Para ganar votos la polarización suele ser un recurso común de candidatos disruptivos. Puede ser un medio calculado o bien corresponder a la condición propia del movimiento y de su líder. Para López Obrador resultó muy eficaz esta postura por el deterioro moral y político del gobierno de Peña Nieto, además de ser consistente con su lucha política a lo largo de décadas. El amplio descontento de la población fue el punto de partida de un resultado arrollador.

De alguna manera se esperaba que logrado ganar al poder, el presidente transitara a la reconciliación. Hacia Peña Nieto la hubo; su gobierno ganó impunidad; la crítica se centró en Calderón y se presentaron casos propios de persecución política, ejemplo los del excandidato presidencial Ricardo Anaya y el de Rosario Robles. El presidente se refugió en la militarización y polarización. Le rindió buenos resultados en términos de popularidad, no en la gestión de gobierno. Así, por ejemplo, era obligado hacer propio el repudio hacia los criminales que tanto dolor y muerte han provocado, no fue así y su respuesta se reduce en la expresión abrazos no balazos. La evidencia revela una severa derrota para el Estado mexicano y daño profundo a la población en muchas regiones del país.

Gobernar en la polarización implica dar continuidad a la campaña que le precede, que inevitablemente divide y confronta al poder público con una parte de la sociedad. El efecto es que el gobierno deja de actuar para todos y el presidente se vuelve jefe de campaña para una causa que excluye, margina y confronta. Es una espiral cuyos efectos más perniciosos son que inhibe la crítica, propicia el oportunismo de los de siempre y los objetivos del poder se centran en las adhesiones no en los resultados.

Polarizar desde el poder requiere un exceso de propaganda y neutralizar cualquier amenaza, social o institucional; por esta razón una de las bajas más sensibles será la responsabilidad informativa y la libertad de expresión. Los dardos presidenciales están más presentes contra los comunicadores que persisten en su ejercicio independiente del oficio que hacia los criminales que tanto han ensangrentado al país. Polarizar afecta también a la calidad de gobierno porque se trata de resistir y persistir en lo mismo a pesar de la evidencia de que las cosas no van bien. Los otros datos se vuelven santuario de la incompetencia frente a la realidad adversa.

La espiral de la polarización lleva a subvertir a las instituciones de la República. Así ha sucedido con las entidades autónomas del Estado, hoy intimidadas o colonizadas, y con los poderes de la Unión: el legislativo penosamente sometido al capricho presidencial y el judicial, objeto de una furiosa campaña de odio, estrangulamiento financiero y descrédito de quienes integran sus órganos superiores.

A partir de esta realidad se antoja un tanto ingenuo esperar que el gobierno transite a la reconciliación y a la convocatoria a todos ante eventos dramáticos como el desastre de Acapulco por el huracán Otis. El guion está escrito y lo acontecido será un recurso más para cuestionar, impugnar y descalificar con la idea de que quienes están a favor al régimen están a prueba de todo. Si la pandemia con sus efectos de dolor y muerte no abrió en el mandatario el mínimo espacio a la empatía social, qué puede esperarse en una circunstancia donde los tres órdenes de gobierno pertenecen al partido gobernante. Su mensaje ha sido el de colocarse en el centro de la desgracia e insultar a sus adversarios.

La campaña por la sucesión presidencial inició hace mucho tiempo, quizás antes de tomar posesión, cuando López Obrador determinó la cancelación del hub aeroportuario de Texcoco para hacer valer su autoridad y determinación frente a los poderosos intereses económicos asociados. De allí en delante todo parece estar escrito, hasta el ungimiento de la jefa de gobierno de la Ciudad de México como candidata. No hay sorpresas: voluntad del líder sobre cualquier otra consideración.

Deberá quedar claro que la polarización presente no es una estrategia ni un cálculo, es una forma de entender la realidad y al poder, son las condiciones de existencia del obradorismo, antes, ahora y siempre. No habrá evento, tragedia o acontecimiento que haga superar la confrontación entre mexicanos que no sea el tiempo.