Los hechos de violencia que ocurrieron el pasado lunes en la explanada de rectoría de la UNAM, no pueden ser vistos como un problema meramente interno de la máxima casa de estudios.

Los grupos de estudiantes patrocinados por cúpulas de poder dentro y fuera de la universidad, han existido desde siempre; ya sean grupos de choque (porros) o de tendencias políticas de izquierda, estos han sido permanentemente cobijados por autoridades universitarias y/o militantes de partidos políticos.

Ahora bien, en el caso de la agresión que nos ocupa, hay puntos específicos que son necesarios mencionar para empezar a entender lo que está detrás de la trifulca.

1- ¿Por qué los manifestantes decidieron manifestarse en la explanada de rectoría? La respuesta de siempre es que se decidió en “una asamblea democrática”. La respuesta real, es que los liderazgos del movimiento tienen intereses que no necesariamente son los de la comunidad estudiantil. Las acusaciones hacia el rector son muestra fehaciente de que, más allá de las consignas académicas, la figura que pretendían denostar era a la máxima autoridad universitaria.

2- ¿Quién decidió que un grupo de choque llegara a la explanada, pudiendo, en todo caso, detener la movilización desde el mismo CCH Azcapotzalco? Todo indica que la intención de quienes resolvieron enviar a porros a disolver la manifestación, fue mostrarse ante los medios y la comunidad universitaria. El propósito era crear caos y sobre todo, exhibir la falta de control que las autoridades de la UNAM tienen dentro del propio campus.

Es decir que, a pesar de lo antagónico que pueden parecer la acciones e ideologías de agresores y agredidos, la finalidad de quienes verdaderamente mueven los hilos, era la de golpear mediáticamente al rector. ¿Para qué? Para promover un conflicto que escale hasta llegar al escritorio del presidente entrante, el cual, por ningún motivo permitirá que algo así le empañe su llegada, y en consecuencia, lo que esperarían los instigadores es provocar la remoción de las cúpulas que hoy ocupan las oficinas de la rectoría, pues el control de esta, es una muy apreciada “joya política”.

Ahora bien, es claro que tanto los jóvenes que protestaban en Ciudad Universitaria como los que les atacaron, fueron simples peones “sacrificables”; los manifestantes fueron llevados hasta ahí a sabiendas de que serían un blanco perfecto, y los porros fueron enviados a “desnudarse” frente a todos. Es de llamar la atención que los chavos alborotadores vistieran playeras que los identificaban perfectamente con las escuelas de donde provenían y que prácticamente ninguno tenía el rostro cubierto; simplemente los mandaron como kamikazes; puedo asegurar que esa organización de choque realizó su último acto, sin duda los ofrendaron en pos de obscuras utilidades políticas.

Para conocer a los autores intelectuales de lo acontecido en la UNAM, habría que buscar en las oficinas de ciertos personajes de partidos políticos (léase: PRD, MORENA y PRI), en las tribunas del estadio Olímpico,  así como en los pasillos de la torre de rectoría. La coyuntura que vivimos (cambio de poder político en el país, el 50 aniversario del movimiento estudiantil del 68 y el narcotráfico que se ha apoderado de zonas universitarias) es algo más que coincidente con lo que pasó y pasará en los adentros de la colectividad estudiantil.

La mejor forma de contrarrestar la desestabilización que algunos desean, es el castigo ejemplar a los agresores; reconocer a quienes, tanto en la manifestación como en la agresión, no son estudiantes de la UNAM; y realizar una investigación a fondo para llegar hasta los auténticos promotores de los reprobables hechos que, hoy, tienen a un joven en un estado de gravedad médica.