Había una vez una Ranita muy mona que, sentada a la orilla del río, miraba lo bonito que se veía su verde reflejo.

Eso hacía cuando se le acercó un Escorpión, famoso en el reino animal por usar cremas rejuvenecedoras y pomadas para quemar grasa para estar siempre muy guapo. La Ranita sintió un sobresalto al reparar en la presencia del Escorpión, un poco por el miedo de ver que se le acercaba aquel arácnido venenoso del cual se contaba gran cantidad de historias feas, y otro tanto porque el Escorpión metrosexual era tan guapo que hizo que su corazón de rana latiera fuertísimo contra su pecho.

-Hola niña –dijo el Escorpión con una pícara sonrisa que mostraba el excelente trabajo que realizó con su dentadura el dentista.

-Hola –respondió tímida la Ranita, intentando no derretirse. Definitivamente sus amigas ranas tenían que ser unas envidiosas.

Imposible que un sujeto con dientes tan blancos pudiera ser malo, así que la Ranita echó un último vistazo a su reflejo en el río para comprobar que estaba presentable y se puso a platicar con el Escorpión. Charlaron unos minutos que a la Ranita se le pasaron como agua, pues el Escorpión había resultado ser un tipo de lo más culto.

Hablaron de los nobles sentimientos que tiene Rihanna por perdonar a su ex novio Chris Brown que casi la mata a golpes, de las fotos del Playboy de Lindsay Lohan, del efímero matrimonio de Kim Kardashian, del Spring break en Playa, etcétera. Gran tipo el Escorpión, sin duda.

Cuando la tarde empezaba a caer, el Escorpión miró su Rolex y con un gesto de desgano le dijo a la Ranita: -Niña, me encantaría quedarme un ratito más pero mi BMW está en el taller y si no me apuro van a cerrar. -Uy, que mal, no me digas –dijo la Ranita. -Sí, o sea, lástima que el taller esté del otro lado del río –dijo el Escorpión meditabundo-. ¡Tengo una idea! ¿Por qué no me das un aventón en tu espalda y así podemos seguir platicando?

La Ranita, una chica tan buena como su memoria, enseguida recordó que sus mejores amigas ranas le habían dicho que el Escorpión se dedicaba a engañar a todas las ranas pidiéndoles aventones al otro lado del río, para luego, al final del trayecto, clavarles su letal aguijón en las nalgas.

-¿Qué dices, niña? –preguntó el Escorpión-. ¿Me das un aventón? Naturalmente, tenían que ser chismes lo que sus amigas ranas decían, sólo una imbécil podía creer que un Escorpión con tan buenas maneras hiciese algo tan terrible. Además, esas historias tan feas no tenían lógica, ya que si el Escorpión llegaba a clavarle el aguijón, él sería el primero en morir ahogado, pues así como era bien sabido que los escorpiones eran dueños de un poderoso aguijón también era del dominio público que no sabían nadar.

“Vaya mala prensa que se le llega a hacer a los buenos tipos”, pensó la Ranita. Durante el trayecto por las aguas del río, la Ranita sintió estar como en un cuento de hadas: el Escorpión le acariciaba con sus delicadas tenazas la espalda de tal forma que le hicieron sentir el batracio más feliz de todo el río. La Ranita fue tan pero tan feliz que de un momento a otro creyó que explotaría de placer.

Sin embargo, lejos de explotar de placer, lo único que explotó fueron sus nalgas. -O sea, wey, no manches… ¿Por qué has hecho eso? –preguntó la Ranita mientras el mortal veneno se extendía por todo su flacucho cuerpecito. -Sorry niña, no he podido evitarlo –dijo el Escorpión-. No puedo dejar de ser quien soy, ni actuar en contra de mi naturaleza, de mi costumbre y de otra forma distinta a como he aprendido a comportarme gracias a MTV, VH1, E! y Fashion Tv. Pero no te preocupes, que aquí la única que se ahoga eres tú. Al escuchar esto, la Ranita con su último aliento de vida dijo: -¡O sea, hellooooo! Los Escorpiones no saben nadar. Del otro lado de la orilla del río, una Ranita bien mona que observaba su verde reflejo, al ver a lo lejos como se ahogaba un Escorpión vestido con finas ropas de diseñador europeo, no pudo más que ir a su rescate.

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