Es notable, por no decir deprimente, que en plena era del conocimiento la propuesta nacional sea la de la ignorancia y que en ese ámbito se hable con toda seriedad política de construir indicadores alternativos para medir la felicidad y el bienestar en México.

La propuesta es seria, bueno hasta donde lo permite el gesto que se ha presentado en varias ocasiones, aunque en ningún momento se le ha acompañado de algún argumento técnico, sin dejar a un lado que la propuesta reciente del diputado Alfonso Ramírez Cuéllar, que también es el líder del partido en el poder, no solo resulta insustancial por descontextualizada, sino que desconoció otros estudios avanzados sobre el tema de la desigualdad, que debería ser el centro del debate.

Se ha preferido discutir sobre las hondas diferencias entre ricos y pobres en lugar de haber aprovechado el inicio del régimen para reorganizar la estructura del país en favor de la igualdad de oportunidades, que implicaría cambios radicales en materia fiscal que incluyera, además de la progresividad tributaria, equidad en el ingreso y el gasto público, la democratización de la política, rendición de cuentas y transparencia en la gestión de gobierno y garantía de justicia como base de la seguridad.

Las decisiones han transitado entre la maldición al pasado y la inacción del presente que estrecha el tránsito al futuro.

Como ese método resulta ineficaz porque propicia la desconfianza y la inseguridad que debilitan al crecimiento económico, limita la generación de empleo y al consumo, resta eficacia a los programas de combate a la pobreza, lastra la capacidad de movilidad social de la educación y coarta al talento, con lo que cierra el paso a las oportunidades y amplía la brecha de la desigualdad.

En este proceso es que se demoniza la capacidad individual, el esfuerzo y el mérito que se oponen a la ignorancia, para premiar la espontaneidad y la ocurrencia, que tienden a imponerse en el país como característica de la nueva conducta de una transformación que se opone al cambio.

La visión superficial de la realidad es la que impulsa el interés por medir la riqueza y, de paso, a la felicidad para mostrar que el cambio de régimen no modifica nada; al contrario.

Por ignorancia, el ahora moderado Ramírez Cuéllar recordó su agresiva irrupción a caballo en la Cámara de Diputados hace muchos años para manifestarse en contra de la desigualdad. Ahora, como emisario del partido en el gobierno, quiso llamar la atención también en forma contundente pero sus argumentos son débiles porque no se acompañan de un plan estructural para enfrentar la desigualdad ni contemplaron los estudios y experiencias existentes, incluso generadas por el INEGI o el Banco de México.

En chunga, el presidente López Obrador propuso “una fórmula” para medir la felicidad y el bienestar en México, en lugar del Producto Interno Bruto (PIB) y con lo que, en una de esas, “este nuevo paradigma” se convierte en un aporte para el mundo.

Pero de entrar en serio a resolver la desigualdad en México, nada.

Así, en la nueva picaresca mexicana todo parece indicar que el conocimiento del erudito y las ocurrencias del ignorante tienden a tener el mismo valor, aunque las del segundo es la que impera.

Pero más todavía, que en plena sociedad del conocimiento la ignorancia reine en palacio.

@lusacevedop