El empresario Carlos Slim es un personaje que no requiere presentación. A lo largo de los últimos lustros se ha distinguido por representar a la más conspicua oligarquía mexicana. Desde su ascenso durante la presidencia de Carlos Salinas de Gortari hasta nuestros días, ha encabezado los titulares nacionales.

Mucho se puede comentar sobre Carlos Slim. Sus críticos han buscado demeritar sus éxitos con el argumento de que se benefició del “capitalismo de amigos” (un eufemismo de “corrupción”) el año en que Salinas le adjudicó, sin licitación previa, Teléfonos de México, cuando esta formaba parte del núcleo paraestatal, convirtiéndola más tarde en un imperio que se extendería, dentro del conjunto de empresas dirigidas por Slim, en una de las más exitosas de América Latina.

Sí, efectivamente, Slim resultó beneficiado por la transacción. Sin embargo, la acción derivó en gran medida de la política de privatizaciones impulsadas por Salinas de Gortari en el contexto de finales de los años ochenta y principios de los noventa.

En todo caso, Slim, al lado de otros empresarios como Ricardo Salinas Pliego, fue favorecido por el gobierno de Salinas, así como por las posteriores políticas de desregulación puestas en marcha por los gobiernos neoliberales.

Nada ha cambiado desde entonces. Por el contrario, a pesar de las promesas de AMLO de separar el poder político de la elite económica, Carlos Slim ha incrementado su fortuna en más del doble, alcanzando, de acuerdo a estimaciones recientes, la suma de 100 mil millones de dólares. En este tenor, recomiendo la lectura del documento intitulado “El monopolio de la desigualdad”, publicado por Oxfam.

En él, la organización detalla espléndidamente cómo Slim y los hombres y mujeres más acaudalados de México han duplicado o triplicado sus fortunas desde el ascenso de AMLO, y cómo han consolidado un grupo compacto de multimillonarios, frente a un Estado débil y poroso incapaz de paliar mínimamente las disparidades del mercado.

Slim, quien concentra hoy alrededor del 4 por ciento de la riqueza de todos los mexicanos, se ha distinguido por ser un extraordinario diplomático del sector empresarial. Gracias a su poder blando, a su capacidad de dirigir el mercado y a su talento como negociador, ha obligado a los presidentes (desde Salinas hasta López Obrador) a plegarse a sus designios, cargándose a su paso a las instituciones reguladoras, mismas que hoy están bajo asedio por parte del régimen.

En suma, Carlos Slim encarna hoy más que nunca el símbolo de la derrota del Estado frente al mercado, o si se quiere , del poder económico sobre el político. ¿No prometió AMLO separarlos? Haya sido derivado de su incapacidad o de su falta de voluntad, el presidente de México ha fracasado. Este fracaso cuesta a todos los mexicanos.