Es claro que transformar significa cambiar las estructuras y condiciones dadas, para que los entes o sistemas funcionen mejor y cumplan fines sociales valiosos, siempre en tensión, como la justicia, la igualdad y la libertad.

El proceso de transformación en el que estamos involucrados en México es complejo, nadie tiene la certeza de cuál será su trayectoria y mucho menos su final pues su impulso y orientación se enfrentan y confrontan con actores y procesos naturalmente adversariales en escenarios fluidos y plagados de riesgos.

Lo que sí sabemos es que algo parecido a lo que estamos experimentado hoy ocurrió en otros procesos similares en el pasado, que duraron entre 10 y 20 años antes de estabilizarse, y de los cuales se recogieron saldos positivos –nunca químicamente puros– para la construcción del país.

Esta última aserción es correcta, salvo que se considere que debimos seguir siendo subordinados y no independientes, monarquía católica y no república laica o dictadura militar y no Estado popular, aun con sus respectivos matices y hasta postreras traiciones.

Lo que es un hecho es que lo que los opositores llaman “destrucción” de las instituciones también puede ser visto como parte del proceso dinámico que el “agonismo” –uno de los métodos del populismo liberal radical– ensaya para ponerlas a prueba y alinearlas a la estrategia mayoritaria democrática en sentido amplio, no solo electoral.

Al respecto, cualquier enfoque ideológico, en particular el liberal o el pragmático, no solo admite sino que exige la revisión y reajuste constante de sus conceptos e instituciones

Es así que durante el gobierno de López Obrador hemos testimoniado la forma en que se ha sometido al “agonismo” a diferentes instituciones, actores y procesos.

Hemos presenciado de qué manera ha habido o no y en qué grado respuestas que desembocan en nuevas condiciones institucionales (INEGI o BANXICO), educación (SEP y otros órganos), justicia (EFFJ), paridad (los congresos) y programas sociales, o bien, en salud (INSABI y ahora IMSS-Bienestar) o seguridad (GN), y grandes obras disruptivas (Tren Maya, AIFA o Dos Bocas), algunas con más y otras con menos o mucho menos fortuna o aún en camino de maduración.

Ahora que nuestra sociedad democrática se adentra en su proceso periódico de reflexión para renovar la integración de los poderes políticos (ejecutivos y legislativos), la discusión pública debe centrarse con la mayor fidelidad posible en diagnosticar problemas y ofrecer soluciones.

Al concluir las precampañas e ingresar a este interesante y singular lapso muy mexicano llamado “intercampañas”, destinado a depurar los registros de las candidaturas, es visible que la precandidata representante de la tendencia a la transformación, Claudia Sheinbaum, va adelante en las preferencias.

Eso se debe no solo al peso específico de la mayoría social, reflejado en los gobiernos morenistas y el apoyo a sus políticas, desde luego que no con la misma intensidad en todo el país, sino porque está logrando transmitir el mensaje de que la transformación será consolidada con nuevos diagnósticos y propuestas que contribuyan a mejorar sus contenidos y métodos.

Mantener la marcha cual ejército disciplinado, la estrategia y tácticas inteligentes y sensibles al contexto, además de ordenar y comunicar con claridad propuestas precisas y bien justificadas será clave a partir de marzo, cuando inicien las campañas.

Del lado de las oposiciones, el Frente o MC, bien harán en seguir ejerciendo sus críticas a las políticas de la coalición gobernante ya que ese es su papel.

El de la ciudadanía y los casi 100 millones de votantes habilitados, de los cuales habrá unos 50 millones de sufragios convertidos en boletas que los propios ciudadanos recibiremos, contaremos y reportaremos el domingo 2 de junio, es el de valorar las opciones y propuestas para decidir por el futuro que queremos.

Uno de los datos notorios de los procesos históricos transformadores es que incentivan y despiertan la conciencia social y política de las mayorías populares y radicalizan la democracia en términos de participación.

Si de algo podemos estar seguros es que ese dato está presente en el actual proceso histórico de la 4T mexicana y habrá de pronunciarse, conscientemente, en el próximo mes de junio.