En una carta le preguntaron al incrédulo filósofo Bertrand Russell cómo iba a actuar si el día del juicio final dios le reprochaba su ateísmo. Respondió el ganador del Premio Nobel de Literatura de 1950: “Me defendería preguntándole al señor por qué dio pruebas tan insuficientes acerca de su existencia”.
No son contundentes, de ninguna manera, las pruebas de la existencia de dios, ni siquiera las más elaboradas, esto es, las de los doctores de la iglesia, que alguna vez leí son 33 eminentes santos que todo lo sabían (o inventaban, para ellos daba lo mismo) como San Agustín, Santo Tomás y San Isidoro de Sevilla.
Lo peor es que, ni duda cabe, los propagandistas de la existencia de dios no solo han dado argumentos más o menos filosóficos, sino también, para convencer a las masas, han difundido historias ridículas como la del Arca de Noé.
Es lo que pasa con las pruebas del fraude electoral. Las presentadas hasta ahora no son suficientes. Y lo peor, a la fragilidad de sus argumentos los líderes de la izquierda mexicana decidieron sumar sus propios animales sagrados, sí, como los que puso a salvo el profeta en el diluvio universal.
Si en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hay gente seria, pues…
Así, de plano, no se puede.