En este domingo existencial, reflexiono sobre la hipocresía de una sociedad mexicana que religiosamente ha acuñado figuras de mujeres en sus dos principales facetas: la vida y la muerte, mientras que a las de carne y hueso las desprecian y maltratan.

Recuerdo los domingos de misa y el mandato de cristiandad que me inculcaron, así como a una gran mayoría de mexicanos. Si es que existe una ofensa política vieja que ha tenido éxito, ha sido justo la del satanismo y lo demoniaco. Hasta hace unos años, el adulterio y el divorcio eran del diablo… hasta que los que cargaban sotana demostraban ser los más experimentados en las artes del exceso.

La religión católica ha sido un adhesivo poderoso en el que se unen igual ricos que pobres, santos y pecadores, rateros y trabajadores, putas y vírgenes. ¿Recuerdan cuando la Gaviota tuvo que pasar un proceso de nulidad de matrimonio católico ante el Vaticano porque supuestamente, su primer matrimonio y su obvia no-virginidad podría impactar en la reputación de Peña Nieto? Qué tiempos.

En la adoración cristiana se esconde la iglesia poderosa que asumió muchas más responsabilidades en el México colonial que la propia corona española. También en la iglesia católica recaen las peores acusaciones sobre corrupción, abuso a menores, hipocresía y manejos turbios de poderes y funciones. Por algo, Benito Juárez y Plutarco Elías Calles hicieron profundos esfuerzos por lanzarlos de la vida pública, desde las Leyes de Reforma que separan la Iglesia del Estado hasta una Guerra Cristera con el proceso de secularización provocado por la Ley Calles y los 250 mil muertos que dejó a su paso.

Debo confesar que por años creí que vivir fuera del catolicismo era un riesgo. Sin ser ferviente, me declaraba católica igual ante el INEGI que ante los cuestionarios escolares de una institución sumamente católica. Prueba de que México ha superado esa etapa, ahora tendremos una presidenta que no es católica. La religión ha quedado en un lugar lejano e irrelevante del debate público. En tan sólo 12 años, los ultra conservadores pasaron de rasgar vestiduras a guardar en los recuerdos sus ideales de sociedad. Seguro hay rincones del país en San Pedro Garza García o Guanajuato o Aguascalientes donde las críticas demoniacas aún pesan.

Lo curioso es que mientras Morena es referente de la Virgen de Guadalupe que, al mismo tiempo, es la morenita del Tepeyac para algunos, el meme de la Santa Muerte fue tan bien aceptado porque entre los barrios más barrios, la Virgen se siente a un lado de “la Flaca”. Un número relevante de los votantes “más pobres” también adoran a la muerte y a la Santería (ritual en el que sí matan aves, chivos, gallinas y otros animales, nunca en los prehispánicos).

Si ustedes no han tenido el gusto de visitar Tepito, dense un baño de pueblo para conocer la historia de aquella Santa que no nació de biblias ni leyendas, sino de la dinámica violenta y la esperanza entre la criminalidad. Ese lugar en donde el mundo es un espacio de ideología inversa. Donde los vecinos son rateros o asesinos, la policía son “los cerdos” y la cárcel, destino común de las vecinas en fin de semana. Ahí donde nadie se asusta por un meme, pues la realidad les supera a diario. Las anécdotas son increíbles: jóvenes asaltantes que ruegan a la Santa por no morir en un intento más; madres que visitan con veladoras y licores a la misma Santa pidiendo que vuelvan con vida sus hijos secuestradores; niños que llevan flores a “La Blanca” para pedirle por su padre en prisión. Cuerpos de feminicida tatuados con la Santa Muerte mientras cuelgan en su cuello figuras de San Judas Tadeo, mojados de sudor, montados en sus motocicletas de Elektra mientras huyen de algún embrollo.

Para quienes desconocen, el culto a la Santa Muerte tiene sello de “Hecho en México”, su adoración tiene algo de prehispánico con Coatlicue y mucho de Tepito con Enriqueta Romero, quien hace décadas construyó en la entrada de su casa el altar que se visita adorando a “la niña blanca”. Por eso a los más desconectados de la realidad les sale todo mal. Si recorrieran su país, sabrían que hace un par de años y en gran medida por la “guerra contra el narco”, el país se llenó de feligreses que comparten adoración con la yoruba que traen los migrantes y la muerte que acepta todo y premia el sadismo. No se trata de Satán, se trata de hecho de algo mucho más profundo. Una adoración que trasciende la dicotomía bíblica del bueno y el malo.

Creo que este país está lleno de hipócritas. Un simple meme hizo que algunos readquirieran una falsa superioridad moral con la que pretendían sugerir que Morena era un partido del diablo. Otros más indignados y cargados de intensidad advirtieron que era una amenaza de muerte en contra de todos aquellos que disentían, apología a la muerte, guiño con el narco. Que Morena era de “narco-satánicos”.  Seguramente no recuerdan a Sara Aldrete, que fue la primera en ser nombrada así pero que satánica no era, sino santera.

Le apodaban –¿o aún le apodan en el penal de Tepepan?– “La Madrina. Esposa del difunto “Padrino”. Sobrenombres usuales para cualquier santero que tiene algún grado de autoridad, algún palero (de Palo Mayombe, no de partidos políticos).

La santería yoruba no es satánica, aunque para una comunidad de católicos y cristianos, todo lo que no encaja en el mito occidental es considerado así. Aquella religión tiene dos versiones: una en la que hay santos representados en “elekes” o collares que brindan protección después de tomar una “mano de Orula” que es el ritual de iniciación y se hace notorio por la entrega de una pulsera verde con amarillo, símbolo de Orunmila, que en la religión politeísta de origen afrocubana es el Dios supremo o el profeta, el que guarda la adivinación y los misterios del “Ifá”, cuya construcción simbólica y cosmogónica de la vida se guarda en el corpus literario del “Odu Ifá”. Orunmila es el santo al que se le ofrece el sacrificio de gallinas negras y cafés, por ejemplo.

La segunda versión o cara de esta religión es la del muerto, la del Palo Mayombe. “Las reglas del Congo” se han hecho populares entre narcotraficantes y en esa religión, cada practicante puede tener uno o varios muertos. No es metáfora: esta cara de la santería yoruba se hace peculiar porque en la veneración utilizan cráneos de personas reales, huesos y sacrificios de animales. Rituales con ceiba para quitar vidas, versiones de cada uno de sus santos en versión de muerto: Eleggua es Lucerito, Yemaya es Madre de Agua, Obatalá es Tiembla Tierra, Oshún es Mama Chola y otro sinfín de santos-muertos que tienen cientos de historias arquetípicas llamadas “caminos”.

En la yoruba, hay santos a los que les gustan las palomas y otros a los que les gustan los ratones u otros animales que usualmente, son vendidos en el Mercado de Sonora y en redes sociales. Aquellos animalistas que han defendido a capa y espada el derecho de los animales a vivir sin violencia son los testigos principales de que el mercado de animales tiene poco que ver con mascotas simples.

Cuando más confundida estuve en aquello de la fe, conocí a un grupo de santeros. Al que le decían “Padrino” acabó muy mal. No dure mucho ahí.

Era un noble costurero que, además, tenía el don de la palabra. Brindaba paz a través de los labios y aunque jamás me atrevería a cuestionar sus dones. Gran parte de la certeza que brindaba en las “consultas” era por el don de la observación. Lograba adivinar síntomas y malestares por pura inteligencia de la vida, aquello que no se enseña en las escuelas. Aunque este santero era del primer grupo, aquel que no hace sacrificios ni trabajaba con muertos, la última vez que supe de él a la distancia fue porque una limpia le salió muy mal: trazó un círculo de alcohol de taparrosca roja, que es la que más fácil puede arder. Dentro del círculo se encontraba un joven con mala racha que minutos después de iniciada la limpia, ardió completamente en llamas.

El santero residía en medio del campo y decidió sacar al joven hacia la tierra. Revolcarlo para apagarlo. En el proceso, le echaron agua helada pensando en que eso ayudaría y el efecto en su piel fue devastador. Falleció al llegar al hospital de aquel lugarcito de provincia en el que ni siquiera hay insumos para atender enfermedades básicas.

Al final, en un país tan diverso, los únicos espantados por la Santa Muerte son aquellos a los que les hace falta pueblo. Los que creen que seguimos viviendo en un país inquisidor y que jamás se han dado oportunidad de conocer las otras formas que toma la fe. Curiosamente, además de que aquellas personas al final resultan ser las más pecadoras conforme a sus propios principios, los fervientes de las otras religiones no son celosos ni exigen exclusividad.

Hay santeros que también adoran a la Santa Muerte y a la Virgen de Guadalupe y al propio Jesús. Hay adoradores de la Santa Muerte que fueron bautizados y también viven el cristianismo, a su manera. Hay una lógica sincrética que experimenta la más amplia gama de fervientes, tal vez por eso, la muerte era solo un meme. Si es que a un país no le queda más fe que adorar a sus desaparecidos y a sus caídos, que dulce mala broma si no fuese porque su realidad es tan cruenta que nos estalla en la cara. Supongo que a los más nostálgicos tan solo les queda abrazarse a su nostalgia, a su Biblia o a su show.