El mitin del pasado fin de semana convocó a grandes sectores de la población civil porque la prioridad, para los que tenemos un amor profundo por México, sigue siendo el desarrollo social a través de la transformación. Estamos de acuerdo en el llamado que hizo el presidente para defender la soberanía del país; asimismo, la promesa de ir reconstruyendo el tejido social ha caminado positivamente dadas las condiciones que han brindado las reformas constitucionales que se aprobaron precisamente para profundizar la calidad de vida de la ciudadanía.

La inmensa mayoría de los ciudadanos mostraron gran civilidad y respeto en el tránsito de la marcha dado que, la esencia de la misma, iba encaminada a conmemorar un año más de la Expropiación Petrolera. Fue, en el papel, la convocatoria idónea de una fiesta popular de aquellos que estamos convencidos de que, por encima de cualquier ideología partidista, debe prevalecer la tolerancia al mismo tiempo que no se limite formas de pensar. Es decir, que aceptemos que hay también otras expresiones que pueden sumar a favor del progreso.

Y no hablo de partidos políticos, sino de sectores sociales que tienen un punto de vista distinto o, simplemente, ponen en práctica el derecho a disentir. Por eso, es tan importante construir un proceso de reconciliación para que no siga desbordando tanta polarización en nuestro país. En otras palabras, un proyecto que tenga en común la apertura de opiniones y expresiones que vayan encaminadas a mejorar espacios de convivencia sin que existan prejuicios o señalamientos negativos.

Es evidente, por ejemplo, que la marcha que organizaron a favor del INE estuvo movilizada y convocada por grupos de la oposición que se aprovecharon de las circunstancias. Sin embargo, necesitamos respetar y tolerar el derecho a la libre de manifestación. No siempre vamos a estar de acuerdo en todo, no obstante, debemos mostrar una posición de qué la democracia es posible si existe pluralidad.

Por ello, no pueden acontecer actitudes negativas que solo provocan más polarización sea cual sea la manifestación. El hecho de simpatizar con alguna expresión o movimiento en particular, no significa que tengamos que salir a las calles a mostrar una conducta irracional. Es decir, valerse de un mitin que fue convocado de forma pacífica para expresar un lenguaje inapropiado, no puede seguir sucediendo porque, a la postre, genera más encono.

Es verdad, los que salimos a las calles a defender la política que encabeza el presidente López Obrador debemos realizarlo con ideas, proyectos y con una visión de continuar profundizando el desarrollo sin pasar por alto que, esa libre expresión, tiene que ir acompañada de una civilidad para no caer en provocaciones. En ese sentido, hay que felicitar a la inmensa mayoría de mexicanos que -el pasado sábado- salieron a vivir una fiesta popular. De eso se trató.

Sin embargo, hubo unos cuantos que ensuciaron esa verbena popular; no había necesidad, por ejemplo, de manifestar tanta animadversión por los poderes de la nación, en especial de la presidenta de la Suprema Corte de la Justicia de la Nación porque, al final de cuentas, en nuestro país debe privilegiarse una auténtica división de poderes. De hecho, muchos llegaron al extremo de romper y quemar una piñata en alusión a la imagen de la ministra, Norma Piña.

Esa no es la solución para construir un país democrático y plural. Es por ello que, la reconciliación, es una alternativa viable para ir subsanando tanta división que día a día surge por no aceptar que hay, como en todos los países democráticos, expresiones que no están de acuerdo con alguna postura.

En lo personal, voté en tres ocasiones por el presidente López Obrador y, en alguna que otra cuestión, he mostrado una opinión distinta. Sin embargo eso no significa que estemos en contra del gobierno sino todo lo contrario: manifestamos el derecho a disentir.

Y, para que esa situación cambie totalmente, hay que impulsar un proyecto de reconciliación. Es difícil, pero no una tarea imposible porque hay grandes sectores de la población civil que apoyan el programa de transformación, sin embargo, se tiene que devolver la armonía y la convivencia sea cual sea la posición ideológica para que nuestro país siente las bases de lo que, hasta ahora, es una incipiente democracia.

En estas circunstancias la reconciliación, repito, es la única vía o alternativa para que nuestro territorio nacional avance no sólo en la democracia, sino para continuar profundizando las políticas que el país necesita dado los grandes desafíos que aún imperan.