No recuerdo la primera edad a la que vi una película sobre el flagelo que vivió la comunidad judía durante el holocausto. Seguramente fue “El niño con el pijama de rayas”.  Yo era todavía una niña y las escenas me provocaban sufrimiento, nunca habría imaginado que 18 años después, el pueblo perseguido justificaría que otros seres humanos sufrieran lo que sus abuelos y padres sufrieron: un genocidio a gran escala. En esta ocasión, con lujo de tecnología, basado en ataque de drones y domos que solo protegen a los agresores.

Palestina, una tierra marcada por la controversia y el conflicto, ha sido el epicentro de tensiones políticas y sociales durante décadas. Hoy sufren un genocidio a la luz de los ojos más humanistas de la historia, demostrando que fracasaron los anhelos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que murió el espíritu de las Naciones Unidas y principalmente, que ante la amenaza de las élites más poderosas del mundo, ninguna nación podrá inmutarse más que las otras vulnerables, como África.

Situada en el Oriente Medio, esta región ha sido objeto de disputa entre Israel y Palestina, dos grupos con reclamaciones históricas y religiosas sobre la tierra. Ahora también es objeto de lucha en las universidades norteamericanas, en donde la solidaridad juvenil y estudiantil ameritó la represión más dura. Ni los desplantes de Trump ameritaron que académicas de la tercera edad fuesen retiradas con violencia, tomadas del brazo mientras externaban su preocupación y solidaridad por Palestina.

El conflicto en Palestina se remonta al siglo XX, con la creación del Estado de Israel en 1948, lo que llevó al desplazamiento de cientos de miles de palestinos y al inicio de décadas de violencia y hostilidad. Desde entonces, Israel ha ocupado y controlado vastas áreas de tierra palestina, incluida la Franja de Gaza y Cisjordania, lo que ha llevado a tensiones constantes, violaciones de derechos humanos y ciclos recurrentes de violencia. Hace unos días, en los pocos kilómetros de territorio que le quedaba a los palestinos, hubo tiroteos.

La escalada de protestas estudiantiles en Estados Unidos en solidaridad con el pueblo palestino es una manifestación de la indignación y la conciencia global sobre la situación en Palestina. En México se han vivido ya protestas similares, así como en el mundo se ha mostrado solidaridad entera. Estudiantes y profesores de diferentes trasfondos religiosos y étnicos se unen para condenar la guerra de Israel contra el pueblo palestino en Gaza, exigiendo el fin del apoyo estadounidense a esta guerra y la ocupación continua de Palestina.

Creo que el mundo habría tenido que parar. Así como hubo un bloqueo económico en contra de Cuba, tuvo que promoverse un cerco en contra de Israel y sus países proveedores y financiadores de la guerra, como Estados Unidos. Sus empresas, sus fondos y capitales, cada eslabón de la cadena son responsables de financiar diarias masacres. Desearía haber visto a un Andrés Manuel que enviara aviones humanitarios para rescatar menores palestinos. De Princeton a Harvard, de Austin a Boston, de los Ángeles a Nueva York, de norte a sur y de Estados Unidos a todo México.

Estos últimos días, las acciones de protesta, que han abarcado más de 850 ciudades y pueblos en Estados Unidos en los últimos siete meses, reflejan un llamado a la justicia y la solidaridad con las víctimas de la violencia en Palestina. Las autoridades universitarias y políticos locales y nacionales han respondido con represión y castigo, incluida la cancelación de ceremonias de graduación y el despliegue de fuerzas policiales en los campus.

La respuesta represiva de las autoridades contrasta con el creciente apoyo popular a las protestas, que abarcan una amplia gama de personas y comunidades. Aunque algunos intentan desacreditar el movimiento caracterizándolo como antisemita, la realidad es que representa una diversidad de voces unidas en la denuncia de la violencia y la injusticia en Palestina.

A medida que las elecciones presidenciales se acercan, se espera que el poder político de estos manifestantes continúe creciendo, lo que representa un desafío para las autoridades y una oportunidad para el cambio. El movimiento está demostrando ser un recordatorio poderoso del papel de la juventud en la lucha por la justicia y los derechos humanos, y su determinación para no permanecer en silencio ante la injusticia en Palestina y en todo el mundo. Que tiemblen los Estados genocidas.