Canta, oh Tinder, la cólera del ser soltero; cólera funesta que causó infinitos males a los feos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes que dieron superlike y pensaron que era un gesto romántico. (Homero ft. Fernando Irineo)

En el mito de la caverna, Platón nos enseña los distintos niveles epistemológicos pero también nos señala aquel asunto tan discutido sobre la existencia de la realidad y si lo que creemos que es real, de facto existe. Primero hay que imaginar personas que ven sombras y consideran que allí, en esos espejismos yace la verdad. Uno de ellos es liberado, descubre que su vida ha sido un engaño, solamente veía sombras que el fuego retrataba; sale de la caverna y descubre los colores, las texturas y  la verdad máxima: el Sol, que todo lo ilumina y que nos permite distinguir entre la oscuridad de la ignorancia y la lucidez de la razón. Vuelve a la caverna para decirle a los demás que están siendo engañados y es odiado hasta la muerte por sus incrédulos semejantes.

Tinder es una aplicación para conocer personas. La dinámica es muy simple: Subes unas fotografías, escribes algo de información y esperas a que alguien se interese en ti. Al coincidir en el gusto, inicia la posibilidad de una conversación. Se dice que es una aplicación destinada a relaciones casuales, corporales pues. La mayoría de las personas que busca algo serio aclara en su biografía que no quiere un encuentro fugaz.

Entonces nos convertimos en escaparates, nos vendemos y vemos al resto de los seres humanos desde una perspectiva estética. Si está guapo/a le doy like, si luce demasiado bien le doy un superlike y si no está a la altura de mis expectativas lo descarto con un tache. El mismo tache o equis (x) con el que cancelamos un texto que no nos gusta o se califica la mala conducta de un infante en el kínder.

Conocer gente en Tinder provoca, de acuerdo a mi precaria experiencia, rechazo por parte de quienes piensan que es una forma patética de interactuar con otros seres humanos o de diversión al no tomar con seriedad la posibilidad de encontrar verdadero romance en una red social.

Somos las sombras de nuestros afectos y necesidades, andamos por las sendas de la tecnología buscando lo que en el mundo que consideramos “real” no es visible. Nos gusta lo impersonal, la falta de compromiso y coexistir en la fugacidad de esto tan extraño que llamamos tiempo. Tinder, por tanto, presenta una opción perfecta para terminar con la soltería o con la soledad. Es cierto, hoy, la líquida posmodernidad ha trastocado nuestras relaciones sociales al punto de convertirnos en seres repugnantes que desean por imágenes, por ilusiones, que bien podrían ser producto de photoshop o de una sola buena toma y que no reflejan lo que verdaderamente somos.

Hay un poder extraño en reconocer la belleza de otros, un poder que quizá hemos trivializado y aunque lo enfocamos a una finalidad “erótica” o quizá “agápica” en realidad volvemos a la objetivación, la cosificación del ser para un propósito bastante egoísta. Cuando uno desliza el dedo para decidir que quiere o no  vincularse a otro ser, movemos los hilos del destino y en aquel acto demiúrgico podemos perdernos y hacer perder la dignidad a otros. Es aceptar ser nulificados mientras nulificamos o exaltamos a los demás. No es un juicio moral, tampoco estético. Cada quien decide la forma en la que vive la comodidad de la ilusión. La cuestión es no volverse adictos a lo impersonal, a usar los taches en los seres humanos.

¿Qué busca el ser solitario al mirar fotografías de otros seres? ¿El amor verdadero? ¿El aniquilante instante orgásmico? ¿La satisfacción de saberse reconocido y deseado por otros? ¿Dónde quedaron los avances de la revolución sexual? ¿Dónde los alcances reformadores del feminismo? ¿Dónde quedó la realidad de la seducción?

Salir de la caverna y volver para decir que hay un mundo más allá de nuestros Smartphones es un heroico acto suicida. En Tinder encontré excelentes amistades, nada más. El amor se encuentra más allá de los adminículos tecnológicos, el amor trasciende el encuentro. Quizá, citando a Octavio Paz, nuestro destino es buscar.