La pandemia de inflación que afecta a la mayor parte del mundo parece estar burlando la medicina de política monetaria que están aplicando los bancos centrales. Se ha convertido en la gran preocupación de las autoridades económicas y mercados financieros, y en el principal dolor de cabeza para millones de familias, principalmente las de menor poder adquisitivo, que han visto debilitados sus ingresos y comprometido su bienestar.

La inflación es actualmente el padecimiento más crítico de la economía y no va a desaparecer sin aplicar medidas dolorosas. Por los efectos directos que genera en el nivel de vida de la población, controlarla y lograr la estabilidad de precios, se ha convertido no solo en un reto económico, sino también político.

La inflación en Estados Unidos y la FED

En Estados Unidos, el dato de inflación anualizada para el mes de junio que se difundió esta semana, fue de 9.1% (el más alto desde 1981). Este nivel refleja principalmente los choques de oferta por las disrupciones de las cadenas de suministro, el alto precio de los energéticos y los bienes agrícolas; y se relaciona con la enorme cantidad de estímulos monetarios que, a través de la Reserva Federal (FED) se venían dando desde hace casi 12 años atrás, y que inundaron la base monetaria de la economía norteamericana.

Se ha cuestionado mucho a la FED por haber creado, primero, la llamada “fiesta de liquidez”, y después, haber subestimado las presiones inflacionarias que se empezaron a presentar por los efectos del Covid y luego empeoraron con la guerra Rusia-Ucrania, al considerar que se trataba de una “inflación transitoria” y haber actuado “detrás de la curva” (que se entiende como la falta de acción oportuna de la FED acorde al aumento inflacionario). Ahora, lo que preocupa es una sobre-reacción de la FED que pueda empeorar el escenario de recesión que ya se vislumbra.

En el último “libro beige” de la FED (que reporta la opinión de los 12 distritos que la conforman), se señala que se mantendrá una alta inflación por lo menos hasta fin de año, y que son mayores las probabilidades de una recesión, aunque no se prevé su profundidad y duración. A partir de ello, parece haber un consenso para incrementar en un punto porcentual la tasa de interés en la próxima reunión de la FED del 25-26 de julio (el rango actual de dicha tasa es de 1.5 a 1.75%). Aunado a esto, se mantendrá la reducción de su hoja de balance para reducir sus estímulos financieros.

La restricción económica en Estados Unidos va a tener un impacto directo en la economía mexicana. Si la salud de nuestro vecino se agrava, el contagio a la nuestra puede ser de pronóstico reservado.

El Banco de México y la inflación

La inflación anual reportada en México a la primera quincena de junio fue de 7.88%, lo que está generando un gran costo social, sobre todo en los hogares que tienen los niveles más bajos de ingreso, y ello genera más pobreza en el país. La mayor carga inflacionaria está recayendo en alimentos y bebidas (que no tienen subsidios directos como en el caso de la gasolina), y son quienes tienen menores recursos económicos los que destinan mayor porcentaje de su gasto a este rubro.

De acuerdo con los pronósticos del Banco de México, la inflación dentro de 18 meses volverá a su rango objetivo de 3%. Los bancos centrales son formadores de expectativas y suelen ser optimistas, sin embargo, las condiciones actuales de la economía mundial, y la de México, hacen previsible que el problema inflacionario se va a prolongar y las expectativas planteadas por Banco de México estarán lejos de cumplirse. Sus efectos serán más perjudiciales para la población de menores recursos que son quienes carecen de activos para cubrirse de la erosión del poder adquisitivo.

Frente al esperado aumento de un punto porcentual de la tasa de la FED, Banco de México, que fijó la tasa objetivo en 7.75 en su pasada reunión del 23 de junio (6 puntos arriba de la del FED), es probable que, en su reunión de agosto, replique ese aumento para mantener el diferencial de tasa, para proteger la paridad del tipo de cambio del peso con el dólar americano, y así evitar presionar aún más, las expectativas inflacionarias en el país.

La política monetaria restrictiva reduce la liquidez en la economía y por eso es aplicada para contener la inflación, pero uno de sus principales inconvenientes es la desaceleración económica y el aumento del desempleo.

¿Es suficiente combatir la inflación con política monetaria?

En su conferencia de prensa de mayo, Jerome Powell el presidente de la FED, declaró que “las herramientas de la política monetaria tienen poco filo, y es difícil usarlas con precisión”, y es un “negocio complejo y desordenado”. Reconoció que “esencialmente, contamos como herramientas con las tasas de interés, la hoja de balance y las expectativas, que no tienen mucho filo, ni precisión quirúrgica”.

En su Reporte Anual, el Banco de Pagos Internacionales (-BIS-, “el banco central de los demás bancos centrales”), reconoce las limitaciones de la política monetaria (señaladas de alguna manera en la analogía de Powell), y advierte sobre el peligro de desviarnos del régimen de baja inflación de los últimos 40 años, hacia un régimen de alta inflación, por lo que hace una serie de recomendaciones. Resalta el riesgo de “estanflación”, que es vivir con bajo crecimiento económico y niveles variables y persistentes de inflación.

Además de evaluar los factores que nos situaron en la posición actual, donde destaca que hubo una confianza excesiva en que la baja inflación iba a prevalecer frente a cualquier evento, el BIS establece retos de corto y largo plazo, no solo en términos de política monetaria, sino también fiscal y económica.

Retos de corto plazo del BIS

  • Evitar que la economía global pase de un régimen de baja a alta inflación. Se deben limitar los costos a la economía lo más posible y salvaguardar la estabilidad financiera.
  • No solo es un reto de “calibración” monetaria, sino de política económica. Debe buscarse sustentabilidad fiscal, para evitar un sobre endeudamiento gubernamental, por ejemplo, de establecer subsidios generalizados.
  • La prioridad debe ser evitar actuar por atrás de la curva de inflación, que solo resulta en mayores costos económicos y sociales para poder lograr controlarla. Deben medirse variables como el aumento en salarios, expectativas de gasto, inversión y consumo, e impacto en los mercados financieros.
  • Las economías emergentes son especialmente vulnerables porque están a mayor merced de las condiciones financieras globales, especialmente por el fortalecimiento del dólar, y tienen menor margen de maniobra. Aunque no ha habido grandes disrupciones en los flujos de capital extranjero, se aconseja establecer marcos de política integrales que incluyan una dependencia “juiciosa” en la tendencia a intervenir el tipo de cambio, y deben establecerse medidas macro prudenciales (que detectan y mitigan los riesgos que afectan la estabilidad sistémica del sistema financiero).

Retos de largo plazo del BIS

  • El entorno actual ofrece la oportunidad de poder, finalmente, “normalizar” la política monetaria (estabilizar los niveles de deuda gubernamental, el nivel de las tasas de interés y el tamaño de la hoja de balance de los bancos centrales).
  • Debe promoverse el retorno al crecimiento económico no por la vía la política fiscal y monetaria, sino atendiendo las causas estructurales que han generado las debilidades económicas.
  • La única manera de promover crecimiento económico robusto de largo plazo, es implementar reformas estructurales ambiciosas. Estas reformas cobran mayor importancia frente a la coyuntura, sobre todo frente a los signos de un proceso de reversión de la globalización, producto de las condiciones geopolíticas actuales.

Inflación atípica

Según el BIS, para abril de 2022, el 75% de las economías a nivel mundial sufren una inflación mayor al 5%. Hay que destacar que China, Singapur, Indonesia y Corea del Sur, entre otros, son economías que están, a diferencia de Estados Unidos, en periodo de expansión monetaria y no tienen un problema inflacionario. Tienen diferentes estructuras de costos y otra dependencia de suministros, y no recurrieron a una expansión fiscal descontrolada en años anteriores.

La inflación que estamos padeciendo es “atípica”. Eso es precisamente lo que tiene más nerviosos a los mercados financieros y a los responsables en materia financiera y económica. Hay una gran incertidumbre sobre la receta que se debe aplicar, para sanear la situación actual.

Y es que no debemos usar como patrón la inflación que se padeció en los años 70 y aplicar la receta de la FED de Paul Volcker. A diferencia de la actual, aquella inflación fue una “inflación de costos” (mayores costos por el alto precio del petróleo resultado del embargo árabe por la guerra del Yom Kippur a Estados Unidos y los países aliados), y la actual es más una “inflación de demanda” (donde además de mayores costos de insumos por menor disponibilidad, hay una demanda de productos que excede la oferta).

La gran preocupación que se tiene actualmente es que conocemos lo que ha sucedido de lado de la oferta (estamos viendo cómo resolver las disrupciones en suministros), pero no sabemos hasta donde se va a afectar la demanda, por la política económica restrictiva que está aplicando la FED. La fuerte alza de tasas encarece el crédito y con ello se disminuye el consumo y la inversión, y eso va a frenar la economía; mientras que, por el lado de la oferta, es muy posible que puedan empezar a normalizarse las cadenas de suministro y los procesos de distribución. Entonces estaremos padeciendo una recesión provocada, que no necesariamente tenga a la inflación bajo control.

La inflación es corrosiva. Varios analistas, como Martin Wolf del Financial Times, señalan que no será fácil aplicar y “calibrar” las políticas necesarias para controlar la inflación, por los costos que implica no solo en términos económicos sino políticos. Pero es lo que debe hacerse. Afirma que: no debe pasarse por alto que el dinero es un bien público esencial, y el “dinero sano” sustenta la estabilidad económica.

Frente a las tentaciones populistas del gobierno de López Obrador (y más en tiempos electorales), el Banco de México y las autoridades financieras y económicas del país no tienen alternativa distinta a hacer lo que les toca, a actuar con decisión y precisión, con responsabilidad política, para prevenir que la inflación se convierta en una enfermedad crónica que afecte, principalmente, la de por sí débil salud económica del sector más vulnerable de la población. El reto es mayúsculo.