“…donde se nos hace pensar sobre la vida, sobre el lugar donde venimos y aquel hacia donde vamos; donde se nos plantea quienes somos y donde más de una vez se permite que la justicia y la libertad salgan victoriosas y nos llenen de felicidad.”

Santiago Posteguillo, ‘La sangre de los libros’.

“La sabiduría es la única libertad”.

Séneca

Estos pasados días he tenido oportunidad de saborear algunos textos cuya lectura, por distintos motivos, había dejado rezagada. He encontrado revelador, además de entretenido a grado sumo, “La sangre de los libros” de Santiago Posteguillo (poco más de 200 páginas), el recorrer en este escrito por diversas reflexiones ——reales o imaginarias, ¿acaso importa?— que hace el autor. Todas estas relativas al sufrimiento que hubo detrás de la redacción, pero también del rescate, de distintos portentos de la literatura que a lo largo de la historia de la humanidad nos han sido heredados. Sí, en ocasiones, ‘cuesta sangre’ el que las cosas que valen la pena vean la luz del día.

No pude evitar relacionar algunos de los pasajes de este viaje literario con nuestra realidad nacional. Deformación de una ‘formación profesional’, supongo yo; una que le llaman ciencia política…

Y así, cuando Posteguillo relata la intervención que hace la parte acusadora en el juicio contra Lucio Archia, maestro de retórica de Marco Tulio Cicerón (62 a. C.), pensé de inmediato en nuestro presidente quien todas —o casi todas— las mañanas, recargado detrás del atril en el Salón de la Tesorería, está denostando a intelectuales, periodistas, ex funcionarios, empresarios, integrantes de lo que se conoce como ‘la clase media’ mexicana. Compruébenlo ustedes mismos, aquí un extracto de ese apartado:

<i>“…durante un largo rato, consumió el acusador las diferentes clepsidras o relojes de agua que tenía asignados para su intervención, reiterando una y otra vez los argumentos expuestos, como si a fuerza de martillar con las mismas ideas fuera a conseguir esculpirlas en la cabeza de todos los que se habían reunido aquella mañana en la basílica.”</i>

“La sangre de los libros” de Santiago Posteguillo. Booket México. 2017.

Un ejercicio que domina —no sé si eso equivalga a la maestría— Andrés Manuel López Obrador, pero que para ser absolutamente francos ya termina por cansar. Este lunes o martes o miércoles, ¿a quién le tocará el turno de ser enjuiciado desde la palestra matinal de Palacio Nacional?

Hay quienes desde allí han sido acusados en repetidas ocasiones (Carlos Loret de Mola, Joaquín López Dóriga, Raymundo RivaPalacio, por mencionar unos) —por supuesto sin mediar sentencia judicial alguna, pues ya sabemos que basta la palabra del ejecutivo federal para echar a andar todo el sistema gubernamental, por no decir los insultos de un buen número de sus seguidores.

Algo parecido a lo que relata el autor de la novela referida cuando escribe sobre la tercera condena a muerte que recibió Séneca, eso por ahí de la primavera del 65 d. C.: “Es el único escritor que conozco que fue condenado a muerte tres veces, por tres emperadores diferentes. Es lógico concluir que no se mordía la lengua.” No está de más decir que yo en lo personal conocí muy bien a otro, escritor mexicano me refiero, que fue mandado al paredón en varias ocasiones por distintos caudillos de nuestro país (aunque también de España). Pero divago…

Y, bueno, no es que equipare a, digamos, Enrique Krauze —por mencionar otro caso varias veces traído a colación en el sermón diario del ejecutivo federal— con Lucio Anneo Séneca, a AMLO con el emperador Nerón o a Ana Elizabeth García Vilchis con el joven pretoriano que llega a cobrarse la vida del filósofo por órdenes del emperador romano, pero similitudes ciertamente sí las hay, pues el autoritarismo —no importa el lugar y el tiempo— siempre se parece… “El senador, escritor y filósofo había sido preceptor de Nerón y, durante los años iniciales de su gobierno, su principal consejero. Éste es el periodo que se corresponde con los años de buen gobierno del emperador. A medida que el joven Nerón se hizo más independiente en la toma de decisiones —y más lunático—, la influencia de Séneca fue disminuyendo”. Y es que el abuso de poder radica en que el gobernante, ‘desde el poder’, actúe como si fuera un ciudadano más. Que invoque sus libertades, entre ellas las de réplica y de expresión, pretendiendo hacer creer que él está en igualdad de circunstancias que el resto de sus súbditos... Y de allí la palabra autoritario.

Pero cosa curiosa, como bien dice Posteguillo, muchas veces uno es grande o pequeño en lo que se hace en función de los enemigos. Y, en ese sentido, si a López Obrador le molesta lo que escriben o relatan comentaristas, académicos, escritores, personalidades varias, a quienes tacha —entre otras caracterizaciones— de poca cosa” y de “sacar el cobre”, pues ya nos podemos imaginar el diminuto tamaño de nuestro actual presidente, ese al que la misma cuarta transformación lo llama ‘Ya sabes quien’.

Para no referirme a AMLO de esa manera tan fea es que yo me inclino a pensar que si el primer mandatario tanto se queja de sus críticos, es que algo hay de verdad detrás de los cuestionamientos que formulan estos. Y que esta verdad de algunos de los que retan al régimen, no es más que una forma de sabiduría contemporánea. Sabiduría que debemos preservar, cuidar y de la que mucho podemos aprender. Santiago Posteguillo diría:

<i>“Alguien que hizo que le temieran sucesivamente tres emperadores romanos tuvo que ser muy especial. ¿Qué escribió que tanto incomodó a Caligula, Claudio y Nerón? Allí están sus obras y sus famosas sentencias. Seneca sabía más que nadie de poder, traiciones y corrupciones. Por eso leerlo hoy en día sigue siendo tan importante. Su sabiduría aún puede hacernos libres.”</i>