Puedo decirles con total sinceridad que la Navidad para mí, con el paso de los años, se fue volviendo un verdadero suplicio, en un verdadero martirio. Extraño tanto a Germán Dehesa. Desde muy joven, mi padre enrollaba el periódico cuando lo terminaba de leer y me lo aventaba diciéndome: “Mira, ponte a leer a Dehesa”, y desde entonces lo sentía mi amigo, como si fuera cercano mío, pues odiaba la Navidad al igual que yo, pero en el fondo siempre le encontraba vida y belleza, al igual que yo.

Entonces ya sentía que no estaba sola en ese sentimiento en el todos dicen estar muy felices y TIENEN que estar muy felices casi como una obligación. Y no. No es coincidencia que en estas épocas decembrinas es donde más se disparen los suicidios. La gente se siente forzada a ser feliz cuando no te sientes feliz. A estar en cenas donde no quieres estar si es que hubo para una cena; con gente que no quieres estar y comprar regalos con dinero que no tienes.

Y más profundo que eso: la sensación de soledad y un sentido de inmenso aislamiento es lo que en muchas personas genera la Navidad.

Yo no me atrevería a culpar al presidente de México, así como él nos culpa de todo, de que esto fuera responsabilidad de él.

Muchas navidades para muchas personas son durísimas de vivir. Hay vacíos por partidas de seres amados, hay esa sensación de no pertenecer a nadie o no tener con qué estar a la altura de lo que la sociedad o el mercantilismo te empujan a sentir .

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Pero sí creo y vivo a esta Navidad en especial con mucha desesperanza y desolación. Si bien agradezco estar viva y que los seres que amo lo estén, este año en particular será muy difícil que mis hijos reciban un regalo por ejemplo, cosa que no sucedía en otros años con tanta brutalizad como ahora.

La economía no me lo está permitiendo. Tristemente también hay que reconocer que los adolescentes de hoy piden cosas carísimas que no podré brindarles.

Estoy llegando a una Navidad donde no me dejan de rondar miles de cuestionamientos en mi menté en torno a lo que se nos avecina como país, en términos económicos y de seguridad. En términos de salud, porque, les platico acá entre amigos que yo ya no pude seguir pagando mi seguro de gastos médicos por el costo elevadísimo que semestralmente tenía que aportar y  tristemente sé que en mi país no encontraría atención médica adecuada, pues tuve cáncer y no se si algún día pudiera regresar. Pensar en atenderme en el seguro o en un hospital público es como proyectar una película de horror en mi mente. Ni se diga pensar en los gastos de un hospital privado.

Sí... ya sé que mi vida parece un capítulo de La Rosa de Guadalupe, pero en verdad esta Navidad llegó particularmente descorazonada para mí.

Soy creyente y eso es lo que me mantiene de pie, porque únicamente tomada de la mano de Dios es como creo que podré sobrevivir.

Sé que estas fechas son una forma de reencontrarte con ese Dios de esperanza y de fe, pero con este presidente mi paciencia se agota y mi fe un poco más también. Prácticamente no veo salida.

A mí no me sirve ni el gran Tren Maya ni el nuevo Aeropuerto ni la Refinería para vivir mejor. Me sirve que existiera un sistema de salud que me diera la paz de saber que si lo necesito cuento con él. Lo que necesito es empleo y más trabajo. Más oportunidades. Lo que necesito es que mi hija pueda ir a la tienda sin el horror de pensar que no regresará a a casa. Lo que necesito es tener paz.

Paz que sólo Dios me dará. Porque, perdón, me da Igual que nos cuente el presidente que él muy feliz. Lo que quisiera es que él pudiera hacernos felices a todos dándonos más seguridad y justicia.

Lo veo difícil. Así que ya no está Germán Dehesa para no sentirme tan sola, pero segura estoy, hay muchos que se sienten como yo. No estamos solos. Feliz Navidad.

Claudia Santillana Rivera en Twitter: @panaclo