Colgué el teléfono y sentí el nudo en la garganta, y lo digo siendo una persona nada apegada al futbol.

Me habían encomendado una tarea, escribir de Maradona y la comida, soy cocinero, ese sería el punto de encuentro.

Buscando, tuve la suerte de llegar a alguien que lo conoció, y que tuvo la amabilidad de atenderme en un día tan especial, tan triste.

Yo ya me había pasado parte de la mañana escuchando la canción, que Rodrigo, un músico argentino le había dedicado, y viendo el segundo gol a los ingleses que Diego “pintó y grabó” en el Azteca en el 86.

Del otro lado del teléfono, alguien sencillo, amable, me contaba que Maradona nunca cambió. Él, que recorrió el mundo, que fue crack y estrella, siempre volvía a los guisos de la infancia, a esos guisos sin lujos que su mamá le preparaba y que lo hacían feliz aunque la pobreza acechara.

“Diego era feliz con esos guisos de casa, le gustaban los dentros del pollo, el mondongo, el arroz, claro que comía otras cosas, disfrutaba de un asado, de la milanesa napolitana, pero cuando su dieta de jugador se lo permitía, se comía un corazón de pollo”. “Pero eso sí, cuando tenía que hacer una dieta para su condición física, ni un pero ponía, se comía lo que le dijeran, hacía lo que hubiera que hacer, el esfuerzo necesario por el futbol, que era su vida.”

Y al escucharlo pienso: así era él, sincero, como un guiso, sin complicaciones, ni ingredientes rimbombantes, podía gustarte o no, pero, como solemos decir, “es lo que hay”.

Y así nos llenó el corazón, como te lo llena un guiso, como te calienta el cuerpo y el alma, aunque a veces unas cucharadas quemen.

El sol se va, cae la tarde, me iba a pedir un café, pero mejor me pido un mate cocido (té de mate) y unas galletitas para mojarlas en el mate, como le gustaba a Maradona… perdón… AL DIEGO.

Gracias por enseñarme que el futbol emociona.

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(El autor, Dante Ferrero, argentino de nacimiento, se dedica a la cocina en Monterrey y en la Ciudad de México).