Este artículo no es apto para almas débiles. Habla de una espantosa revelación. Mortífera como plaga bíblica. Comienza con una pregunta simple: ¿quieres ser testigo de la aparición reciente de una obra maestra, cruda y oscura?

Si la respuesta es sí, cuestiónate cuanta verdad eres capaz de soportar. Si crees que la suficiente, escucha la nueva canción de Bob Dylan: “Murder most foul” (el asesinato más despreciable). Aférrate a ella como a un respirador. Y tose. Y aspira lo que puedas: el oxígeno es un bien escaso.

Son 17 minutos de droga pura, inyectada en la vena. La estrenó hace un par de días este viejo ojete, amargado y despreciable. Un profeta de lo que vendrá. Y no es nada consolador. Odio decirlo pero tarde o temprano, seremos otro más que muerde el polvo, como aquella canción de Queen, “Another one bites the dust”, que significa caer de bruces en el suelo y llenarte la boca de tierra. O sea, morir.

Dice Dylan que este día es bueno para vivir y para morir. “Para llevarnos al matadero como chivos expiatorios. Abatidos como perros a plena luz del día”.

“Esperen muchachos. ¿No saben quién soy? Por supuesto que sabemos quién eres. Tienes deudas pendientes. Hemos venido a cobrar”.

¿Cuál es la verdad y a dónde se fue? El mundo se ha vuelto un pueblo peligroso, el más peligroso del condado. O cómo aquella otra novela célebre: “No es país para viejos”. Incluyendo a México y a su presidente AMLO, inflexible hasta el hundimiento. Somos esos personajes erráticos y desolados de Dylan, que acaban confinados en un fantasmal rancho polvoriento.

Dylan habla de la muerte de Kennedy, pero en realidad habla de la muerte de la civilización occidental. Pero en realidad habla de mi muerte. Y de la tuya también. Cúbrete, si puedes. Da lo mismo: aquí nadie te salvará.