Hoy es 10 de mayo. Para muchos, un día con sustancia e importancia pero para cientos de miles de mexicanos es un día sagrado.

Nos recuerda, sin lugar a dudas, a nuestra madre y la importancia que tuvo o que tiene su vida en la nuestra. De niña yo solía querer agradarle a mi madre; me entusiasmaba adornándole la mesa donde todos los días se sentaba a tomar su café y fumarse su cigarro, llenándola de cartas, de pétalos de rosas y cosas así.

Mi madre padecía depresión profunda, así que, con mucho esfuerzo, al ver aquella sorpresa sonreía y me daba un abrazo para después enseguida dibujar en su rostro una mueca de dolor y sufrimiento.

Con los años, el deterioro de mi madre fue mayor, prácticamente ya no se movía de la cama, no comía y casi no hablaba. Pero le quedaba su mirada. Esa mirada que me hacía sentir, pese a estar preocupada o angustiada, que todo iba a estar bien.

A veces lograba articular algunas frases y me decía “no te preocupes, no dejes de confiar en Dios; sé feliz”. Un probable ataque isquémico hizo que su cuerpo todavía se debilitara más.

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Pero entonces recordé cuando era niña, el esfuerzo enorme que habrá tenido que hacer para sacarme adelante.

Y es que nunca estuve sola, mi hermana, 14 años mayor que yo, fue mi segunda madre. Ella prácticamente se hizo cargo de mí cuando mi madre de alguna manera me abandonó en esta rendición que tuvo ante la vida y ante otras adicciones.

Pero mi madre era mi fuerza… Me enseñó cómo había que ser en la vida con otros. Mi madre nunca se metía con nadie y en sus picos de estabilidad mental era alegre y muy divertida; era muy inteligente; había sido cajera del Banco Nacional de México, lo que ahora es casi el agonizante Banamex.

Era muy buena contando el dinero y haciendo cuentas. Amaba jugar póker y hacía jugadas en casa cuando mi padre se ausentaba por trabajo. A mí me daba emoción esos días, sentía felicidad al verla feliz y divertida; para mí eran días de mucha ilusión.

De joven era guapísima, o es que uno ama tanto a su madre que así la mira…

Bailaba increíble, y me contaba que la rondaban varios jóvenes, pero que se enamoró de mi papá. Mi padre era un ayudante de una refaccionaría. El dueño, que era judío y tenía muchísimo dinero, le depositó toda la confianza a mi padre, que en aquel entonces tenía 16 años, y le daba el dinero en efectivo para que lo fuera a depositar. Mi padre siempre llegaba  banco directamente a la caja que mi madre atendía y entonces siempre existieron dos versiones: Mi padre dice que mi madre se casó con él porque creía que era millonario y mi madre dice que eso era mentira que porque llegaba mi padre con un overol gris todo sucio y que eso no era de ricos.

Yo siempre quise ser madre... Pero un cáncer de mama, a los 29 años, de pronto me arrebató la esperanza. Los propios médicos decían que era imposible embarazarme que la quimioterapia producía esterilidad. Después tuve una recaída de nuevo y otra vez más quimioterapia más una lesión maligna en el cuello uterino por lo que era imposible imaginar poder ser madre, pero un buen día mi hermana me notó algo diferente y me compró una prueba de embarazo: ¡Oh, sorpresa!: estaba embarazada. Fue niña y hoy tiene 16 años.

Seis meses después me volví a embarazar pero esta vez el embarazo tuvo múltiples complicaciones, tantas que entre el oncólogo y mi ginecóloga, que en paz descanse, MaryPaz del Villar, y siendo tan amigos ambos, decidieron que tenía que abortar. Pero me negué. Cerré mis oídos y cualquier opinión que me sugiriera hacerme un legrado.

Y en un momento de soledad me encomendé al Papa Juan Pablo II para pedirle que me salvara a mi bebé y que si lo salvaba y era hombre le pondría su nombre...

Juan Pablo acaba de cumplir 15 años.

No soy una madre perfecta, activa, fitness, sociable... Soy una madre que trabaja con sus demonios todos los días. No hay glamour en mi persona y tampoco a veces paciencia. Me desespero, me rindo, me estreso... después los vuelvo a amar.

He hecho todo lo que he podido por mis hijos porque estoy convencida que una madre hace todo con lo que puede desde donde puede por sus hijos.

No soy una madre perfecta. Ni el prototipo de la madre que es multitask. Me canso y me canso mucho, y tiro la toalla una y mil veces y la vuelvo a levantar.

Muchas veces he sentido culpa por no haber sido mejor hija, y siento culpa por no ser mejor madre.

Pero en un día como hoy decido liberar el recuerdo doloroso de mi madre y quedarme con su sonrisa y su mirada y su suave piel en mis dedos….

Y decido liberarme yo de toda culpa y remordimiento, aplaudiéndome y reconociendo que a lo mejor sí que soy una gran madre.

Y tú también lo eres. Aunque hayas abortado, aunque no hayas podido ser madre, aunque hoy tus hijos hayan volado, aunque te hayas cansado mil veces como yo... eres una gran madre. No esperes que tus hijos te lo reconozcan. Yo no espero eso. Espero reconocérselo a esta Claudia que es madre.

No pido nada en este día mas que un pastel de Sanborns y ver la belleza de mis hijos porque no sé por cuánto tiempo más pueda seguirles viendo.

Te abrazo a ti que hoy tu madre no está físicamente pero que estoy segura ha bajado del cielo para darte señales de que está contigo. Abre bien los ojos y la encontrarás.

Gracias mamá.

Gracias a ti que me lees  y eres mamá en muchos sentidos.

Gracias por darnos la vida.