No podemos pasar por alto lo que el Partido Revolucionario Institucional vive. Sí, aquel PRI todopoderoso y omnipotente del siglo pasado que avasallaba en las elecciones porque era, sin lugar a dudas, el partido hegemónico del país. Lo que alguna vez fue ese dominante poder, se terminó diluyendo. El PRI, en este momento, ha entrado en una etapa crítica de debilidad y degradación; algo parecido a lo que vivió el PRD hace poco. La mejor prueba de ello es que, hace un par de días, se consumó la derrota electoral en el Estado de México: aspecto que venía empujando muy fuerte.

Después de 100 años en el poder, el PRI ha perdido el bastión más importante por lo que significa el padrón electoral. Debió ser dolorosísimo para la dirigencia nacional del tricolor digerir la noticia, aunque, al menos en el papel, no pareció haber importado a Alejando Moreno, que no salió a dar la cara en conferencia de prensa el pasado domingo en la noche. Su reacción no dimensiona la gravedad de la crisis que vive su partido; prácticamente está en la antesala de su extensión y todavía se hacen ilusiones de que pueden ser competitivos en 2024.

Recordemos que algo similar pasó con el perredismo. Están perdiendo militancia y presencia a lo largo y ancho del país y, lo peor de todo, no saben ni como reaccionar a los pobres niveles de estancamiento. Es decir, después de que Enrique Peña Nieto dejó el poder, la degradación se agudizó. Y como no, si prácticamente lo dinamitó y demolió en pesados por tanto escándalo de corrupción. La sociedad tiene memoria y, los ejercicios electorales, son la prueba más contundente de la animadversión que siente la ciudadanía por las siglas del PRI.

Lo que sucedió recientemente en el Estado de México fue una coyuntura hasta cierto punto lógica. El PRI viene arrastrando derrota tras derrota en varios puntos del país. En las elecciones intermedias del 2021 fueron sacudidos por el tsunami morenista; lo mismo pasó en 2022 y 2023. Con esa inercia negativa no tienen ninguna posibilidad de competencia para la madre de todas las batallas: la sucesión presidencial. Un caso semejante vive el PAN, y no se diga el PRD, que prácticamente está agonizando con un respirador artificial.

Ninguno de los partidos que integran la alianza tienen remedio. Es decir, su capital político es raquítico y están obligados, ante la necesidad inexorable, prácticamente a reconstruir desde los cimientos una alianza renovada. Aun así, están muy lejos del nivel de competencia y del ánimo de la población civil. Su legado los condena al estigma de la corrupción. La única narrativa que alimenta su estrategia es la guerra sucia. Sin embargo, ya lo hemos dicho, no tienen conexión con la sociedad, y su lingüística no transmite elocuencia, sino desdén.

El mejor ejemplo fue lo que sucedió en el Estado de México. Qué a nadie le sorprenda; todo pintaba para un triunfo de la maestra Delfina Gómez. Muchos dirán que el PRI ganó Coahuila, empero, la naturaleza de aquella elección fue distinta. A Morena le afectó la división que provocó Mejía, y la tardía reacción de las dirigencias nacionales del PT y PVEM. De hecho, se convencieron muy tarde del costo político que se había ocasionado por no haber acompañado al partido guinda desde un principio. De muy poco sirvió la declinación en la recta final.

Más que una derrota para Morena en Coahuila, es una gran lección para mantener la unidad en vísperas del proceso electoral presidencial. Caso contrario: la derrota para el PRI no se compara con la de la entidad del norte por todo lo que envuelve el proceso. Si pudieran cambiar los triunfos, no hay duda que el PRI daría todo por retener el Estado de México.

Ha sido, desde el siglo pasado, la derrota más dolorosa en términos históricos y políticos. Los hechos hablan por sí solos: el PRI está totalmente sepultado por cualquier ángulo que lo quieran ver, y por más estrategias de relanzamiento y alianzas de supervivencia.

Lo que necesita el PRI, es cambiarse el nombre y formar cuadros competitivos que no tengan relación directa con quienes ahora dirigen los hilos del partido. Suena imposible, porque hemos concluido que, el Revolucionario Institucional, está condenado tanto al estigma de corrupción, como a la degradación. Ayer, por ejemplo, su líder nacional habló. Dijo que no aceptarán retazos en la alianza, ni mucho menos oportunistas. Ustedes, queridos lectores, tienen el mejor juicio. Yo lo calificaría como una ocurrencia más.