooperación (fraternidad). Sin cooperación no hay posibilidad social alguna. La economía es cooperación, la cultura es cooperación, la política es cooperación. La vida de la polis es cooperación en la contradicción y por tanto desigualdad natural. La democracia es un acto cultural por el que se construyen espacios de igualdad para frenar los excesos de la libertad, pero en donde la libertad frena los excesos de la igualdad. Derechos individuales vs derechos sociales.

Las mayorías legitiman al poder democrático cuando reconocen el sentido de la libertad y el de la igualdad en razón de la subsistencia del individuo. Así los derechos y las reglas constitutivas de la democracia, están por encima de la voluntad colectiva porque así lo decidió esa voluntad desde cada una de las voluntades autónomas y autogestionarias. El voto no manda, es sólo el instrumento que hace posible la trasmisión del gobierno y el poder. Jamás un poder ilimitado con facultades de anulación del individuo y de las reglas democráticas.

El Siglo XX nos dejó la experiencia de la demagogia autoritaria, la de los dictadores legitimados en la voluntad popular y en el sueño de las dictaduras populares (la dictadura del proletariado y la raza superior). El Siglo XXI trata, aún en vano, de ser el tiempo del reconocimiento del otro, del diferente, del distinto, de aquel que en la libertad y en la igualdad elogia su diferencia como virtud. Su dilema está en no saber aún: ¿qué diablos es la libertad para los actuales?