Tres países americanos han llamado la atención de manera destacada entre los analistas europeos.

El más atractivo es por razones de poderío económico y por la arrogancia de su mandatario es, por supuesto, Estados Unidos.

Los otros dos son Venezuela, especialmente por la visita de Michel Bachelet a Caracas bajo su encargo como representante de Naciones Unidas en materia de derechos humanos y de cuya revisión fue levantando las cejas, admirada por el deterioro de los ciudadanos, pese a que Nicolás Maduro hizo lo imposible por mitigar las versiones de Juan Guaidó, su opositor al gobierno.

México ha llamado la atención por los informes caóticos de su gobierno en materia de proyección económica, en donde las inconsistencias de los datos oficiales con la realidad y, sobre todo, la percepción ciudadana tienden a multiplicar el desconcierto.

En la prensa de países comunitarios, especialmente España, Portugal, Francia y Alemania, pero también en Rusia, dos asuntos llaman especialmente la atención entre los formadores de opinión pública: la cancelación de la construcción del nuevo aeropuerto internacional en Texcoco y, con éste, el anuncio de que sería inundado para rescatar la visión del Lago del Anáhuac. Pero no solo eso, el anuncio de sustituir el proyecto aeroportuario en el aeródromo militar de Santa Lucía, rodeado “de un terreno peligrosamente sinuoso y complejo para operaciones comerciales que exigen seguridad extrema por los volúmenes de pasajeros y mercancías que representan”, según coincide en citar la información mediática.

Aunque también llama la atención de que el gobierno de López Obrador, “que llegó al poder con uno de los apoyos de votantes más alto en la historia reciente del país, no ha cumplido con sus promesas de campaña”, especialmente la correspondiente a la lucha contra la corrupción.

Este es un asunto que especialmente destaca en Rusia. Aquí estiman que el popular mandatario mexicano ha sido incapaz de enfrentar al monstruo de la corrupción y que, como la hidra, devora cada uno de los intentos que se hacen desde el poder para enfrentarla.

Muchos consideran que, como lo ha establecido la dinámica del socialismo soviético, los vicios y el desgaste de la estructura socioeconómica construida por el PRI, del que abrevó el propio López Obrador, ya lo empezó a devorar, como ocurrió en Venezuela con Chávez y, peor con la ambición de Maduro, que ha hundido en la miseria a uno de los países más ricos de Latinoamérica, el cuarto productor mundial de petróleo cuya población tiene que sobrevivir con inflación de más de un millón por ciento anual y sin medicamentos, por mencionar lo menos.

Pero también con Donald Trump, que empieza a moldear al continente de acuerdo a sus intereses personales y que ha logrado que otros gobernantes se sumen a sus deseos, bien por mantener una sana vecindad en una fiesta inequitativa o por vocación, como lo trata de construir el presidente Bolsonaro de Brasil, quien no tiene rubor de hacer pública su admiración y por intentar moldear su régimen al estilo del de Trump.

Del caso mexicano, el desconcierto se centra en el hecho de que siendo López Obrador el político con más tiempo y trabajo en la consecución de los votos que lo colocaron en la silla presidencial, con más poder que sus antecesores, ahora se presente como un simple candidato político, con una imagen virreinal del poder y sin estrategia.

Pesa mucho que de su promesa contra la corrupción solamente existan promesas y nada de contundencia.

Eso, da muestras de que no hay estrategia.

Y como pesa el tema cuando se escucha esa idea desde lejos de la patria.