El martes 10 de diciembre del año en curso, organizaciones campesinas irrumpieron al interior del Palacio de Bellas Artes para protestar en contra de una exhibición alusiva al general Emiliano Zapata, la cual muestra distintos cuadros pintados al óleo hechos por el pintor Fabián Chairez. Pero no estamos hablando de una exposición cualquiera, ya que en esta el Caudillo del Sur aparece desnudo, montado sobre un caballo, con sombrero rosa y zapatillas, en una posición que sugiere feminidad .

Dicha exposición, como lo mencioné anteriormente, encendió los ánimos de dos organizaciones campesinas que rechazaron rotundamente la expresión artística exhibida en el inmueble. Ante esto, la intolerancia no tardó en relucir por parte del colectivo, pues resulta que alrededor de ese medio día, integrantes de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC) y de la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA), protagonizaron actos de violencia a las afueras del Palacio de Bellas Artes, dejando muy en claro que no solicitaban, sino exigían que fuera retirada la pintura “La Revolución”, ya que, según ellos, no representa la memoria de la hazaña que el caudillo llevó a cabo en vida.

Álvaro López Ríos, quien funge como representante de una de las organizaciones presentes, comentó al respecto lo siguiente: “Aunque el artista merece respeto, me parece denigrante que haya usado la figura de un líder como Emiliano Zapata; la petición es que retiren ese cuadro de la exposición, sería mucho mejor quemarlo […] Hemos expresado a las autoridades y a los mexicanos nuestro rechazo a esa pintura; sin embargo, éstas simplemente nos dijeron que no van a retirar nada, por lo que también exigimos una disculpa pública del creador chiapaneco” (LaJornada, 11/XII/19).

Siempre lo he dicho y lo seguiré sosteniendo: CUALQUIER FORMA DE VIOLENCIA ES INJUSTIFICABLE Y CONDENABLE, y en este caso, no hay justificación alguna que legitime tales actos de repudio por parte de la UNTA y de la CIOAC hacia la obra del pintor, no defenderé lo indefendible, pero, sería parcial y totalmente tendencioso si únicamente expusiera el proceder errado en el que incurrieron dichas organizaciones al momento de hacer uso de la fuerza física en contra de las personas que no piensan como ellos. Si queremos evitar caer en el sesgo que la mayoría de los medios de comunicación reproducen, también debemos de mirar el proceder de la parte violentada en esta situación, en este caso, los que apoyan la exposición de la obra en cuestión.

Por principio de cuentas, hay que recordar esa famosa frase: “en gustos se rompen géneros”, poniéndola en práctica en esta situación de polémica, por lo tanto, cualquier persona tiene derecho a deleitarse con dicha creación, pero, asimismo, también tiene derecho a NO compartir el gusto por la pintura de este artista. El problema viene cuando este principio básico de la libertad de expresión no es respetado por ninguna de las partes. Ese es el meollo del asunto; la intolerancia e imposición ha estado presente tanto en los detractores como en los alabadores. Si una persona no comparte la propuesta artística de Chairez, no debe de juzgársele de “homofóbico” y de tener “masculinidad frágil”, tampoco se le debe de obligar a que cambie su parecer si no quiere hacerlo, siempre y cuando, claro está, no se ampare en la apología de la violencia para hacerse escuchar.

Nos encontramos ante la gestación de un tipo de censura silenciosa, camuflajeada bajo el estandarte de la inclusión, la liberalización e, irónicamente, la tolerancia. Una censura arropada por los medios de comunicación masiva, en complicidad con la clase política de las naciones de “primer mundo”, o en proceso de transformación primermundista, que se mueve y transforma bajo la lógica del poder económico rapaz. Dicha censura juzga y condena, e inclusive es capaz de construir escenarios digitales inquisidores que destruyan a todo aquel que ose en desafiar el estatus quo dominante; el de la diversidad sexual.

Aquel que no acepte la perspectiva de género será homofóbico, aquel que no comparta las expresiones feministas actuales será machista, aquel que defienda sus preferencias heterosexuales será retrógrada, y aquel que cuestione toda esta imposición ideológica y cultural será obligado a “deconstruirse” para sucumbir ante el nuevo orden del progreso y la igualdad.

¿Qué habría sucedido si otro artista hubiera expuesto a una mujer de tez blanca, delgada y con lencería provocadora montando a caballo? ¡El rechazo total y la exigencia de su cancelación inmediata! No nos engañemos. La censura por “nuestro bien” deconstructivo intervendría, reprimiendo lo poco que aún nos queda para transgredir el orden social impuesto por los más visionarios y poderosos; la expresión artística. Así que no pretendamos tergiversar los hechos y aprendamos a respetar la interpretación artística de cada uno, que, si nos empeñamos en imponer nuestros gustos personales por encima de los otros, corremos el riesgo de sacrificar al arte en el intento.