Me ha pedido un buen amigo, director de teatro, que traduzca para su posible puesta en escena, una obra de género histórico: Three Days in May, (2011). El autor es Ben Brown y ya lo montaron alguna vez en México con regular fortuna, porque el actor principal se parecía más a Porfirio Muñoz Ledo que a Churchill (y del británico Porfirio nada más tiene el buen gusto por el whisky y algunas puntadas intrascendentes).

La trama de la obra gira obviamente en torno a Winston Churchill y a las discusiones del gabinete de guerra británico de 1940. Todo un modelo de negociación política. Enfrenta al lector o al espectador con dilemas éticos de gran calado y la presencia dominante de un Primer Ministro con innumerables defectos, que no le restan méritos para ser uno de los más grandes hombres que hayan pisado la tierra.

Churchill era desaforado, con rasgos de bipolaridad que lo tornaban un ser sensible y en el fondo cariñoso, detrás de una máscara de extravagancia británica. Las confrontaciones personales con su inclemente adversario en el parlamento, Neville Chamberlain, fue una ruda pugna soterrada, que rubricó Churchill con un gesto de magnanimidad cuando, a pesar de vencerlo (le arrebató el cargo de Primer Ministro durante la Segunda Guerra Mundial), dejó que por un tiempo su rival siguiera viviendo con su esposa en el 10 de Downing Street.

Nada qué reprocharle al autor de “3 días en Mayo”, Ben Brown, periodista de Time Inc, donde además es editor en jefe. Si acaso objetaría algunos detalles. No es verdad que Churchill llegase siquiera a pensar en negociar con Hitler, a través de Mussolini. Este plan lo orquestó el Ministro de Relaciones Exteriores, Lord Halifax, pero se topó con la necedad legendaria de Churchill, duro como una roca.

Otras objeciones mías a la obra, tienen que ver más bien con los hábitos de Churchill. Por ejemplo, que adoraba el whisky. El chisme es cierto. Pero no solía tomarlo derecho sino rebajado con agua corriente. Y antes que un single malt, prefería el Johnnie Walker, Etiqueta Negra. ¿Por qué teniendo posibilidad económica de hacerlo, no prefería un Blue Lable? Es un misterio.

Es cierto que Churchill despreciaba el Jack Daniel's, hasta que en un viaje por EUA en el tren presidencial de Franklin D. Roosevelt, éste lo convenció de su destilado nativo. Que a Churchill le gustara de verdad la bebida gringa o solo lo hizo por mera diplomacia con su homólogo (no le quedaba de otra), eso quedará como otro gran misterio histórico.

Por otra parte, acierta el autor al poner en los labios de Churchill el habano Romeo y Julieta, que el británico aprendió a fumar desde sus incursiones como joven corresponsal de prensa de la guerra española con Cuba. Por cierto, el Romeo y Julieta sigue siendo, para mi, mucho mejor tabaco que el Cohiba, al menos el que se vende hasta la fecha en La Habana o Santiago. Aunque de habanos sabe más que yo mi primo Ramiro González.

Finalmente, más que gritón, Churchill era irónicamente tajante. De ahí su consejo a un general que vociferaba órdenes desde el cuarto de guerra, en mitad de uno de los bombardeos alemanes a Londres. Churchill intentaba hacerse oír entre las explosiones ensordecedoras hasta que pudo acercar su boca a la oreja del subordinado: “señor general, hágame el favor de no perder nunca el estilo”.