I. Preludio a la obra

Incluso más que a la trama misma de las obras, quiero referirme al tejido sobre el cual se construyen y transitan dos novelas de Esteban Ascencio. Un lienzo teñido y tañido por la música y la inspiración o aspiración poética. Desde el título mismo, a los cuales aludiré, encontramos ya el toque de inicio de ese color que permea la escritura y la imaginación. Los cántaros de la noche (Laberinto Ediciones; 2005), un bello octosílabo tal vez deliberado, tal vez afortunado; en todo caso, trazado con determinación y acierto. Orondo (Laberinto; 2020), redondo como se pronuncia y suena, como se escucha y percute en el lector.

Dos obras extremas entre las cuales transcurren 15 años en el tiempo del pensamiento y la escritura del autor. Entre las cuales suceden tres lustros de cambios tanto en la realidad como en la vida del escritor. No obstante, entre ambas novelas existe una comunidad que de entrada yo diría es el de la intimidad narrativa de los personajes y, por supuesto, del narrador. Intimidad que acaso sea estilo o personalidad subyacente en el escriba, pero que se manifiesta con firmeza en la hoja de escritura.

Como se festeja este 2022 el 25 aniversario del vínculo de Esteban Ascencio con las letras, hay que decirlo, este tiempo literario está impregnado del interés del escritor por la comunicación, la política y la poesía. A la publicación del primer libro, comprendido en esta exposición, le preceden (al menos en mi registro) cinco obras expresadas en esa heterogeneidad de intereses. Me lo dijo Elena Poniatowska (Ediciones del Milenio, 1997); 1968. Más allá del mito (Ediciones del Milenio, 1998); Cuauhtémoc Cárdenas. El hombre, el político, el líder (Editorial Rino, 2000); Memorias de un poeta. Diálogo con Gonzalo Rojas (Editorial Rino, 2003); Poesía y tango. Encuentros con el poeta Horacio Salas (Laberinto, 2004).

La cronología continúa, y preceden a la segunda obra a tratar aquí, Sábato. En esos instantes (Laberinto, 2011); Los misterios de la pasión: Cuaderno de espiral azul (Laberinto, 2015); y Variaciones sobre la vida mundana de una mujer infinita (Laberinto, 2017).

Existen, además, algunas colaboraciones clasificadas como bibliografía indirecta. Y por supuesto, hay que destacar el trabajo de Ascencio como editor, en particular, como fundador y director de Laberinto Ediciones desde 2003, al cual se agregan actividades adyacentes a la literatura en general como la promoción, charlas, lecturas, conferencias, talleres, etcétera.

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II. Los cántaros de la noche

Decía que el bello octosílabo del título anticipa, deja percibir el tono de esta novela; y al decir tono, de inmediato pensamos en la música, incluso la sentimos. Pues bien, esa es la tónica mayor en el caso de Los cántaros de la noche (una “metáfora del cristal que contra el piso se hace añicos”; comenta Padua Vidal sobre esta obra de Ascencio). Pero antes de entrar a su música, detengámonos un poco en la trama; ¿cuál es la trama de esta novela? Novela breve, podríamos decir, pues rebasa apenas el centenar de páginas; intensas, es cierto. Y de hecho me pregunto, ¿cuál es la parte sustancial de esta obra, la música que la permea o la trama?

Para no develarla al posible lector podríamos acotar que se trata de la historia de un personaje atormentado por una pasión amorosa, Laura. Por largos tramos, a manera de un monólogo interior, el hombre abrumado, el narrador, nos cuenta los momentos felices y dramáticos de esa pasión que podría incluso inducir al crimen. Pero este protagonista es músico, ama la música, y esta es la que permea a lo largo de la novela como tejido estructural, que ya mencionaba, pero también como detonadora del drama.

A partir de esta consideración, he decidido citar los instrumentos, la música, los compositores que, en la fraseología de Ascencio, van acompañando la trama, como si se tratara de una sinfonía ejecutada por la orquesta cuya batuta es la pluma del escritor. Lo haré de una manera experimental, que se aproxime al poema dadaísta que consiste en tomar una nota periodística, recortar cada palabra, introducirlas en una bolsa, revolverlas y después sacar una por una y escribirlas en el orden en que aparecen. Pero haré una variante a esta composición característica. Citaré las frases musicales y algunas frases poéticas de la novela (y la brevedad de su contexto cuando sea necesario), las cortaré, por decir, de la trama, pero las vaciaré a este escrito en el orden en que van apareciendo en cada uno de sus cinco capítulos (tal vez valga la pena en otro momento hacer el ejercicio dadaísta de manera ortodoxa). Este ejercicio es mucho más elocuente de lo que pudiera yo expresar a manera de interpretación; sobre todo, porque es una musicalidad y una poética que asoman de inmediato al oído del lector. Escuchen si no.

Y mientras leen, escuchen Capricho No. 24 de Niccolò Paganini; interpreta, Hilary Hahn:

Cántaros de la noche (ejercicio semi-dadaísta)

Amorosa pasión

Laura: Su piel, sonoro río de espuma dorada. Su rostro, un pequeño espejo oval. Su cabello… brillaba el esplendor de la noche. Escuché una voz de oboe que retumbó en mis oídos. Una voz operista cargada de lamentos. Era ella. El torso de un violín encendido con afinadas cuerdas en mitad de la noche. A su lado, oía la ejecución perfecta de una sonata, los instrumentos exploraban nuevos sonidos y ella era el sonido, melodioso y rítmico. Acompasados movimientos de gaviota sobre el mar. Su voz me adormeció, canto sacro que orientó mis pasos dentro de la habitación. Enmudecí. De pronto el canto desapareció y le escuché decir, hagamos un viaje. Le pedí que leyera algo de Las grandes elegías de Friedrich Hölderlin; y lo hizo. El canto séptimo de las Lamentaciones de Menón por Diótima. Hoy que la recuerdo, ella tiene el libro en sus manos y canta.

Los aplausos no cesan, y las voces que se alzan celebran el concierto, me erizan la piel. Algo andaba mal, el corazón no miente, es un trombón de latidos que no miente. Allí estaba, sobria figura de violín. Mirar su cuerpo de laúd con finas cuerdas. Un oscuro y delgado cuerpo de cítara. Su cuerpo rígido formó un arco perfecto, un Stradivarius en armonía con la luna. Oí el canto de una sirena. Una nueva existencia basada en la constelación de la noche y en el canto de poetas. Al caer emitió sonidos, suave timbal de terciopelo. Perdí el sentido del tiempo…

Mujer fragmentada

Una noche que llovía a cántaros. Está lloviendo a cántaros. Laura estaba cansada. Había perdido la gracia, la musicalidad. Era un compás deshilvanado. Una sinfonía en desorden. Preludio desencajado. El brillo desliza ritmo por sus piernas. Pienso en ella, andante, último cuarteto para cuerda, oscuro sentimiento desesperado. Pegado a la puerta del baño la oía tallar su cuerpo, el repiquetear del agua en su piel sonaba clarinete de nota larga. Laura, la que se encontró conmigo en el vaivén rítmico de las castañuelas. La mujer que miré la noche que cantaron las hienas…

Los cántaros de la noche

Repentinos estallidos de furia: pum, pum, pum. Luego, violentos y prolongados subieron uno a uno a mi cabeza: ¡puuum!, ¡puuum!, ¡puuum! Incontrolables, insoportables. Llevaba la alegría en ella; la lluvia no le importó. Daba pasos cortos con ritmo y cadencia. Mis ojos se inundaron de lágrimas. Tenía presente la última rapsodia. Laura entre las olas. Un remanso de notas caladas. Una sonata.

Era domingo. A las diez se oyeron los golpes. Toc, toc. Dejé las notas, la partitura. De no ser porque he vuelto a componer habría muerto. No le dije que ella era el motivo de mi composición. Ella era el Réquiem: Los cántaros de la noche.

El otro

Asustado vi arder un violín, las llamas reventaron sus cuerdas. El violín crujía. El viento no se apartó. Su silbido: una estela de disonantes acordes que se aglomeraron y estallaron en mi cabeza. Allí está, tendida y silente. Sin sonido. La misma noche que rompí las cuerdas, rasgué mi alma. Luz, rostros, sombras, un ojo mirando por la cerradura, los pies de una mujer, voces, gritos con mi nombre roto, el sonido del violín, oscuridad. Mis piernas… un sonido dilatado que iba dejando ecos…

Hojarasca

En la oscuridad de la mañana, dejo zumbar en mis oídos el violín de Paganini, sus cuerdas, la ferocidad de sus dedos puesta en ellas. El movimiento exacto en la línea exacta que sube y engancha la nota justa y hace del llanto el violín. El deseo. Fugarme entre las grietas y brincar de una a otra en conciertos cósmicos. Hojas, hojarasca, el sonido que sale de ellas es un sonido fresco y alegre, armonioso. A veces arrastran un sonido melancólico. Algunas de ellas crujen porque se quiebran, a veces arrastran un sonido melancólico. Grandes y chicas se organizan de tal forma que terminan en concierto. En un concierto de música alargada, sonora y de acordes modulados. Es Paganini. No siempre las veo caer de los árboles. También bailo y canto. No, no canto. Más bien gorjeo. Todas las mañanas barro las hojas de los árboles y escucho a Paganini… a veces llego a escuchar el trinar de los pájaros. El sonido de Paganini que gira, gira y gira. Es un girar que parece no detenerse; sin embargo, entrada la noche, se detiene y dejan de zumbar las cuerdas de Paganini en mis oídos, confieso mis pecados. Lo hago con sonrisa sonora en mis labios. Me gusta el sonido de mi risa. El eco que se esparce agudo, libre para perderse en el jardín. Este es un mundo de sordos, ciegos y mudos. De pronto escuché la música de Paganini y poco a poco se fueron los miedos; cuando se fueron entoné viejas partituras. Sentí una paz profunda que abrazó mi alma. Hasta olvidé los miedos, pero no el concierto que di de Paganini. La música me ayuda a vivir sin ahogarme.

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III. Orondo

Si en Los cántaros de la noche la sustancia literaria son la música y el sentido poético, en Orondo estamos frente a la literatura y la filosofía; el espíritu. Pero también no deja de asomarse la música. Y otra vez, la trama que no podemos develar en relación al protagonista: ¿estamos ante un loco, un asesino? Un pensador, Erasto, que mantiene relación epistolar y encuentros en su casa y su jardín con escritores admirados por él. Que sostiene una relación ¿de servidumbre, de mecenazgo, de tutelaje?, con Absalón, quien es el encargado de vincular el mundo interior de Erasto con el mundo exterior. Novela que demanda relectura para comprender la complejidad tanto de la trama como del espíritu expresado tanto por Absalón como por Erasto; pero también por los escritores que concurren al encuentro con este último.

Orondo es una especie de entramado ideal, o de ideal entramado para extenderse casi al infinito en la medida que el protagonista explaye su relación epistolar y su encuentro con los autores favoritos, o los odiados; todo depende. Porque se trata de un personaje retirado de la vida de ambición, desdén y crueldad que llevó en la juventud y madurez. Ahora, como aconsejado por Séneca (cuyo nombre cita Erasto en algún momento) en De la brevedad de la vida o siguiendo los pasos y el ejemplo de Michel de Montaigne, se dedica a lo que quiere, a lo que quiera. Pudiera decirse, vive de una manera oronda. ¿De allí viene lo orondo del título? ¿O de algún simbolismo a partir de la frase de Absalón cuando trae un café de olla con canela y azúcar a Erasto?: “mire, lo serví en su jarro preferido, el que está rete orondo, como dice usted”.

Orondo está dividida, como las estaciones de Antonio Vivaldi, por el paso del tiempo; o asimismo como en la versión de Astor Piazzolla, Cuatro estaciones porteñas, citada en la novela. Trama fragmentada (en un fluir continuo) por las cuatro estaciones de esa música y de la vida misma, aunque aquí el ciclo va de fin a fin; es decir, de invierno a invierno: Invierno, Primavera, Verano, Otoño, Invierno. Aunque no todos los intercambios epistolares llevan a encuentros entre Erasto y sus autores, la siguiente es la lista de los convocados (el contenido de las misivas y encuentros, son asunto para otra ocasión): Fiódor Dostoievski, León Bloy, Marcel Proust, Thomas Mann, Aldous Huxley, Rabindranath Tagore, Juan Carlos Onetti, Leopoldo Marechal, Samuel Johnson, Francis Bacon, León Tolstoi, entre otros. Quizá todos podríamos emular ese entramado ideal y escribirnos y entrevistarnos con nuestros propios autores; qué buena idea. Pero aquí va un reproche de mi parte. Durante el Verano, ya cerca del Otoño, en la mañana de un lunes 12 de septiembre, Erasto pide a Absalón ir al correo y depositar una carta dirigida a Oscar Wilde. El encuentro nunca se da, no se informa más al respecto. A mí me habría encantado atestiguar ese encuentro. Y no sé si responsabilizar por su ausencia a Absalón o a Don Erasto. ¿O acaso al autor Ascencio? Más tarde reflexioné, tal vez el responsable ha sido Wilde, el dandi que no abrió el sobre o no quiso responder a la invitación. De pronto otra posibilidad saltó: ¿Y si ha sido el servicio de correos tan deficiente en el país?; ¿qué creen ustedes?

Y al final. Al final quedan solos Erasto y Absalón para resolver la trama y acaso los enigmas de Orondo. Pues, como ha establecido María del Carmen Jáuregui, al final se trata de “dos hombres que por circunstancias ajenas a ellos se encuentran, y juntos atravesarán el ‘moderno’ Aqueronte, que los llevará a un destino insospechado”. Y es que Esteban Ascencio, continúa Jáuregui, “construye la trama de tal suerte que resulta ser una especie de intriga en la cual se gestan para ‘bien’ de los personajes los subterfugios que, paradójicamente, derivan en el juego inverso de la vida”.

Pero no terminamos aún este apunte. Para este casi final, unas notas musicales. Las que aparecen durante las estaciones de Orondo. Además de las referencias a Vivaldi y Piazzola, la trama no viaja sola (estableciendo una analogía con las memorias de Luis Herrera de la Fuente; La música no viaja sola), viaja acompañada por el espíritu y las obras de compositores y obras puntuales. Gustav Mahler y su Quinta Sinfonía y Canciones a los niños muertos; Ludwig van Beethoven; Johan Sebastián Bach; Georges Bizet y La Habanera, de su Carmen, cantada por María Callas.

Excelsa María Callas canta La Habanera, de la ópera Carmen; versión de Hamburgo en 1962:

IV. Variaciones sobre la vida mundana de una mujer infinita

En un avance de la lectura de esta novela, anticipo la aparición de compositores y obras como Ludwig van Beethoven, Niccolò Paganini (el músico que aparece obsesivamente, casi como leit motiv, en Los cántaros de la noche), Héctor Berlioz, Piotr Illich Chaikovski, Wolfgang Amadeus Mozart, Manuel M. Ponce, Manuel de Falla y Giacomo Puccini con Madama Butterfly.

V. Enhorabuena

Sólo resta, pues, la invitación a adentrarse a la obra literaria de Esteban Ascencio, a su poética, a su musicalidad; así, la trama humana se irá develando. Enhorabuena, Esteban, por este 25 aniversario de vocación y amor por las letras y sus sonoridades.

Ciudad de México, domingo 7 de agosto de 2022.

P.d. Texto presentado en el programa “Conversaciones con la Historia”, de Aquiles Cantarell, y en la Cafebrería El Péndulo, de la Colonia Roma. Y para concluir esta sesión, les dejo la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler; en versión de Leonard Bernstein con la Filarmónica de Viena:

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo