Extraordinariamente elocuentes las dos escenas (recuerdan las fotos de hace años del Bill Clinton con bastón, posando con los diferentes presidentes de los partidos mexicanos, y en absoluto hacen memoria a la infinidad de boleros para melancólicos interpretados por sinceros boleristas trasnochados con el tema del “beso”, como sugieren algunos columnistas):

1. Sicilia besa a Peña. El priista no tiene opción u objeción y se deja hacer, como Beltrones, como Calderón. Se deja besar sin mirar a los ojos al padre-víctima. Beso símbolo del encuentro entre quien reclama y quien supuestamente escuchará o entablará el diálogo: un beso tan aparentemente indescifrable, de múltiple interpretación.

2. Sicilia intenta besar a AMLO. El candidato de la izquierda evade el beso, le mira a los ojos y le arrebata un enorme abrazo fraternal. Obrador denota que desea establecer una comunicación directa, sincera. No necesita la foto de los besos para ello.

¿Un beso que responsabiliza, que ironiza, que acusa, que establece complicidades, que…?

Demonio, Ángel o Querubín, Javier Sicilia ha buscado desde su discurso empatar a todos los políticos. Y lo ha logrado con sus besos, de la naturaleza que sean. Ha besado a cuantos ha podido.

En el encuentro con los candidatos presidenciales, critica a todos y elogia a quien representa parte de lo peor de México, Gabriel Quadri, el candidato del partido de Gordillo. ¿Y dónde quedó la coherencia? Algunos aun sugieren que utilizó el intento poético con Peña –el corazón y esas cosas- y la rudeza contra AMLO; lo consabido.

Vázquez Mota acepta la responsabilidad sangrienta del panismo, pide perdón a título personal y es un capítulo ya cerrado para los mexicanos al menos en términos de la pesadilla (muy pronto lo será).

Peña Nieto, protagonista del mejor beso de Sicilia durante el encuentro –beso largo, extendido a los límites de la sensualidad involuntaria, quizás a causa de la cámara-, acepta parcialmente la responsabilidad de su priista temple represivo: Atenco.

López Obrador rechaza el ser igualado con los demás políticos. 35 años de lucha social le respaldan para estar fuera del saco. Niega el autoritarismo y mesianismo del discurso de Sicilia tomado de los remanentes del 2006; de Enrique Krauze.

Consciente del drama de origen, López Obrador acepta con voluntad y sin condiciones los planteamientos del Movimiento por la Paz y la Justicia. Ha dado en el pasado reciente muestras fehacientes de ello. Al grado de sugerir candidaturas al senado al propio Sicilia y a Julián Le Barón (interesantísima documentación, por cierto, de Julio Hernández sobre este personaje y su estrecha vinculación con uno de los hijos de Carlos Salinas).

Sin embargo, estando las aguas tan claras, Sicilia dice que votará en blanco, anulará su voto o algo por el estilo. Está en su absoluto derecho, ¿quién dice lo contrario? Pero, ¿tendrá el derecho de llamar a otros a actuar de la misma manera? ¿Está en su derecho de no dar una opción, una “esperanza” a sus muchos o pocos seguidores? ¿A quién beneficiará finalmente el voto nulo o el no votar? Hoy, ya habiendo cumplido su íntimo deseo de expresar cuanto ha querido a los políticos -incluso el haber otorgado todo su reconocimiento a Calderón y haber recibido a cambio el desdén y el olvido públicos-, ¿no tiene una voz de aliento a quienes creen en él? ¿Se vale citar histriónicamente a Octavio Paz y no actuar en consecuencia?

El mejor espíritu del ex movimiento del otrora Poeta (dice que se ha retirado de la poesía), pasó de largo el 8 de mayo de 2011. No quiso apresarlo, hacerlo suyo para bien propio, de su causa y de México.

De cualquier manera, para la dinámica de quienes desean un cambio para el país será pertinente, oportuno, dejar una puerta abierta, un abrazo siempre fraternal al poeta y, sobre todo, a la poesía. Muchas cosas podrían suceder de aquí al primero de julio, inclusive, que la poesía vote.