Siempre, desde muy niña me han entusiasmado mucho las fiestas patrias, y eso es raro porque vengo de una familia en mi niñez donde no se acostumbraba celebrar la noche mexicana, a lo lejos escuchaba los cohetes y me llenaba de emoción. Me bastaba con ver el festejo por televisión. Mirarlo los ojos a mi padre desorbitados viendo por televisión el desfile militar, o asomándose por la azotea para ver los aviones militares danzar por el aire, creo eso se me quedó impregnado en mi alma y en mis venas. Él amaba tanto a su país, igual que yo. Y ese amor se hereda.
Cuando fui volviéndome adulta, para mí ver el grito de independencia de los presidentes en turno, en aquel maravilloso balcón del Palacio Nacional era convulsionar totalmente mi piel y que toda ella se erizara...
Sentía el pecho explotarme de orgullo.
Pero claro, antes siempre existía el magnífico preludio para esa fecha y era que desde el día primero de septiembre ya veías las casas adornadas con banderitas mexicanas. Algunas casas adornadas con papel picado tricolor, banderitas chicas o enormes banderas pegadas en las ventanas o en balcones.
Los coches no eran la excepción y muchos de ellos portaban una banderita mexicana en la parte de las antenas para radio. (Claro, estoy hablando de los ochentas cuando los coches necesitaban antenas.)
Hoy nada de eso queda.
Se ha quedado suspendido en el aire la emoción y el júbilo por celebrar el 15 de septiembre. El presidente dice que hay un ambiente de felicidad. Pero ese discurso lo utiliza para hacerle creer a los demás que eso es verdad. Pero al menos, en la cuadra en la que vivo solo hay una banderita mexicana colocada y hoy yo pondré la mía.
Porque sí… de pronto pensé que no valía la pena adornar mi casa con motivos patrios. Pero no quiero sumirme en esta tristeza, al menos no en este mes, y en esta apatía de sentirnos tan lejanos de ser felices por ser mexicanos.
Lo que sí no pienso hacer, es ver la noche del 15 de septiembre el “grito” del presidente.
Prefiero retomar algún video en YouTube de presidentes pasados en donde no habían acarreados para llenar el Zócalo, sino familias enteras que se congregaban por su propia voluntad para vitorear el increíble ¡Viva México!
Y menos con la visita de Evo Morales me dan ganas de sintonizar la televisión, nada más de pensar en su presencia me deprimo.
Sin embargo, ese día tengo ganas de volver a sentir la magia que durante toda mi vida sentí por las fiestas patrias.
No voy a permitir que nadie me quite esas ganas de sentir júbilo al menos esa noche.
Pero para eso la fórmula perfecta es no tener que saber nada del presidente en turno.
Porque la fiesta del 15 de septiembre es su fiesta, no nuestra.
Porque él grita para sí mismo, no por los héroes que nos dieron patria y libertad.
Grita para él, porque él se siente el héroe.
Es su fiesta, insisto, y hay un dicho que dice que nunca vayas a lugares donde no eres invitado.
Yo no me siento invitada por él.
Pero que eso no sea motivo para bajar el ánimo.
Pongamos una banderita en nuestras casas.
Esa ilusión y emoción de ver a los comerciantes en cada esquina vendiendo banderas y artículos patrióticos, fomentémosla también consumiéndoles productos. Es su mes más fuerte y no por una persona, vamos a dejar de ver por los demás.
Que nadie nos apague la ilusión de un México mejor.
Todavía faltan algunos días para la noche mexicana pero desde ya ansío gritar ¡Viva México!
Es cuanto.