La Revolución Cubana fue un movimiento que en un momento inspiró a millones a soñar con el cambio, enfrenta hoy, al momento de la muerte de su dirigente, Fidel Castro, un balance decididamente agridulce.

De la Revolución no surgió un "hombre nuevo" y Cuba no se convirtió realmente en "territorio libre de América", como alguna vez proclamó Castro.

En cambio, la realidad de la isla muestra un panorama de claroscuros y me propongo examinar algunos de ellos.

Una de las frustraciones más notorias en una revolución que se inspiró en el nacionalismo ofendido por décadas de subordinación a Estados Unidos, se origina en la dependencia que siguió exhibiendo Cuba después de 1959.

Los "marines" estadounidenses ya no se pasearon más por La Habana, pero el castrismo nunca consiguió uno de sus principales objetivos: hacer que Cuba no volviera a depender de extranjeros más poderosos. Una de las frustraciones más grandes de la Revolución es que no ha logrado llegar a ser una potencia, un país poderoso y si bien ha tenido sus logros, no es su economía el poder que ellos habían pensado.

En las primeras décadas revolucionarias, los soviéticos reemplazaron a Estados Unidos en su influencia económica en la isla.Amparada en la retórica de la "solidaridad socialista", Rusia ofreció millonarios subsidios a la débil economía cubana, manteniéndola a flote en medio de su evidente estancamiento.

El grado de dependencia que llegó a desarrollar de sus patrocinadores soviéticos fue evidente después de 1989, cuando al desplomarse el comunismo ruso, terminó la ayuda del Kremlin a la isla y Cuba se vio inmersa en una catástrofe económica conocida con el engañosamente inocuo término de "Período Especial".

Una de las soluciones que se encontró para reemplazar la ayuda de los soviéticos, fue la de los dólares del turismo extranjero, aunque esto también revivió fantasmas de humillación que se creían desterrados por el orgulloso gobierno revolucionario.

Como contaban los visitantes a los nuevos y relucientes hoteles de Varadero que surgieron en la década de 1990, los cubanos que se veían en esos sitios eran sirvientes, no huéspedes.

Y, al igual que ocurre en casi todas las naciones en desarrollo, la llegada masiva a Cuba de turistas de países más prósperos puso en evidencia diferencias y jerarquías incómodas entre visitantes y locales.

Hasta el día de hoy, economistas aseguran que Cuba sigue dependiendo de ayuda extranjera para su estabilidad económica, en este caso el masivo subsidio que el gobierno chavista de Venezuela le ofrece a La Habana. Si no fuera por la relación económica con Venezuela, Cuba estaría en apuros.

Si de algo se enorgulleció la Revolución cubana en sus años iniciales fue de sus notorios avances en el campo de la educación y la salud.

En 1959 una de cada cuatro personas en Cuba eran analfabetos, uno de cada dos en el campo y menos de la mitad de los niños cubanos asistían a las clases. Veinte años mas tarde Cuba ayudaba con programas de alfabetización y educación en países como Angola y Nicaragua.

Cuba se convirtió en el primer país de América Latina en erradicar el analfabetismo. Y al educar legiones de médicos, disminuyó de manera dramática los índices de desnutrición, mortalidad infantil y casi cualquier otra medición de salud pública.

Sin embargo, las dificultades económicas que sufrió el país a lo largo de estas décadas se sintieron en los indicadores de bienestar en salud de la población.

Durante el Período Especial entre 1991 y 1994, por ejemplo, el país experimentó una epidemia de neuropatía óptica, afectando a 50.000 personas, atribuida al déficit en el consumo de vitaminas, proteínas y otros nutrientes que experimentó en esos años la dieta de los cubanos por cuenta de las dificultades económicas.

Aumentó la mortalidad por enfermedades como la tuberculosis y el consumo promedio de la población cayó de 3.000 a 1.800 kilocalorías diarias.

Pocos años después, al regresar la estabilidad a la economía, también retornaron a la normalidad esos indicadores nutricionales.

Pero hasta hoy prosiguen las críticas al sistema médico. Hoy algunas de esas críticas se han dirigido a la "exportación" de decenas de miles de médicos por parte del gobierno cubano a países como Venezuela, a cambio de considerables pagos en divisas para las autoridades en La Habana.

Una iniciativa que, dicen los críticos, ha llevado a que haya menos médicos atendiendo a los cubanos y que ha resquebrajado los niveles de atención a la población.

La adopción de reformas económicas orientadas al mercado durante el gobierno de Raúl Castro han aumentado el temor por la supervivencia de los logros sociales de la Revolución. Una preocupación que se ve acrecentada por una situación demográfica en la que Cuba tendrá una de las poblaciones más envejecidas del continente".

Una reforma social exitosa - que ya se inició - se tiene que basar en una reforma económica sostenible. Hay pasos importantes en este sentido: aumento de edad de jubilación, cierre de escuelas y hospitales no sostenibles.

No hay que olvidarse que se están llevando a cabo las reformas en un contexto difícil - no solo por la crisis económica global que afectó a Cuba en el turismo, precio de níquel, aumento de precios de alimentos, y otros, pero también la continuada política de las sanciones económicas estadounidenses.

Aunque hubo logros notables, especialmente en el sistema de salud y educación durante los 30 años de la sociedad comunista de Cuba, después, en los últimos 20 años, se han visto que esos avances no han sido perdurables. Ha habido retroceso en muchos indicadores, como el aumento de la pobreza.... Este sistema no ha sido sostenible a largo plazo.

Al entrar a La Habana el 8 de enero de 1959, los dirigentes de la revolución cubana contaban con la simpatía que les otorgaba la opinión pública tras derrocar a la dictadura de Fulgencio Batista.

Se habían presentado como una alternativa democrática, pero muy pronto comenzaron las recriminaciones contra el autoritarismo del gobierno revolucionario.

A los fusilamientos públicos de las primeras semanas del mandato de Fidel Castro, le siguieron el establecimiento de un extenso aparato de vigilancia interna, y con los años, la aparición de una disidencia cuya represión por parte del estado cubano rápidamente le quitó lustre a un gobierno que inicialmente había sido visto con simpatía por intelectuales progresistas.

El "Caso Padilla", el arresto de un conocido poeta a finales de la década de 1960, llevó a que muchos de esos intelectuales se distanciaran, quitándole a Fidel Castro una importante fuente de prestigio internacional.

Otro capítulo doloroso fue la creación de la UMAP, llamados "campos de reeducación" para homosexuales, quienes por décadas fueron perseguidos en Cuba.

A comienzos de la década pasada, la conocida "Primavera Negra" de 2003, llamada así tras el arresto de decenas de disidentes por las fuerzas de seguridad, llevó a que la Unión Europea revaluara sus relaciones con Cuba.

Y hasta el día de hoy, reiteradas condenas de Naciones Unidas acusan al gobierno cubano de negarles a sus ciudadanos libertades básicas.

Independiente de la situación de las libertades individuales, las autoridades revolucionarias se precian de tener indicadores económicos y sociales que envidiaría cualquier país en desarrollo, y que, aseguran, garantiza condiciones dignas de vida para todos los cubanos.

Lo que, para muchos, hace aún más doloroso el sostenido éxodo de parte de su población hacia otros países, particularmente Estados Unidos.

Es cierto que la emigración es una realidad que afrontan todos los países latinoamericanos, y que Washington le ha hecho especialmente atractivo a los cubanos abandonar su país.

Pero el hecho de que en las últimas décadas miles de ciudadanos de la isla hayan estado dispuestos a subirse a balsas y otros objetos flotantes precarios para cruzar un mar infestado de tiburones y llegar como refugiados a Estados Unidos, es la evidencia definitiva que muchos presentan para alegar que la Revolución está lejos de haber construido el paraíso socialista que alguna vez prometió.

El cúmulo de opiniones que el día de hoy podemos ver en los distintos medios de comunicación respecto a un mismo tema es enorme, y es por ello que me gustaría referirme a los periódicos en la antigua Roma.

Aunque el Acta Diurna, diario o archivo de Roma, se llevaba publicando desde hacía años, no fue hasta el 59 a.C. cuando Julio César decidió ir más allá y hacer públicos los temas y negocios tratados en el Senado vía Acta Senatus, el equivalente a nuestro diario de sesiones del Congreso. Más tarde, y a través de la Acta diurna populi Romani, se publicaron también las decisiones de asambleas populares y tribunales, avisos de subastas, nacimientos, fallecimientos, matrimonios, divorcios y otros acontecimientos sociales.

Aquellos primeros periódicos gratuitos se publicaban en unas tablillas en el Foro, centro neurálgico de la ciudad, para que todo el mundo tuviese acceso a las noticias de interés general (Acta Diurna y Acta Senatus) y, como hemos visto, a las del corazón (Acta diurna populi Romani). Y si a estas actas las podríamos equiparar con nuestra prensa, a los que las redactaban, los diurnarii, los podríamos denominar los periodistas de la antigua Roma.

Además, como la información siempre ha sido poder y en Roma la libertad de expresión no existía todavía, las noticias que se publicaban estaban controladas por las autoridades. Aunque inicialmente sólo Roma tenía el privilegio de estas publicaciones, pronto fue necesario realizar numerosas copias y hacerlas llegar a todas las provincias romanas.

Aun sabiendo que muchas noticias habían sido sesgadas parcialmente o, simplemente, eliminadas, el pueblo estaba muy interesado, ¡pero la mayoría no sabían leer! Para solucionar el problema del analfabetismo galopante, se instituyeron los praeco, los pregoneros encargados de recorrer la ciudad y “cantar” las noticias.

Eso sí, a partir de las primeras horas de la tarde que los plebeyos ya habían terminado su jornada laboral. Pero los praeco, funcionarios del Estado con horario de tarde, no eran los únicos que recorrían las calles vociferando, también lo hacían los strilloni, pregoneros que cotizaban en el régimen de autónomos contratados por los comerciantes y mercaderes para hacer publicidad de la apertura de nuevos comercios, productos a la venta, ofertas de 2×1 o rebajas.

Y para cerrar el círculo de los medios de información, estaban los subrostani que, a modo de freelance (free, libre y lance, lanza; que hace referencia a los caballeros medievales sin señor que se alquilaban por dinero) o puras agencias, vendían las noticias que decían conocer de primera mano. El problema de los subrostani era que te podían colar rumores y chismes por noticias contrastadas o, peor aún, vender noticias por encargo de terceros interesados. Y a imagen y semejanza de nuestros resúmenes anuales con las noticias más impactantes o relevantes, en Roma se editaban los Annales Maximi, normalmente copados de batallas, conquistas e inauguraciones de obras públicas.

No sé cuándo ocurrió, pero en algún momento de la historia los otrora llamados medios de comunicación se convirtieron en medios de opinión. Porque una cosa es informar y otra, muy distinta, crear opinión siguiendo la línea editorial marcada por el “color” de los que pagan. Cada vez hay más “opinólogos” (como les llaman ahora a los que opinan de todo sin ningún rubor) y menos periodistas. Desde esta humilde tribuna reivindico la vuelta de aquellos periodistas cuyas crónicas eran auténticas obras literarias.