Mucho se ha discutido sobre los resultados de los comicios del pasado 6 de junio; los distintos actores desarrollan argumentos para acreditar y convencer sobre los triunfos que pretenden haber alcanzado. Esa posición tal vez sea heredera de lo que fue una cultura hegemónica en donde una sola fuerza se erigía con el triunfo, mientras los demás padecían derrotas absolutas. Sin embargo, las cosas han dejado de ser así, pues la competencia política ha traído consigo otros parámetros de medición y ponderación.

Ahora una mayor intensidad en las votaciones con márgenes más estrechos de diferencia entre los contendientes y con movilidad en las preferencias de los electores, se corresponde con la existencia de una diversidad de participantes que tienen posibilidades de obtener buenos resultados; al mismo tiempo la concentración del calendario electoral para hacer concurrir elecciones distintas en una misma fecha, hace que quien gane no lo sea de manera absoluta y que quien sea derrotado no lo sea de manera plena.

En consecuencia, determinar quién ganó las elecciones conduce a un debate escurridizo.

El gobierno ha ocupado buena parte de sus alocuciones para asumirse victorioso, a pesar de que su partido perdió presencia en el congreso federal; sin embargo, y a favor de su pretensión de éxito, aduce que ganó gobiernos en los estados, que antes no estaban en las filas.

A su vez, la alianza entre el PAN, PRI y PRD, tiene sus propios logros con la conquista de nuevos espacios en el congreso y que, asociados, les brinda una capacidad de interlocución, en la definición de políticas públicas, en la aprobación del presupuesto, en la revisión de la cuenta pública y en la dinámica de aprobación de leyes, nada despreciable; en la contraparte obtuvieron reveses importantes en elecciones locales.

Por otra parte, Movimiento ciudadano construye su propio espacio y asume sus dilemas particulares. ¿Quién ganó, quién perdió? No hay respuesta definitiva a tal pregunta; los únicos derrotados definitivos son los partidos que perdieron su registro debido a lo pobre de sus resultados, todos los demás tienen la oportunidad de rehacer e incrementar sus posibilidades políticas.

Para lo que se entiende como oposición, en general (con sus excepciones), se dio un corrimiento de la periferia al centro, mientras para el partido en el gobierno fue al revés, del centro a la periferia. Se plantea así un nuevo arreglo de gobernabilidad con una dinámica propia para generar consensos hacia la acción efectiva de gobierno, o de plantear confrontaciones definidas para ello.

Ahora, los partidos, en su conjunto, enfrentan el reto de saber aprovechar y potenciar el nuevo acomodo que se alcanzó.

Quien ganó fue la pluralidad y, a pesar de todo, el INE que pudo organizar un proceso electoral en medio de condiciones adversas por la inseguridad y la pandemia. La pluralidad se consolidó como un valor democrático en sí mismo, como medio para ponderar y moderar el ejercicio de gobierno y alentar nuestro régimen republicano de división y contrapesos entre los poderes.

Los avances de cada fuerza política tienen sus propios condicionantes; de la lucha por ganar se ha pasado a la de cada uno por calificar el triunfo más amplio y contunde posible, el que lo hace único ganador o el más claro triunfador; pero no es así, todos tienen sus bemoles en el balance particular de logros y retrocesos.

Por eso y para bien del país quien ganó fue la pluralidad ¡enhorabuena!.

Ahora desde ella se debe construir el destino del país. El reto para todos es saber entender ese mensaje y construir su estrategia desde esa óptica.

Si quien ganó fue la pluralidad, hay, ciertamente, un derrotado, éste es la pretensión hegemónica.