NOTA DEL AUTOR:

En 1997 la Universidad de Guanajuato publicó este divertimento novelado que atañe al carácter de un pueblo y a sus condiciones. Surgió de los tiempos en que la deuda externa era inmanejable, pero todavía no llegaba a ser tan desproporcionadamente absurda como en estos dos últimos sexenios. En fin, quien hizo la propuesta relativa a la deuda la hizo bien, así que su “novedad” sigue siendo “nueva”. Al modo de las novelas decimonónicas, se irá dando en entregas. Entregas mínimas, como es mínimo el tiempo de parada de los lectores internéticos del presente.

 

EPÍGRAFES:

Al fin pudo con la voz persuadir los sordos reinos [Quevedo]

Porque estuve en la cárcel de Ruletenburg por cierta deuda contraída en la ciudad. Un desconocido la pagó. [Dostoievski]

Cualquier parecido con la fantasía es pura coincidencia. [Popular] 

DEDICATORIA:

para Roberto Bernal Jaquez, que supo de la idea. 

CAPÍTULO 1. EL LÁTIGO DE LA NOTICIA 

Desde mi casa se puede ver toda la cañada en la que se incrustan como pequeños guijarros coloridos las casas de la más anticuada ciudad del centro del país. Debo reconocer que es toda ella un misterio para el visitante y una fatiga para quien, tras recorrer mundo, diablo y carne, ha tenido a bien quedarse por un tiempo más largo a recorrer sus únicas rutas transitables. Siempre, por muchos años, se puede tan sólo pasar del mercado a la plaza de los Ángeles; de allí al jardín; del jardín a la universidad y vuelta a casa. En este pequeño sitio donde tantas pequeñas miserias humanas y consabidos vicios que las acompañan se quedan hendidas en el paisaje, igual que las casitas coloridas enclavadas sobre los pedruscos morados de la cañada.

A pesar de sus debilidades arrepentidas y sus desengaños recurrentes, este pueblito tiene grandes historias y personajes peculiares: algunos de sus hombres, autoproclamados próceres de la cultura, no pasan de ser tiranuelos mediocres; otros, con un dejo de desdén miran pasar a su lado nuevas generaciones creyendo que únicamente la propia construyó este recinto turístico en el que transitan ojos asombrados cada fin de semana y sobre todo en las temporadas de vacaciones. Pero tiene historias grandes también. Y no sé por qué, pero todas esas enormes historias, todos aquellos sucesos dignos de memoria –heroica o risible– se deben a extranjeros, o de algún modo se ligan a los actos de los extranjeros. En su ciencia un alemán: Humboldt. En su naturalismo un francés: Dugés. En su literatura una austriaca: Baum. En su milicia un español: Allende. Y dentro de tan grandes historias yo jamás creí ser testigo de una que de algún modo se relaciona también con muchos extranjeros.

En mi oficio de periodista he mirado pasar tantos acontecimientos; he visto tantos otros ser suplantados por los nuevos momentos del devenir; he visto tantas ideas pasajeras que en su momento surgieron a la cumbre con exaltación para, al paso de dos o tres días, caer en la estulticia del olvido. He visto a bellas damas convertirse en ancianas achacosas; he contemplado la vida alegre de risueña jovencitas truncarse en las manos del dolor. En fin, he tendido en mi memoria, como si fuera una cobija, el repaso de los días en que algo sucede o deja de suceder. Así que ya no me preocupa en demasía que brote por allí alguna novedad, pues bien reconozco cuán rápido ha de partir a repletar las bodegas henchidas del pasado.

Sin embargo, a pesar de mi certeza de que todo en la vida se compone de momentos pasajeros, de que en todas las circunstancias bajas o altas del mundo la fortuna trastocadora viene a ser ley, ese día sí logró inquietarme. Yo siempre dudo cuando uno de esos tiranuelos locales dice o desdice por ambos costados y se regodea en sus minúsculos logros creyendo que su mediana ascensión es el ejemplo a seguir. Siempre dudo porque, en mi fuero interno, me parece reprensible que los gusanos loderos quieran dictar cátedra a las orugas acerca del proceso transmutatorio de las mariposas: ambos tienen un presente similar, pero llegarán a un futuro radicalmente distinto. Por eso cuando memoro todos los enredos en que esos podercillos deleznables involucran a las almas que buscan superación, me estremezco todavía. Y me parece revivir las emociones con que se presenta a marcar nuestra carne el látigo de la noticia. 

[continuará...]