“Stupidity is knowing the truth, seeing the truth but still believing the lies. And that is more infectious than any other disease. (La estupidez es saber la verdad, ver la verdad pero seguir creyendo en las mentiras. Y eso es más infeccioso que cualquier otra enfermedad.)”

Richard Feynman

El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México se encontraba al tope. Sin embargo, mismo antes de la pandemia, no tuvo los problemas y dificultades que experimenta de unos meses para acá.

No se necesita ser un genio para detectar qué es lo que vino a desestabilizar el precario sistema que, bien que mal, lograba mantenerlo a flote. Fue la apertura del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y, luego, la incesante necedad de llevar vuelos para allá —pronto de vuelta hacia el Aeropuerto Internacional de Toluca también—, lo que en lugar de desfogar el tráfico aéreo de la capital ha complicado más la situación en el aire.

Experto en el tema al que se le consulta, experto que contesta: la planeación del espacio aéreo del Valle de México y alrededores debió iniciar en el cielo y, en función de eso, “aterrizarse” en un adecuado diseño en tierra. Ello no ocurrió cuando se edificó el AIFA (tampoco, por cierto, el aeropuerto de Toluca).

Así, el Benito Juárez acarreaba inconvenientes que debían haberse resuelto antes de cierto tiempo (la saturación, una terminal que se hunde, los malos olores, la necesaria y total rehabilitación, el insuficiente presupuesto, entre muchos otros). Los mismos trabajadores del AICM han publicado en las redes sociales que “lamentamos mucho lo que está ocurriendo, hacemos nuestro mejor esfuerzo, pero nuestro director general Carlos Morán se está dedicando a boicotear el Aeropuerto intencionalmente, además de amenazarnos y pisotear nuestros derechos laborales”.

Ya que no se pensaba atender dichos problemas —además de otros asuntos—, fue que se ideó un aeropuerto más grande, uno que absorbiera TODA la operación del AICM, pero sobre todo, que supondría la operación de un solo aeropuerto comercial —con mucha mayor capacidad— en el espacio aéreo de la gran metrópoli mexicana.

Sabemos de memoria lo que sucedió: el NAICM fue cancelado luego de algo así como 20% de avance en la obra, generando pérdidas monetarias inmediatas de dimensiones inconmensurables y futuras, también, por la falta de los vuelos (de pasajeros y de carga) que ahí llegarían durante muchas décadas.

Y se inauguró Santa Lucía, pero —cuál no sería nuestra sorpresa— al mismo tiempo ¡se abandonó presupuestal, administrativa y operativamente hablando al aeropuerto Benito Juárez!

A pesar de ello, el gobierno vendió a la población la idea de con el plan gubernamental todo se resolvería en breve. Mentira.

Ahora tenemos al AICM, al AIFA y al AIdeToluca y la verdadera pesadilla solo comienza.

A un año de que la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos (FAA por sus siglas en inglés) degradara la seguridad aérea de nuestro país de categoría 1 a 2 por incumplir los estándares de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), no se ve plazo para que se pueda recuperar la categoría número uno —y menos con los incidentes acaecidos en el AICM estos últimos meses—.

Esta degradación se debió por diversos aspectos de inseguridad que hasta ahora no se han resuelto; lo que es más, todo indica se han agravado.

Eso sí, esta degradación “logró” que las aerolíneas mexicanas (independientemente del año y medio del Covid) perdieran al menos ¡un millón de pasajeros para volar a los Estados Unidos! Esto es, nuestras líneas aéreas están impedidas de solicitar nuevas / mayor número de posiciones de despegue y aterrizaje en el vecino país del norte.

La 4T carga con una “maldición” en el tema de los aviones (y todos nosotros con esta). Desde ‘la rifa del avión sin avión’, luego ‘la venta sin venta’; más adelante ‘la renta sin renta’. Ahora un aeropuerto sin vuelos, la degradación de México en la calificación aérea, el fracaso en el diseño del espacio aéreo en la ZMVM, la desgracia del Benito Juárez, unos controladores que no debieron desempeñarse como tales ya que reprobaron sus exámenes de admisión (“alguien” cambió los resultados para que fueran contratados)…

Imaginémoslo. ¡Controladores de aviones que en los hechos no las credenciales! Con todas las implicaciones que eso significa, incluyendo ser artífices de posibles tragedias al entorpecer en lugar de apoyar al trabajo de los pilotos.

La Federación Internacional de Asociaciones de Pilotos de Líneas Aéreas (IFALPA en inglés), que no se andan con rodeos, ya emitió un boletín de seguridad sobre México donde, entre otros aspectos, se queja de la muy deficiente capacitación de los controladores aéreos mexicanos recién contratados.

No sorprende, entonces, que en un solo día, en tan solo en diez horas, se aborten siete aterrizajes, tal como sucedió la semana pasada en el Aeropuerto Benito Juárez.

De ser ciertas las acusaciones, estamos mucho peor de lo que imaginábamos. Cabe la posibilidad de que la FAA imponga sanciones todavía más severas que simplemente el incumplimiento de las 28 observaciones que hizo hace un año sobre seguridad aérea

Bajo este escenario, la inspección de la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos se antoja imposible o, de realizarse, se garantizarían pésimos resultados.

Pero ahí no termina la cosa, no. Encima tenemos nuevamente huelgas de taxistas que en días pasados cerraron las entradas al AICM, falta de mantenimiento total en las dos terminales de ese aeropuerto y la resistencia de las autoridades federales de generar —¡e implementar a la brevedad!— un rediseño del tráfico aéreo en el Valle de México, además de otras reformulaciones logísticas que empiecen por decidir qué hacer con ese mamut blanco llamado AIFA.

¿Qué se tiene que hacer para que México recupere una situación aeroportuaria similar a la que tenía hace cuatro años? Mucho. Para empezar mucha inyección de dinero, capacidad, recursos humanos, atención y planeación al AICM. ¿Ocurrirá? No, si de la 4T depende.

Tal vez, quizá, le haga recapacitar si le hacemos ver al presidente AMLO que, de continuar la ruta en la que se ha empecinado, le estaría trasladando la maldición al que pudiese sucederlo en el cargo. Aunque la estrategia esté planteada para culpar cada vez en mayor medida a las líneas aéreas (e incluso a las autoridades de aviación estadounidenses), tengan por seguro que gran parte del desastre que significa para los pasajeros (y comercio, inversión y movilidad nacional e internacional) la inadecuada operación del AICM, así como la nula interconexión que este tiene con Santa Lucía, Toluca y la capital misma, le recaerá cada vez más a la Cuarta Transformación. Ya no se diga si ocurriera una tragedia de proporciones mayores en la aviación de la ZMVM, la cual evidentemente nadie quiera que suceda. ¿No podría decirle Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la capital y puntera en todas las encuestas de intención del voto rumbo a las elecciones presidenciales del 2024, que el caos aéreo perjudica al lopezobradorismo y su herencia?

Ahora que, si López Obrador quiere recetarle a su propio proyecto su ya épico “¡váyase al carajo!”, entonces se encuentra transitando en la ruta adecuada para semejante colisión.