Un ex consejero del INE que cada dos años cambia de especialidad y un inteligente politólogo, hijo de renombrado político de los viejos tiempos, escribieron sendos artículos advirtiendo a todos que, de aprobarse el Plan B y no ser declarado inconstitucional por la Corte (no dicen si en todo o en parte), la democracia en México habrá dejado de existir o, en todo caso, es cuestión de tiempo para que así suceda.
En los textos hay algunas afirmaciones que, por lo menos, requieren ser puestas en duda (así como les gusta a los académicos, disque). Se dice que el cambio a la ley secundaria es la culminación de un plan que desde el inicio del sexenio fraguó el presidente para “hacerse con el control total del Estado”. Y que el temor del presidente es porque su sexenio terminará mal en todo y no puede arriesgarse a unas elecciones con piso parejo.
En otra parte, se dice que la reforma pretende convertir al INE en una institución inoperante en los hechos, y que eso demostraría que la ley puede convertir a la Constitución en letra muerta, cuando convenga.
Veamos: no es que el partido en el poder o el gobierno no pretenda extender todo lo que se pueda su poder y su proyecto. Me pregunto si alguna vez ha habido uno que pretenda lo contrario; es decir, que busque que otro, antagónico en lo político y en lo personal, lo suceda.
Sorprende esta falsa ingenuidad de un académico que sabe de sobra que la naturaleza inherente del poder es la de tratar de concentrarse y perdurar, en todos los espacios que pueda. Lo segundo que requiere moderación es lo de que el presidente, en el momento en que reduzca la estructura del INE, se hará por completo del control del Estado. Esto echa mano de la mitología política nacional en la que, se supone, hubo alguna época en la que el presidente lo podía todo y lo decidía todo. Esto tampoco fue así. A veces el presidente se echaba la culpa de cosas para que al menos pareciera que las había decidido él - de que alguien tenía el control de las cosas, en lugar del caos que suele ser un país como México, demasiado grande, demasiado pobre, con demasiados mexicanos que ven la ley como opuesta a la justicia, a su justicia-.
Resulta que ese gran poder imaginado se topa con pared, cotidianamente, en aquellos ámbitos donde la gobernabilidad es escasa, como la seguridad, la parálisis a nivel estatal y municipal, o la corrupción de tres pesos en materia inmobiliaria. Paradójicamente, creo que este gobierno, en una estrategia que me parece arriesgada, ha minado la capacidad del Estado, propiamente hablando, para todo.
Al demoler aparatos burocráticos y optar por la confrontación directa y la vacancia de ciertos órganos reguladores, sus instrucciones o planes no llegan a cumplirse cotidianamente; por eso el discurso debe adecuarse frecuentemente a la realidad para encuadrarla de modo que su buena fe no quede en duda, pero sus obstáculos tampoco.
La idea de que una ley que viola de manera abierta la constitución puede convertirse en un hábito del poder, es un tema más complejo y provocativo. También ha sucedido desde siempre, y para eso existe el amparo y los otros mecanismos de control constitucional.
Cada amparo contra ley concedido, que se cuentan por miles cada mes, es un ejemplo de una ley inconstitucional que está vigente. Para eso está la SCJ, y estirando un poco la liga, también los jueces ordinarios, si se trata de hacer control convencional; quizás se argumente que al transgredir principios que garantizan elecciones libres y limpias, se está violando un derecho político, que ya es derecho humano.
Habrá que ver. Al final, y con la última elección de Tamaulipas con el candidato de Morena quedándose con el 70% de los votos, pareciera que miedo, como tal, no debería haber del partido en el gobierno de perder en 2024. Se puede hablar de los riesgos que conllevará la nueva legislación electoral para que la organización de futuras elecciones.
Es probable que, efectivamente, veamos algo semejante a lo que pasó con la revocación de mandato: menos casillas, cuellos de botella, controversias judiciales desde antes de los comicios por asuntos presupuestarios. Pero de ahí a mostrar esto como el camino hacia la dictadura, de quien sea, hay un abismo. Otra vez, lo malo no es la postura, sino el lirismo que, por exagerado, no dimensiona los verdaderos casos de intentos totalitarios, que en la historia sobran y no se parecen nada a esto que vivimos.
Creo que en el fondo lo que hay es el enfrentamiento entre dos conceptos de democracia: el de la democracia deliberativa y el de la democracia mayoritaria. En el primero, las minorías tienen mayor peso, reconocimiento y capacidad de acción, pese a que son minorías. En la segunda, el que gana las elecciones lo gana todo, y hoy está mal vista, porque esta es la era de las minorías. Puede existir la visión de que un poder con contrapesos es un poder feudal, y no democrático. Que se crea que las minorías (políticas, sociales, de otra índole) no merecen protección. Eso es peligroso, y una democracia que se convierta en persecución de las minorías, es una degeneración política incompatible con los derechos humanos. Pero entonces díganlo así, no es necesario recurrir a dramatismos ni payasadas.