Más allá de sus orígenes, motivos o propósitos, las movilizaciones ciudadanas y populares de las semanas recientes en México revelan un hecho inobjetable: la sociedad está viva, actúa en democracia y busca continuar decidiendo su destino.

En tiempos de cambio de época, y no sólo de época de cambios, una sociedad así es una sociedad fuerte, la cual requiere un estado igualmente robusto.

Las y los mexicanos que marcharon ayer y antier, y quienes no lo hicieron, debemos sentirnos orgullosos por esa y varias otras razones.

Por ejemplo, por mantener la estabilidad y la serenidad en medio de un contexto internacional alterado y complicado.

Se trata de un contexto lleno de riesgos, desafíos o deméritos, incluidas las implicaciones del litigio por la hegemonía global y la guerra en Ucrania, el cambio climático, los movimientos interculturales –el género, los pueblos originarios o los entes sintientes no racionales– o bien, las miserias del crimen transnacional y otras prácticas oscuras como los negocios encubiertos por los espectáculos deportivos globales,

Por ejemplo, por no incurrir en actos desesperados y violentos ante la desconfianza interpersonal agudizada por los abusos de personas o corporaciones que no se cansan de sobreexplotar los bienes públicos en su beneficio particular empobreciendo a la mayoría.

Por ejemplo, por no dejar de reclamar ante el poder, el fiscal, el juez o en las calles que se haga justicia ante la crueldad de los feminicidios, asesinatos y otros delitos graves y no graves, aunque estos hayan disminuido relativamente.

Por ejemplo, por mantener la creatividad en la formalidad o la informalidad, desde afuera o dentro del país a efecto de sostener sus mínimos vitales y apoyar a sus familias.

Por ejemplo, por seguir reproduciendo prácticas y creencias culturales que nutren nuestra identidad y aseguran la cohesión indispensable para impedir la ruptura y fragmentación nacional.

Por ejemplo, por aprender a debatir y ponderar la medida en que debemos modificar las instituciones políticas y electorales para revitalizarlas sin incurrir en la práctica incierta y quizás más costosa de su desconfiguración y reconstrucción creativa.

En medio de tanta incertidumbre y retos, el pueblo que conformamos haría bien en seguir cambiando y, a la vez, preservando lo necesario y suficiente para garantizar la viabilidad de nuestro propio futuro.

Si en este nuevo cambio de época logramos concretar una síntesis histórica sin romper lo que nos mantiene unidos, entonces habremos de celebrar dentro de algunos años que fuimos capaces de protagonizar una auténtica transformación humanista.

El éxito de este proceso complejo podrá medirse conforme al grado en que la mayoría social, política y regional no fue excluida o no se quedó atrás, postrada, sin remedio y sin opción.

Estimo que tal es el principal compromiso que esta vez no deberemos defraudar.