En estos días, con motivo del huracán Patricia, se hizo muy evidente la falta de cultura de la prevención de desastres y emergencias urbanas y nacionales causados por fenómenos naturales y meteorológicos. Muy al contrario, varios hechos hicieron muy ostensibles los fallos del gobierno, de los diferentes gobiernos, de las instituciones competentes, de los ciudadanos y la sociedad en su conjunto.

Desde las frases siempre célebres de nuestros políticos, hasta el valemadrismo, la ignorancia y la ausencia de civismo por parte de la ciudadanía, dentro de las cuales debiera estar una cultura de la prevención de este tipo de desastres naturales. Esta cultura, los ciudadanos no la tienen, los gobiernos no la proveen.

Es evidente que hay un marco jurídico que protege y regula este tipo de emergencias. En la segunda mitad del siglo pasado, en México, se inició la creación de una serie de instrumentos para la atención y prevención de ?emergencias urbanas? en diferentes ámbitos territoriales, centros de población, municipios, estados. Todo ello dentro del marco de la planeación del desarrollo urbano establecido por la Ley General de Asentamientos Humanos a nivel federal y las correspondientes leyes en la materia en los estados y municipios.

Como en muchos otros lugares, con la descentralización en la elaboración de estos instrumentos, muchos gobiernos estatales no les dieron el seguimiento correspondiente. La ausencia de estos instrumentos en sí mismo revela una falla en la aplicación de las Leyes antes citadas. Pero lo más grave de todo, es que la falta de aplicación y peor aún las ausencias de estos instrumentos, es prueba evidente de la inexistencia de una estrategia que prevenga, que atienda los efectos sociales y urbanos que un meteoro deja a su paso.

Las consecuencias están a la vista. Una autoridad que lo último que debe hacer es generar miedo entre la población como medida de prevención para la toma de decisiones antes, durante y después de la acción de estos desastres naturales. No interpreto de otra manera el anunciar a Patricia como el huracán más grande de la historia, más que el de generar miedo, más aún si no se corresponden con las acciones en materia de mitigación. Y después señalar que dichos efectos fueron disminuidos gracias a la fe de los mexicanos. Parece un burla.

Y si las autoridades no cumplen, los ciudadanos no hacen lo que corresponde. Revisen ustedes medios informativos, redes sociales, etc. sobre las acciones que las autoridades realizaron ante el huracán ?más grande de la historia?. Su presencia fue casi nula, los promocionales de las instancias competentes brillaron por su ausencia. Nunca supe si la activación del Plan DN III aplicó o si todavía existe. Lo mismo con CENAPRED que no llega ni a sitio oficial en las redes sociales. En vano fueron los llamados de la señora Clinton en su cuenta de Twitter para tomar en cuenta a esta institución, si ni siquiera es visible, ni en las redes, ni en los medios masivos.

Por eso no extraña que muchos ciudadanos hayan enviado videos desde la playa en pleno arribo del huracán desde sus domicilios e incluso, desde sus vehículos. Me tocó ver un video en alguna de las redes sociales en el que Patricia era tomada detrás del enorme cristal de una ventana en algún domicilio. El cristal no había sido asegurado y las ventanas no contaban con protección alguna. El fenómeno natural convertido en espectáculo sin prever los riesgos que típicamente generan estos fenómenos. Desastre sobre desastre.

Como vemos, no es difícil demostrar la ausencia de una cultura de la prevención en México, ni en gobierno ni en sociedad civil. Ni en la planeación urbana ni en la atención básica de protección civil que exigen estos fenómenos. Claro que siempre hay gente instruida en esta materia o que tiene más sentido común y tomó sus preucaciones, evacuó lugares de riesgo, aseguró sus propiedades, preparó provisiones en alimentos, completó su botiquín.

Hay también algunas regiones del país en las que hay más conciencia de estos fenómenos. En particular, tuve la experiencia de haber vivido este fenómeno en dos ocasiones en el Caribe mexicano, precisamente en la ciudad de Chetumal, Quintana Roo. Me consta que la gente estaba preparada y se prepara todavía para estas contingencias, sin exageraciones ni amarillismos. Sin generar miedo y con mucho orden. Después de eso, en efecto, muchos se encomiendan a Dios, pero tampoco están esperando la ayuda o las recomendaciones del gobierno, ese que a veces no aparece por ningún lado o llega demasiado tarde.