Atlas Campeón, dos palabras que muchos pensamos jamás ver, escuchar o leer en nuestra vida, o que muchos miles de aficionados, al futbol en general y al Atlas de Guadalajara en particular, murieron con esa esperanza e ilusión truncada. Uno de los equipos con más tradición en México, que, en parte de forma explicable, por malas administraciones, menor poderío económico que otros clubes o de plano mala suerte y circunstancias adversas, tardaron más de 70 años en levantar un trofeo.

Los viejos trofeos ya de plata patinada por el tiempo de los torneos de Liga y Copa, obtenidos en la temporada 1950/1951 que junto a su porra más famosa, la “del 51″ eran costumbre en el balompié nacional.

Ahora sabemos que había una botella de fino Whisky guardada desde 1954, obsequiada por autoridades de la ciudad, con la leyenda expresa de que se abriese y tomase “en el próximo título obtenido”. Esperó prácticamente olvidada, y por fin se destapó y salió de su larguísimo letargo.

Cuántos aficionados al futbol no pasamos décadas viendo, cada 15 días, al Atlas por televisión (o en ocasiones, en el mítico estadio Jalisco) en sábado por la noche, con la inconfundible y entrañable voz de Don Roberto Guerrero Ayala cómo narrador, el órgano y la voz del sonido local del “Jalisco”.

Los Atlas de Luis Garisto y de Ricardo Antonio La Volpe, por ejemplo, jugaron como pocos equipos en la historia del futbol mexicano e inexplicablemente no salieron campeones. El segundo, en parte de la segunda mitad de la década de los 90, jugaba por nota, y es uno de los ‘campeones sin corona’ más recordados.

Pero dió y ha dado el Atlas de su cantera jóvenes futbolistas mexicanos casi como ningún casi otro: Rafa Márquez, Jesús Corona, Andrés Guardado, por sólo citar a tres. Además, ha traido extranjeros inolvidables, que ha marcado época, cómo los arqueros Robert Dante Siboldi y el actual Camilo Vargas, uruguayo y colombiano, respectivamente.

Ahora bien, ¿porqué el Atlas despierta tantas simpatías, además de lo ya aquí expuesto, a lo largo y ancho de México? Porque demuestra cómo en esta vida ni somos todos los que estamos ni estamos todos los que somos; se pueden hacer actividades con excelencia y disciplina y nunca o casi nunca ser reconocidos, y también al revés: no hacer las cosas de forma tan brillante y meritoria, y resultar, en ocasiones, laureados y bendecidos por la vida, inclusive con injusticias de por medio, cómo de hecho sucede con la mayoría de la gente de a pie en México y en todo el resto del mundo.

El Atlas es campeón, y esto le hace justicia a tantos futbolistas, entrenadores, comunicadores y aficionados que lo dieron todo durante siete décadas, y no recibieron justo premio a sus esfuerzos e ilusión. La final de 1999, contra el Toluca y perdida en la tanda de penales, es una de las injusticias deportivas más inmerecidas que he visto, a lo largo de ya décadas, en nuestro futbol. En fin, sirva también de ejemplo que en ocasiones el concurso de nuestros esfuerzos se puede ver coronado con los resultados esperados ya muy tarde o incluso nunca (en vida), pero que también más importante aún que las metas, es el camino mismo; si esto no fuera así, no se entendería un equipo que en 70 años no ganó título alguno, si tiene a una afición ejemplar, tanto en cantidad como en calidad.

¡Qué viva el Atlas Campeón 2021!

Ginés Sánchez en Twitter: @ginesacapulco