Hace algunos años, tuve la oportunidad de platicar con funcionarios del poder judicial de Costa Rica o República Dominicana, uno de esos. Como yo era mexicano y estábamos en otro país, su modo de hacer conversación fue preguntarme cómo podía yo vivir en un lugar tan violento como México.
Les expliqué que ser frontera con EU nos volvía el último filtro para el paso de drogas, y lo que eso implicaba. Pero a propósito del asunto, les pregunté cómo combatían ellos el trasiego de droga que venía desde otros países sudamericanos, “No lo combatimos”, me contestó el sujeto, con la mayor naturalidad. Claro que por eso podían presumir que sus policías andaban en triciclo, todo el dinero se iba a “la educación” y tal.
Y si se revisan las políticas de seguridad para frenar el narcotráfico en los países que son ruta desde Colombia a México, se verá que, normalmente, son débiles o hasta inexistentes. Porque no les importaba que la droga pasara por ahí mientras no se vendiera ahí ni se produjera violencia. Han pasado al menos 10 años, y nos enteramos que el gobierno de Guatemala está preocupado de que la captura de Ovidio Guzmán desate violencia en la frontera sur, es decir, la norte de ellos.
Sigue implicándose la idea de que el tráfico de drogas en el continente es un problema exclusivo de México y Estados Unidos; que todo lo malo va de aquí para allá. Más bien el gobierno de ese país debería tomar todas las precauciones para que sus soldados de élite no vayan a caer en la tentación de voltearse al estar en contacto con tanta violencia y con tanto dinero que parecen no tener fin (ese fue el origen de los Zetas en México).
Esperemos que estén conscientes de este riesgo. Mandar 300 soldados guatemaltecos para cubrir una frontera de 960 km no es un blindaje, es un punchline (no porque no sean capaces, que lo son, al menos los kaibiles), sino porque es materialmente imposible cubrir ese terreno aunque fueran 300 espartanos.
El crimen organizado, como cualquier imperio económico, tiende a expandirse para utilizar todos los países, no sólo como ruta de trasiego, sino como consumidores de droga y objetivo de sus delitos periféricos (porque donde sea que haya comercio, puede haber también extorsión, que es más rentable y no tiene barrera de entrada alguna). Probablemente la expansión que está ocurriendo en centro y Sudamérica haga que todos los gobiernos hagan algo, y asuman su parte de responsabilidad.
El mismo día de la nota de los soldados, nos enteramos que la extorsión ha aumentado considerablemente, aunque el tema de la cifra negra de este delito lo hace virtualmente imposible de medir acertadamente. Tenemos, eso sí, las encuestas de victimización del INEGI, que no dependen de las denuncias que no se hacen, y pueden ser un indicador más útil.
Es importante el dato de las extorsiones, porque es el delito por excelencia de la mafia. No está de más recordar que la mafia es un tipo de delincuencia específico, que crea un orden paralelo al legal, con reglas e incentivos en un territorio, que no cambian mientras la misma organización mafiosa tenga el control.
Un mafioso es, en ese sentido, un delincuente muy particular, que no puede explicarse ni por la necesidad económica (eso de que es criminal porque es pobre) ni por su perfil psicológico (él puede ser un psicópata, pero no hay nada irracional en el modelo de organización mafiosa).
Ahora bien, el crimen original y el más rentable históricamente, es la extorsión, porque consiste en vender “protección”; es decir, a quien le pagas derecho de piso te va a “cuidar” de cualquier peligro, y el principal peligro son ellos mismos si no accedes a pagar.
No es broma, porque una vez que el ciudadano accede a tributar a la mafia, en ocasiones termina utilizando sus instrumentos (de fuerza o de administración de justicia material) como aparato de cobranza hacia otro deudor, o como mediador en un pleito con otro particular dentro del mismo territorio. No es cosa menor.
Si lo que ha subido es la extorsión, puede ser que al crimen organizado se le hayan puesto barreras reales en la comercialización de productos ilícitos (drogas, huachicol) y paradójicamente, el gobierno debe tener más cuidado en provocar que la mafia voltee, como en los años veinte del siglo pasado, a todos los mercados lícitos, porque van a acabar controlando el precio de la canasta básica a nivel nacional. Cuando un narcotráficante se ve impedido a seguir vendiendo drogas, no por eso se vuelve panadero. Atentos ahí.