Como suele pasar en asuntos políticos controvertidos, a los detractores de la cancelación del aeropuerto de Texcoco, y a los defensores de la alternativa inicial (Santa Lucía), los árboles no les dejan ver el bosque. Los primeros siguen enfrascados en las cantidades de dinero que se perdieron y en la falta de planeación que (aparentemente) hubo en la propuesta alterna, ahora enfatizada por el aumento al presupuesto de construcción debido a la presencia del cerro Paula. Los segundos siguen empeñados en vagas acusaciones de corrupción, insultos ideológicos y debates amateur sobre número de pistas y conos de proximidad, que seguramente hacen retorcerse a los ingenieros que sí saben de aviación y aerodinámica.

Nada de lo anterior cambia el hecho de que la saturación del AICM, el Benito Juárez, es un hecho notorio, consensuado y apremiante. La solución de este problema tiene implicaciones para la economía mexicana y no sólo para los usuarios de los aviones. De los aeropuertos y las líneas aéreas, de su óptima operación, viven cientos de miles de familias mexicanas, y de la confianza global en la infraestructura del país, millones más. Hay que hacer algo.

Por ello, el debate no debe versar sobre si lo de Texcoco era necesario o deseable (ya no, ya es un hecho consumado), ni sobre si existe o no un cerro y Santa Lucía será operacional (todavía no, al menos). La declaración sobre las décadas que hacen falta para que llegue a su máximo potencial ese aeropuerto militar, tampoco ayudan al problema inminente.

La pregunta relevante es sobre cuáles aeropuertos deben conformar el sistema metropolitano que el gobierno federal apuesta por optimizar y comunicar para desahogar el tráfico aéreo. Por ello llama la atención que todos estos meses haya estado ausente del debate la posibilidad de invertir en el aeropuerto de Cuernavaca, Morelos.

Algunos datos que muestran Cuernavaca como una opción atractiva son incontrovertibles y están a la vista. En Morelos no existen los problemas potenciales de niebla y vientos fuertes que tienen otras ciudades; la altura al nivel del mar haría que, contrariamente a lo que sucede en Toluca, los aviones ahorren turbosina a la hora del despegue (lo que permite cuidar los márgenes de utilidad) y para todos los viajeros de la Ciudad de México que viven en el sur, Cuernavaca sería un aeropuerto más amigable que Santa Lucía. Además no hay cerro y ya hay un aeropuerto.

Falta ver si el aeropuerto de Cuernavaca no requiere también un a inversión para que esté en condiciones óptimas (seguramente sí), y como la pista es corta, quizás no puedan volar los aviones de pasajeros más grandes. También de manera inevitable se politizará el tema para quienes hayan invertido ya demasiado en el galimatías de Santa Lucía. Pero en Morelos ya hay un aeropuerto funcional, y no hay cerro. Ni modo.

Es inevitable preguntarse si no hubo razones políticas los sexenios anteriores para favorecer al Estado de México para alojar el aeropuerto del futuro, y si no las hubo también para aislar a Morelos de los grandes proyectos de desarrollo. Pero hoy la configuración política nacional es distinta, y los costos de mantener el debate del aeropuerto y Santa Lucía no dejan de aumentar diariamente, en todos sentidos, político y financiero. ¿Y el aeropuerto de Cuernavaca, por qué no? Es un elemento nuevo en la ecuación, pero en medio de este tremendo caos, como decía Confucio, es mejor encender una humilde vela, que maldecir la oscuridad.