Abundan los que quieren empoderar a alguien. Darle poder a otro desde afuera. La propia ONU tomada de la mano de un verbo de origen inglés, creó el programa llamado empoderamiento de las mujeres. Hay ahí una buena intención de sacar a las mujeres de su marasmo, su pobreza y marginación, proporcionándoles elementos para su liberación. El viejo verbo apoderar hubiera sido perfecto.
El lingüista José Moreno de Alba, ya fallecido, recuerda a un periodista que decía que el verbo empoderar es advenedizo, pero él mismo le da un empujón al señalar que no solo lo considera advenedizo, sino eufónico. Y tanto él como otros recuerdan que la Academia tenía un verbo con vida propia, apoderar, que se “apoderaba” de las cosas sin esperar que otros lo “empoderaran”, un verbo que dejó de aparecer en los diccionarios cuando el nuevo verbo de origen inglés, to empower, un anglicismo, hizo su arribo.
Un verbo muy propio de los colonizadores que desde afuera lo transforman todo como lo hicieron con nosotros los españoles que nos impusieron su idioma y sus propios dioses y creencias; y trataron de borrar de un plumazo lo que era nuestro. Ahora, empoderar como muchas otras palabrejas -accesar es otro engendro-, que integran el lenguaje precario de algunos sectores, lo oímos y lo leemos a cada rato como si repetirlo hiciera el milagro de dar poder, intención no exenta de dolo porque se centra precisamente en el poder, un mecanismo que permite dominar, alzarse con fuerza, prevalecer sobre los demás, como lo vemos a diario en nuestro país. ¿Acaso empoderarse como lo hacen los políticos, no vale un fraude electoral -ese cinco de junio que está tan próximo y que abunda en despensas y en turbios mecanismos para inducir el voto y asegurar gubernaturas-, corrupción, mentiras y engaño? Ese es el poder al menos en México. Se dirá que un verbo no tiene la culpa y que es la condición humana la que lleva a ese destino, ¿pero el lenguaje que representa nuestras conductas no lo crea finalmente el ser humano?
En su Galería del poder (Oceano 1996) Rafael Loret de Mola, se da vuelo exhibiendo las profundidades del poder mexicano, con nombres, hechos, pelos y señales. Para eso quisieron empoderarse, les dice de mil maneras a los presidentes, a los ex, a los gobernadores, a sus segundones, a sus aplaudidores, a sus junior vividores, a sus amantes y todo lo que disfruta del presupuesto de este empobrecido país.
Los libros de este nigromante, como se le llama en la contraportada, son muy amenos porque uno se entera de todos los avatares de la clase política, que otro tipo de periodismo y de escritores tratan de encubrir o tratar con eufemismos. La franqueza le ha ganado enemigos a Rafael, pero él no se da por enterado y sigue insistiendo en que la muerte de su padre, el ex gobernador de Yucatán, Carlos Loret de Mola, fue planeada por el sistema. Argumenta que el libro que escribió el también periodista yucateco, Denuncia, que mencionaba actos de corrupción de la clase política, fue la causa. No ha habido respuestas claras a sus demandas. Tiene además sospechosos, en el núcleo de...los empoderados.