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El sensible fallecimiento del músico y compositor de origen yucateco, Armando Manzanero Canché, ha dejado una profunda tristeza en muchos hogares en todos los rincones del país, y en lo personal, la noticia me llena de dolor. También me evoca recuerdos de mi padre que, al igual que el artista, nació en Ticul. Recuerdo las historias fantásticas que me contaban de ese pueblo enclavado de la zona maya del sureste de México.
El cantautor, que recientemente perdió la batalla contra el SARS-CoV-2 y que es considerado el yucateco (y ticuleño) más universal, a pesar de ser un artista de talla internacional, nunca olvidó la tierra que lo vio nacer.
El maestro Manzanero seguro escuchó, como yo y mi familia, la fascinante historia de “Celmi”, que era una pianista que musicalizaba las películas mudas en Ticul -con melodías para beso corto, beso largo, zafarranchos, disparos, desamores y otras más- y que con la llegada del cine sonoro se quedó sin chamba, y la gente sin la oportunidad de gozar el gran talento de la artista.
Celmi, pidió a sus padres poder viajar a Mérida para continuar sus estudios y especialización musical, pero se lo negaron, al considerar que no era algo apropiado para una joven mujer estar lejos de su hogar.
La pianista no se quedó conforme con la respuesta de su padre y madre, por lo que contactó a los dueños de la única cantina del pueblo, que tiene por nombre “Tu Hermana”, y le ofreció poder interpretar canciones en el centro de diversión, pero recibió también la negativa del empresario, ya que el lugar era exclusivo para hombres. Ella insistió y le prepuso que se hiciera un biombo para que no pudieran verla nunca los clientes, y la dama pudiera amenizar las pláticas, anécdotas, mentiras, fanfarronerías de los borrachos asiduos del lugar.
Las charlas de los consumidores eran musicalizadas por Celmi, e igual que cuando trabajaba en la sala de cine, le ponía a todos música ad hoc, según la historia y contexto de cada cliente, y se llegó a decir que esas crónicas con el “soundtrack” de piano de la cantina fue la “época de oro” del cine de Ticul.
Muchos años después la pianista se mudó a la Ciudad de México y formó, junto a otras ticuleñas, entre las que estaban, por ejemplo, la madre de don Armando Manzanero, Juanita Canché, varias de mis tías, y otras mujeres, en una especie de club de la tercera edad que se llamó “Rosas del Recuerdo”. Esto era una forma de reclamo festivo por parte de las mujeres ante el machismo imperante de esa época, y que por desgracia, seguimos viviendo en este país.
En las fiestas organizadas por la pianista, a las que sólo asistían damas, se iba a platicar de todo un poco, se contaban chistes, cantaban, recitaban ingeniosas bombas yucatecas, bailaban jarana, reían y bebían mucho alcohol.
Las reuniones se hacían generalmente en casa de mi tía, Ana María Esquivel Medina, en la colonia Hipódromo Condesa, en la que había un precioso piano de cola en el cual Celmi mostraba todo su talento.
A pesar que la música de Armando Manzanero llegó a casi todo el mundo y el cantautor viajó por muchos lugares del planeta, él nunca olvido sus orígenes mayas.
Hace unos años tuve la fortuna de poder platicar con Armando Manzanero cuando coincidimos en la presentación de una obra en el Teatro de los Insurgentes, y me dijo que no había nacido en Ticul, sino en Mérida, pero que su abuela, Rita Baqueiro, era de ese pueblo de Yucatán, y que siempre vivió ahí, donde tenía un pequeño taller para hacer sombreros y el compositor siempre la visitaba. Armando platicaba mucho con su “chichí” (abuela en maya) y lo hacía en dicho idioma, ya que ella casi no hablaba castellano.
A lo largo de la historia, las epidemias y pandemias han traído malas noticias y acontecimientos trágicos que le han arrancado la vida a muchas personas; una epidemia de viruela negra que diezmó a gran parte de la población de los pueblos originarios fue lo que facilitó la invasión de los europeos en lo que hoy conocemos como México. La expansión de la cólera, por ejemplo, provocó que los mayas insurrectos en el siglo XIX no pudieran tomar T'Hó (Mérida en maya) y que su situación pasara de rebeldes a esclavos de los hacendados henequeneros, y así hay muchas historias trágicas asociadas a las enfermedades diseminadas.
En esta ocasión, la pandemia de Covid-19 le quitó la vida a un gran ser humano y a un gran artista como fue Armando Manzanero Canché, y por desgracia, no sólo a él, sino a muchas personas alrededor del mundo. Esperemos que las vacunas puedan terminar con este martirio que sigue pareciendo interminable.