Los recientes acontecimientos de Tlahualilpan, en donde un grupo de personas robando gasolina muere calcinado, muestran un rostro preocupante del pueblo mexicano: el de aprovechar las oportunidades para apropiarse de recursos que son del Estado y de todos los mexicanos. De este comportamiento ilícito y poco cívico se tienen evidencias abundantes, en diversos ámbitos de la vida pública; sin embargo, solo cuando suceden tragedias, como las de Hidalgo, cobramos conciencia de la gravedad del asunto. Habla mucho de la pobre educación cívica que tienen ciertos grupos poblacionales, así como de su falta de respeto a la propiedad ajena y a la autoridad, que un grupo de personas (incluyendo niños) se atreva a robar gasolina abiertamente frente a representantes de la autoridad (policías y militares), haciendo caso omiso a sus indicaciones de alejarse de los ductos peligrosos de gasolina.

Este comportamiento abusivo y rapaz se observó recientemente en un ámbito completamente distinto al anterior. A mediados de enero, en el estado de Veracruz, un grupo de personas se aprovechó del accidente de un vehículo que transportaba reses y que se volcó en la carretera. El pueblo no solo no ayudó al transportista accidentado, sino que se robó las reses, las mató y las destajó a cielo abierto para poderlas transportar. En esta ocasión las reses no eran propiedad del Estado, sino de particulares que se vieron afectados por este despojo ilegal. Son innumerables los ejemplos que se pueden dar y que muestran la forma de pensar y de actuar de muchos ciudadanos. Por ejemplo, hay personas que se roban abiertamente la electricidad de la CFE (con “diablitos”) en muchas ciudades de México; otros talan bosques que no son suyos; otros invaden propiedades ajenas para, después, venderlas o regalarlas; unos más se apropian de las vías públicas para instalar negocios propios o se adueñan de los espacios de estacionamiento de las calles, para cobrar por su uso; hay quienes venden o trafican con plazas de la administración pública y también venden sus servicios para que terceros eviten pagar aranceles aduanales e impuestos; también algunos cierran supercarreteras y cobran peajes para sus causas; otros más secuestran camiones o, bien, impiden el paso de los trenes que llevan carga. En muchos casos, este robo o abuso a la nación (y a los privados) se hace con la complacencia de las autoridades y, en otros casos, con su entera complicidad. Este comportamiento anómalo de los ciudadanos y de los servidores públicos mexicanos se ha instalado progresivamente en la cultura del mexicano que, ahora, se ve con toda normalidad como parte del escenario nacional: las personas no se sorprenden y las autoridades no lo castigan. En este escenario no es de extrañar que florezcan negocios ilícitos, como la compra y venta de la gasolina robada (huachicol) en los que participan, no solo el crimen organizado, sino también la iniciativa privada y grupos poblacionales.

La cultura de tomar como propio lo que le pertenece a la nación se ha arraigado profundamente en nuestra sociedad. Y esto no tienen nada que ver con el neoliberalismo, sino con la negligencia de las autoridades, la conveniencia de las personas y la corrupción que corroe tanto al sector público como al privado.

Me pregunto: ¿qué experiencia educativa le deja a un niño participar con sus padres en el robo de gasolina, reces, electricidad, predios, árboles, plazas y espacios públicos? La respuesta es una: la de creer que se tiene el derecho de apropiarse de lo ajeno (especialmente, si es del Estado) y actuar en consecuencia, como fue el caso de Tlahualilpan. Revertir esta falsa creencia en las personas adultas es una tarea muy difícil de lograr. Por ello, el gobierno tiene la obligación y la enorme tarea de inculcar valores cívicos y ciudadanos a los niños desde una edad muy temprana. La educación debe ser el instrumento para lograr este propósito. Sin embargo, si lo que se aprende en la escuela es disonante con lo que se observa y se aprende en el hogar y en la comunidad, será prácticamente imposible lograr este cambio de mentalidad en los mexicanos; por lo menos, a corto y mediano plazos.

 

*****El autor es Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa, A.C.