El cinco de junio es para mí un día de duelo personal. Cada día que veo a mi hija me recuerda que casi una centena de niños de su edad fueron víctimas de un dolor infernal que dejó una estela de desesperación, llanto y sufrimiento que hasta este día no terminan.

La corrupción y el tráfico de influencias lastimaron parte más vulnerable de la humanidad. Pero la impunidad rampante y alegre es la que destrozó el estado de derecho en nuestro país. No fue la violencia que se desató después. Tampoco los maestros de la CNTE o la CETEG. Fue el cinismo y el descaro del gobierno de Felipe Calderón quien protegió a los dueños de la guardería y funcionarios del gobierno estatal, responsables directos o indirectos de la tragedia. Empleados menores fueron utilizados como chivo expiatorio.

Hermosillo hoy llora y sangra. México está de luto y sigue en pie, exigiendo justicia. Una justicia reservada sólo para quien pueda pagarla. Un artículo de primera necesidad llevado a artículo de lujo. Seis años de sentimientos encontrados, entre los que no figura uno: el  perdón.

Lo que originó la tragedia de la guardería ABC es simplemente imperdonable.

Y no es suficiente un moño negro y una bandera a media asta. Es necesaria la justicia, que aunque tardía, llegue, para que los bebés, nuestros bebés descansen en paz.

Dios bendiga a los bebecitos de ABC.