La principal misión del político:

La principal misión de un político es formar buenos ciudadanos por todos los medios que estén a su alcance, ya bien por conducto de las leyes, de la educación, o de los buenos ejemplos. Y cuando digo buenos ciudadanos, me refiero a ciudadanos que practiquen el civismo en toda la significación de esta palabra. Esta misión del político permanece con independencia de la organización política que se haya elegido para gobernar. En todo caso, la misión de formar buenos ciudadanos se apuntará de acuerdo a los fines de la forma de gobierno de que se trate.

Respecto de la importancia de esa misión en el político nos dejan clara constancia Sócrates y Platón. Para ellos, mal político es aquel que colmaba de obras materiales suntuosas a la gran Atenas, pero que dejaba en la condición más ruinosa el espíritu de sus ciudadanos, o aquel político que no empezaba por hacer de sus hijos buenos ciudadanos.

El debate y los buenos ciudadanos:

En un apunte anterior que publiqué en este diario, titulado “Televisión mexicana: La apuesta por la falla de la política” ( http://sdpnoticias.com/columna/8532/Television_mexicana_La_apuesta_por_la_falla_de_la_politica) dejé en claro que la política es el más importante negocio de todo ciudadano, porque de ella dependen las posibilidades y la buena marcha de todo negocio privado. Hablé también ahí de cómo la democracia es solo un mecanismo de consenso que no ofrece nada respecto a la verdad de las cosas en el gobierno de una sociedad, porque ésta – la verdad -no depende de mayorías, sino de la concordancia entre la razón y los hechos. En este último sentido, el flujo de la información objetiva en torno a los asuntos públicos entre los ciudadanos es de primordial importancia para el desarrollo de la política en una democracia que se precie de ser sana. Entre más información objetiva y oportuna fluya a nivel público, el ciudadano estará en mejores condiciones de cumplir a carta cabal con sus obligaciones cívicas en lo que toca a política.

Así las cosas, nos queda claro que es conducta cívica en todo ciudadano el privilegiar a la política por sobre cualquier negocio privado, en tanto que, en democracia, es conducta cívica el privilegiar el flujo de información pública para el ejercicio eficaz de la política. De suyo se entiende que lo contrario en el ciudadano – no privilegiar a la política y al flujo de la información en ésta – son conductas incívicas.

Llevando lo anterior al contexto del debate presidencial, se entiende ya que un buen político, un político eficaz y honesto, deberá siempre actuar para promover todos las medidas que ayuden a persuadir a los ciudadanos a fin de que privilegien el debate por sobre cualquier otro negocio privado, sobre todo cuando las alternativas al debate no ofrecen información de alto valor para la toma de decisiones públicas.

Un político que actúa a favor del debate de la manera anterior fomenta el civismo. Y esto lo pone a él en la ruta de cumplir a cabalidad la principal misión de la política: ayudar a formar buenos ciudadanos.

¿Pero qué hacen los priistas a este respecto?

Tomaré los casos de dos priistas notables, como son Pedro Joaquín Coldwell y Ramírez Marín, para ver esto.

Los dos personajes nos dicen que el espíritu democrático obliga a respetar la libertad del ciudadano para elegir entre farándula televisiva y debate presidencial, y a respetar la libertad de las dos empresas televisoras para privilegiar o no el debate. Y dejan claro que obrar en contrario es propio solo de regímenes totalitarios, o bien autoritarios.

Bien, resulta que, en este caso, los dos priistas notables abandonan la principal misión de la política – fomentar las conductas cívicas -. Y hay que aclarar que actuar cívica y democráticamente en esto no implica obligar a los ciudadanos con una pistola en la sien para que acudan a presenciar el debate en la caja loca o para que decidan transmitir el debate con privilegios –en el caso de los accionistas de las televisoras -, tal como quieren hacerlo ver ellos en su absurda postura en este tema. Se trata más bien de que los políticos echen mano de un sentido del deber ser puesto en la necesidad de la óptima operación de la política y de la democracia, para promover todos los medios a la mano – legales, acuerdos, discursos, etc. – que permitan alentar a ciudadanos y accionistas televisivos a privilegiar el debate por sobre cualquier otra cosa en el ámbito privado.

No hay que pegarle al occiso, y aclaremos que acomodar el debate en una programación de horario y canal estelares en cadena nacional, dándole prioridad por sobre farándula y futbol, no es autoritarismo, sino cumplimiento al deber ser en la política y fomento a las conductas cívicas y las prácticas democráticas.

¿Ya ve el tamaño del absurdo de Coldwell y Ramírez Marín? En este caso, se ocultan en los fantasmas de un autoritarismo que solo ellos ven, para ocultar su falta de apego a la ética y a los principios que deben regir a la política.

Pero déjeme ahora tocar un caso hipotético para calibrar el tamaño del absurdo.

El caso de las mordidas:

Sabemos que una gran cantidad de ciudadanos en México, si no es que la mayoría, se inclinan por dar mordida antes que pagar una multa al gobierno. Esto es un asunto que incluso reporta un grave problema de política fiscal en nuestro país. Por éste y otros motivos, esto de la mordida es una conducta incívica. Y como este incivismo es propio de un mal ciudadano, todo político debe trabajar para diseñar condiciones institucionales y culturales que ayuden a atenuar o anular este problema. Al hacer esto, el político cumple con sus deber ser, con su misión principal, que es formar buenos ciudadanos.

¿Y qué pasa si trasladamos la postura de Coldwell y Ramírez Marín en el asunto del debate a este caso hipotético?

- En aras de la libertad y la democracia – dirían los dos priistas, si nos ceñimos a su postura en la cuestión del debate -, abandonemos todo esfuerzo político por impulsar las conductas sociales que puedan ayudar a atenuar o a anular la mordida.  

¿Es esto lo propio de un político eficaz y honesto? ¿Se debe ser permisivo con las conductas incívicas en atención a la libertad? ¿No parecería esto más propio del desquiciante mundo de Alicia?

Demostrado el absurdo en el discurso de los dos priistas notables, pasemos a preguntar varias cosas.

¿Son Coldwell y Ramírez Marín dos bisoños en política, al grado de no conocer la naturaleza de la misma? Si me atengo a su larga carrera y a su relevancia, debo suponer que no son dos bisoños y que conocen la naturaleza del oficio que practican. Y siendo así las cosas, nos queda claro que el absurdo responde a otro motivo: el pánico priista a la posibilidad de un derrumbe de Enrique Peña Nieto en el debate.

Ahí está el quid de todo ese asunto.

El fondo real del pánico priista:

Los libros ofrecen información y cultura acumulada de alto valor que ayudan a entender los problemas humanos. La asiduidad a la lectura también suele estimular una conducta personal con inclinaciones hacia la reflexión para conocerse a sí mismo. Los libros son, por ello, un muy importante activo en la construcción de la sabiduría.

Un hombre que no lee da claros indicios de ser un ignorante de su propia naturaleza y de los problemas humanos y, en consecuencia, de no saber gobernarse ni a sí mismo. Y un hombre en estado de ignorancia y que no sabe gobernarse ni a sí mismo, menos podrá gobernar a otros hombres.

Lo anterior no es ley universal y necesaria, es tendencia. Así que hay situaciones de excepción a este respecto. Pero son situaciones raras que se encarnan en hombres de gran excepción. Cuestión oscura es si el Cristo histórico recibió alguna educación formal esmerada en alguna escuela filosófica, pero eso no quita que es el hombre más sabio en la historia. Sócrates jamás escribió y era relativamente refractario al intelectualismo, y pese a eso, es el segundo hombre más sabio en la historia. Lázaro Cárdenas, como decía Krauze, fue un hombre rústico en saber teorético, pero eso no quita que fue un excelente presidente.

Desde la anterior perspectiva, se pude decir que Enrique Peña Nieto es un hombre que no posee virtudes para aplicarse a la política. En otras palabras, no es verdaderamente útil en este oficio, o no tiene areté – eficacia, como decían los griegos antiguos -. Y hay elementos sobrados para juzgar de esta forma.

De entrada, los eventos de la FIL nos dejaron muy en claro que Enrique Peña Nieto es un hombre lego en los libros, muy ignorante en lo que toca a saber teorético – recordar las expresiones de Carlos Fuentes y don José Emilio Pacheco en torno a este amargo pasaje de la vida política nacional -. Y este problema de Enrique se agrava si consideramos que el mundo vive un momento de colapso y quiebre cultural y de modelos, donde se requiere más que nunca de políticos muy sensibilizados, no con la contabilidad y los asuntos pecuniarios, como es el caso de Enrique, sino con los problemas humanos y su sociedad.    

Luego, sabemos que Peña Nieto tampoco es un hombre de excepción en lo que toca a virtudes naturales. Por lo menos su gestión política hasta el momento pinta de mediocre para abajo. Lo cual pone en evidencia que no posee virtudes naturales de excepción, y que el gusto por las cuentas y los negocios no bastan para conducir con sabiduría a un pueblo.

Finalmente, algunos otros pasajes en su vida pública y privada dejan ver que es un hombre con un precario control sobre sí mismo. Sobran elementos de juicio a este respecto. Pero tomaré solamente tres.

La violencia en Atenco deja claro que es un hombre que renuncia con facilidad a las instancias del diálogo y la razón; y más todavía: que carece de habilidades naturales para persuadir y convencer por la ruta de los consensos. Y es que si un hombre no sabe persuadir o convencer a otros, y se ve luego obligado al uso de la fuerza, es simplemente porque él no tiene la verdad, o si la tiene, no sabe explicarla a esos otros.

La disposición a pisotear la soberanía de la nación con la venta del petróleo a cambio de legitimización internacional en estas elecciones, nos habla a su vez de una voluntad que no sabe posponer sus deseos personales, así estos deseos egoístas impliquen el poner en alto riesgo el futuro de toda una nación. Sobre los riesgos de privatizar el petróleo, ya hemos hablado mucho en otros artículos en este diario.

Y finalmente, el gusto incontrolable por las mujeres no es precisamente una señal de autocontrol.   

Creo que queda bastante claro que detrás de esos discursos libertarios absurdos de los priistas en el asunto del debate solamente se oculta el pánico con la posibilidad – casi un hecho consumado, para ellos - de que su candidato a la presidencia vuelva en el debate a las andadas de la FIL para mostrar una vez más su pobreza en política. Podría decir que la absurdidad en los alegatos priistas en este caso no es sino la confirmación implícita de la minusvalía política de Enrique Peña Nieto que hemos mencionado aquí.

Y si la verdad de los absurdos y mentiras priistas, y la colaboración de los medios para asestar un golpe a la nación, son ya tan evidentes, me pregunto algo: ¿por qué muchos mexicanos siguen dormidos frente a la caja loca?

¿Despertarán algún día?

Buen día.