Andrés Manuel López Obrador ya es histórico. Para bien o para mal. Al final esa siempre fue su meta. Su obsesión siempre fue con la historia y no con el poder, como muchos equivocadamente creen. Por eso su trayectoria es la secuela del empecinamiento con la inmortalización de su nombre y no de su mandato.

Nadie como AMLO ha recorrido los casi 2,500 municipios que dividen el territorio nacional. Hazaña que solamente puede lograrse a ras de suelo, codeándose con la gente en las serranías, el desierto, el altiplano. Ese es el sustento de su popularidad. Es tan popular porque ha abrazado a casi todos los mexicanos. O por lo menos ha repartido abrazos en todo México. Y la gente confunde familiaridad con virtud.

A López Obrador se le juzga por sus intenciones y no por sus resultados, como se juzgaría a un familiar. Esos ojos de amor que impiden ver los defectos de quienes más queremos, son los ojos con los que se le conceptúa al tabasqueño.

No hay tal cercanía. Ya no. Hoy nos divide una pantalla de él. Pero siempre está ahí. Desde su púlpito mañanero, dirigiendo la orquesta de la vida pública nacional. Colándose en la boca de todos. Fijando las directrices de cómo construir su ficción a través de la repetición de su mito.

El lopezobradorismo es mitocracia. Pero todo tiene un fin. Y ese fin se acerca.

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¿Qué sigue después de Andrés Manuel López Obrador?

A veces pareciera ser que para el presidente de la República después de él no hay nada. Como consecuencia y bajo la justificación de la austeridad republicana, ha demolido instituciones que fungían como contrapesos al poder.

Seguramente pensará que un Estado honesto, transparente, incorruptible, no requiere de entidades que lo limiten, puesto que ello implicaría limitar la benignidad y la propagación del bien. Sin embargo, ¿qué pasará cuando a ese Estado no lo encabece una mujer o un hombre impoluto?

La realidad es que el futuro siempre es incierto. Además, en los relevos del poder siempre quien recibe la estafeta acaba por legitimarse distinguiéndose del antecesor. Desde el Maximato ha sido así.

Nadie puede garantizarle a López Obrador que no habrá contrarreforma. Para ejemplo un botón. El lopezobradorismo contrarreformó las reformas estructurales del gobierno anterior. Que si bien no materializaban la panacea legislativa y que definitivamente eran perfectibles; no obstante, no ameritaban una reacción de oposición como el que tuvieron, sobre todo en materia educativa y energética.

Así las cosas, que nadie se sorprenda si las reformas y obras insignia del lopezobradorismo terminen en cenizas, inconclusas o volcadas en un futuro no muy lejano.

Por otro lado, tenemos a Morena, un movimiento construido sobre la imagen y persona de Andrés Manuel López Obrador. Quizás incluso la encarnación de él mismo. Al no haberse institucionalizado ni devenido formalmente en un partido, su porvenir pareciera pesimista. Sin AMLO lo más probable es que desaparezca.

¿Cuándo? Imposible saberlo. Pero habrá un mañana sin Morena, mas no sin AMLO en nuestras memorias. Para bien o para mal.