Esperaba escribir sobre la actuación de los candidatos presidenciales en los debates hasta que terminara el tercero de los encuentros, sin embargo, en vista de lo ocurrido el pasado domingo y de que muy difícilmente los aspirantes cambiarán en algo sus posturas, comparto algunas opiniones respecto a lo que, hasta el momento, han (o no) demostrado los cuatro personajes que hoy compiten por gobernar México.

Ricardo Anaya ha demostrado ser un ávido lector (sobre todo de los libros de López Obrador); sus exposiciones en los debates se basan en citas que escribió AMLO y en cartulinas que muestran desde gráficas indescifrables hasta portadas de revistas editadas a conveniencia. El panista ha hecho lo que la lógica política marca: atacar al puntero en las encuestas. El problema es que para que dicho ataque sea válido, se requiere contar con autoridad moral, cuestión que Anaya dista mucho de tener. Y es que sobre Anaya continúan las sospechas de lavado de dinero; si bien es cierto que la PGR no ha consolidado un expediente en su contra, también es verdad que el caso no está cerrado. A lo anterior hay que sumarle su fama, bien ganada, de ser quien, a través de promover deslealtades, terminó de dividir al Partido Acción Nacional, y, con ello, provocar el desánimo de cientos de militantes y simpatizantes albiazules.

José Antonio Meade sigue dando tumbos intentando demostrar que no es priista, que su pasado es intachable y que tiene experiencia en la administración pública. Pero para su infortunio, nada de lo anterior le ha funcionado. Meade es un priista en todas sus formas posibles; su participación, ya sea por omisión o corrupción, en la llamada “Estafa Maestra”, en la que se triangularon millones de pesos a través de Hacienda, SEDESOL y Universidades públicas, es una enorme mancha que le marca su pasado; en cuanto a su experiencia, basta mirar las cifras de pobreza en el país, simplemente con eso podemos dar cuenta de que su paso por el gobierno (Hacienda, SEDESOL) no le ha redituado en nada bueno a los ciudadanos.

Andrés Manuel López Obrador continúa con ambigüedades; su retórica no va más allá de manifestar que todos los males que aquejan al país se resuelven a través de dar un ejemplo de honestidad; no hay explicaciones a fondo de cómo se erradicará la pobreza, la inseguridad, la corrupción y la impunidad. En tal contexto, el tabasqueño promueve su candidatura basado en una supuesta integridad que él mismo se ha adjudicado. AMLO se nota incómodo al debatir, un tanto por la soberbia de quien se sabe ganador, otro tanto por el esfuerzo para controlar sus impulsos autoritarios y un mucho por el evidente desconocimiento de ciertos temas. Queda confirmado que para Obrador lo ideal son los escenarios donde tiene el control absoluto, donde no hay cuestionamientos, donde la muchedumbre aplaude y corea su nombre sin chistar.

Jaime Rodríguez, alias “El Bronco”, se ha venido a convertir en algo así como el “tío borracho en la fiesta de XV años”. Con su actuar, el neoleonés reafirma la idea de que no debiera estar en la contienda, y no solo es por las trampas (travesuras dice él) que llevó a cabo para llegar a ser candidato, sino porque sus propuestas son incongruentes y rayan en lo cómico. Siendo un aspirante sin ninguna oportunidad de conseguir ni siquiera el 5% de la votación total, no sería sorpresa que, al igual que Margarita Zavala, decida en algún momento retirarse de la contienda, no sin antes buscar obtener alguna prebenda de parte de uno de los otros tres contendientes.

Total que estamos ante una elección en la que los candidatos para nada se muestran como grandes estadistas, y sí iguales a los políticos advenedizos que siempre hemos padecido. Sostengo que ganará Andrés Manuel, pero esto será provocado, en un gran porcentaje, por un desánimo social ante lo que representa Anaya y Meade.

Estamos ante la última oportunidad de una transición democrática y de un cambio político pacífico. Por desgracia, pareciera que los candidatos no lo ven así, para ellos, los chistes baratos, las descalificaciones burdas y la cerrazón ideológica vale más que el futuro de México.