A partir de que oficialmente empezó la cuarentena en nuestro país, quedarse en casa no ha resultado sencillo. Más aún cuando la mayoría de la gente no ha cursado algo parecido a un encierro forzoso, como estar en la cárcel, en manos de esbirros entrenados para reprimir, torturar y golpear sentimientos y dignidad. En un mensaje breve escrito por mí, a propósito de quedarse en casa, dije que un comunista griego, preso político por casi treinta años, me había comentado que en la prisión en la que lo tuvieron los coroneles griegos, había trabajado su soledad, que allí perdió el movimiento de sus piernas, se hizo agorafóbico y en papel de baño y mentalmente escribió dos libros que al ser derrotada la dictadura, fueron convertidos en textos para alumnos de Educación Media en su país. Tullido y casi ciego, no lo vencieron.

Al leer esto, varios de mis lectores replicaron diciendo que eso no podía ser. Que un preso metido en las mazmorras por tanto tiempo, necesariamente iría a la locura por más fuerte que fuera. Ahora que el tiempo me sobra para recordar hechos como éste y otros igualmente dramáticos, me propongo explicar algo que me movió las fibras del corazón. Lo que voy a describir, tuvo su inicio en algunas de mis lecturas sobre personajes que por sus acciones vivieron situaciones terribles. Todo por ser luchadores libertarios, ligados a las causas de sus pueblos y haberse enlistado como soldados para combatir por la libertad y la justicia. Reportaje al pie de la horca de Julius Fucik marcó mis pasos de luchador social y fue un ejemplo que aún conduce mi empeño por contribuir a los cambios en mi país.

Otros miles de héroes y heroínas soportaron antes, durante y después de la guerra fría, las torturas y las vejaciones en cárceles y campos de concentración. Durante este período, Estados Unidos fue el principal violador de los derechos humanos en muchas partes de la tierra. Miles de mujeres y hombres pasaron por sus ignominiosas prisiones instaladas por doquier. Con todas estas cosas que me lastimaban y que traía atadas en el alma, sumadas a la persecución de que era víctima como miembro del Movimiento Revolucionario del Magisterio y del Partido Comunista Mexicano, se acordó sacarme temporalmente del país y mandarme a estudiar a lo que entonces era la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Se necesitaban cuadros con mayor conocimiento que permitiera mejores condiciones para enfrentar al Estado represor

En este ambiente colmado de persecuciones y de intolerancias políticas en México, llegué a la URSS en planes de estudio. Mis compañeros de escuela eran cuadros políticos y dirigentes de muchos partidos comunistas del mundo. Allí conocí al comunista griego del que hablo al principio, a dirigentes ligados al asesinado primer ministro de la República Democrática del Congo, Patricio Lumumba, a líderes cercanos al equipo del preso y luego presidente Nelson Mandela. Allí estaban algunos de los mejores hombres de Salvador Allende. Todos estuvieron presos, pero ninguno fue sometido.

A muchos años de distancia lo menos que uno se pregunta es, ¿por qué no enloquecieron si en el encierro eran permanentemente acosados, torturados, golpeados y vejados en su humanidad y en sus sentimientos? ¿Cuál era la fuerza moral y el espíritu de lucha de Julius Fucik, del comunista griego, de Patricio Lumumba, de Nelson Mandela, de Salvador Allende y otros revolucionarios ilustres que murieron defendiendo sus ideales y su derecho a la libertad? ¿Por qué los torturadores profesionales que desaparecían y asesinaban a personas como Hilario Moreno, Lucio Cabañas, Genaro Vázquez Rojas, Jesús Piedra Ibarra no pudieron aplastar su memoria ni lograron verlos desmayar?

¿Qué fuerza necesitan aquellas personas que consideran que quedarse en casa por cuarenta días es una tragedia social? ¿No han disfrutado de un amanecer político que roturó las viejas estructuras de un régimen corrupto para abrirle cauce al encanto de vivir en libertad? ¿No le dan importancia a la fuerza de los ideales, de la vida democrática que estamos construyendo? ¿Los proyectos sociales, el humanismo, la fraternidad universal y la convivencia familiar no han cimbrado sus conceptos mentales como para apreciar quedarse en casa conviviendo con nuestros seres queridos? ¿No han leído a Julios Fucik, a Nelson Mandela, a Dolores Ibárruri y a otros gigantes de la vida y de la libertad? ¡Si no encuentran qué hacer, les recomiendo la lectura de la vida y obra de estos gigantes!