En la edición de ayer del periódico The New York Times se publica un largo reportaje, de Oscar López, en donde se afirma que México apuesta su futuro energético al petróleo, y no a las energías renovables. El esfuerzo del presidente AMLO de poner al sector energético bajo control estatal ha puesto obstáculos a las energías renovables y ha relegado los objetivos climáticos de México.

La nota del NYT es muy clara cuando dice que, impulsado por el objetivo histórico de López Obrador de retirar el control del sector energético a las empresas privadas a fin de que las estatales dominen el mercado, el gobierno está socavando los esfuerzos de expandir la energía renovable y apostando el futuro del país en los combustibles fósiles.

Desafortunadamente, según los analistas, es casi seguro que México no logre cumplir su promesa al mundo de reducir su producción de carbono. El país posiblemente también ha puesto en riesgo miles de millones de dólares de inversiones en renovables y creado otra fuente de tensión con el gobierno del presidente de Estados Unidos, Joe Biden.

El reportaje del NYT cita una cifra del impacto económico de la política energética de AMLO:

La inversión extranjera directa en la industria pasó de 5,000 millones de dólares en 2018, a menos de 600 millones el año pasado. Y, dado que empresas estadounidenses ya habían hecho cuantiosas inversiones en el sector energético mexicano en el pasado, los cambios en las políticas cada vez siembran más tensión en la relación con Washington.

“Hemos expresado repetidamente serias preocupaciones por una serie de cambios en las políticas energéticas de México”, dijo en un comunicado Katherine Tai, representante de comercio de EE.UU. “Desafortunadamente, las empresas de EE.UU. siguen enfrentando un tratamiento injusto en México”.

La política energética de AMLO será la prueba de fuego para la diplomacia mexicana.

Esto me recordó un extraordinario análisis, publicado recientemente por los profesores de Harvard, Graham Allison, Alyssa Resar y Karina Barbesino donde se hacen una pregunta fundamental: ¿Qué es la diplomacia? Y nos cuentan que cuando China estableció su Ministerio de Relaciones Exteriores, en 1949, su primer ministro de Relaciones Exteriores, Zhou Enlai, respondió a esa pregunta parafraseando a Clausewitz: “es la continuación de la guerra por otros medios”. Porque, a su juicio, “la lucha armada y la lucha diplomática son similares”. Describió a los diplomáticos como “el Ejército Popular de Liberación vestido de civil”.

Recuerdo mis cursos de la maestría en Harvard en donde nos enseñaban que, en el diseño e implementación de la política exterior, en Washington se utiliza el acrónimo DIME, que se refiere a los instrumentos indispensables: diplomacia, inteligencia, poder militar y poder económico.

Los autores del estudio nos dicen que la definición más útil que han encontrado es la de Chas W. Freeman:

“la diplomacia es el método establecido para influir en las decisiones y el comportamiento de gobiernos y pueblos extranjeros a través del diálogo, la negociación y otras medidas distintas de la guerra o la violencia”.

Chas W. Freeman

Entonces, la diplomacia es un complejo arte que combina relaciones, promoción, incentivos, amenazas, coerción y lenguaje para hacer avanzar la agenda de una nación sin el uso de las armas ni las balas.

Los autores nos recuerdan que, conceptualmente, la diplomacia incluye tres capas de mármol que se pueden describir como:

  1. El arte de gobernar o de conducir los asuntos del estado (statecraft);
  2. La arquitectura; y
  3. La jardinería.

El arte de gobernar consiste en las decisiones fundamentales que toma una nación sobre su papel en el mundo y el camino que elige para enfrentar los principales desafíos para su supervivencia y bienestar.

¿Cuál es esa decisión de México en los tiempos de la 4T? ¿Cómo va a ser la relación con Estados Unidos? La decisión en el arte de gobernar es fundamental. Si un estado elige objetivos inalcanzables, incluso las mejores arquitecturas y jardinería estarán condenadas al fracaso.

La arquitectura consiste en el diseño y la construcción de regímenes, normas, instituciones y procesos para lograr los objetivos del estado. Estos cubren un espectro desde la ONU, hasta otros organismos internacionales, regionales y los tratados, como el T-MEC.

Estas instituciones dan forma al comportamiento de los estados de manera que protegen los intereses de todos los integrantes de la nación. Pero no debemos olvidar aquí que toda la arquitectura fundamental posterior a la Segunda Guerra Mundial, desde la ONU, el FMI y el Banco Mundial hasta la OMC, la OTAN y la variedad de agencias y organizaciones internacionales, fue construida en gran parte por Estados Unidos.

El tercer nivel de la diplomacia es el trabajo diario que el exsecretario de Estado George Shultz denominó “jardinería”: desyerbar y sembrar, regar y alimentar las relaciones para influir en las decisiones y acciones de los estados que son socios o contrapartes.

La controversia entre Estados Unidos y México por la política energética del presidente AMLO y la violación del T-MEC será sin duda un estudio de caso que nos dejará muchas lecciones.

México siempre había buscado construir una economía fuerte en esta región del mundo. Habíamos intentado convertirnos en un socio económico indispensable en América del Norte. Entendíamos muy bien lo que Lee Kuan Yew, de Singapur, pronosticó: en el siglo XXI, el equilibrio del poder económico se volvería más importante que el equilibrio del poder militar.

Sabíamos que, para lograr los objetivos económicos, México debería empeñarse en ser el país más estudioso de las mejores prácticas de las naciones más avanzadas. Tomando el mundo como su laboratorio, teníamos que estudiar, aprender, adaptar y luego aplicar esas lecciones para avanzar en la agenda de México. Y luego ir más lejos, dominar las tecnologías actuales y las de vanguardia que incluyen 5G, IA, robótica, vehículos eléctricos y productos biofarmacéuticos.

Eso sí que era generar prosperidad para los mexicanos y defender los intereses fundamentales de la soberanía estatal, prevenir el aislamiento, enfatizar los intereses compartidos de la humanidad y convertirnos en un socio confiable.

Al pueblo de México no le gustan las controversias con Estados Unidos. El conflicto va a erosionar la confianza de los ciudadanos. Un México estable, abierto y próspero, que asuma sus responsabilidades para construir un mundo más pacífico, está clara y profundamente en el interés nacional.

Un México participante activo en la defensa responsable de los tratados y del sistema internacional existente es un jugador sobresaliente en el ámbito multilateral.

George Shultz comparó con frecuencia la diplomacia con la jardinería. Decía que una cosecha exitosa requiere comprender el medio ambiente, incluidos el suelo, la lluvia y el sol; selección de cultivos, semillas, fertilizantes y protección contra enfermedades o depredadores; y luego trabajar duro todos los días para permitir que las semillas se conviertan en alimentos o flores.

Los diplomáticos exitosos entienden a las naciones y a las personas con las que están negociando; establecen relaciones, dan forma a las percepciones, brindan incentivos, amenazan con castigos y elaboran argumentos para ganar amigos e influir en las personas. México tiene la red de consulados más grande que cualquier otro país pudiera tener en Estados Unidos. Deberíamos ejercer nuestro poder suave.

Según el profesor Joseph Nye, el poder suave se refiere al “uso de la atracción y la persuasión positivas para lograr objetivos de política exterior, principalmente haciendo que otras naciones quieran lo que tú quieres”. ¿Podremos solucionar la controversia comercial con Estados Unidos en la etapa de consultas, sin llegar al panel?

Parecería que si la retórica exagerada, en un repliegue nacionalista, alimenta la polarización, el gobierno de México se negaría a sí mismo algunos de sus instrumentos diplomáticos más efectivos. La diplomacia se atrofiaría.

No debemos dejar que el instrumento retórico se convierta en una primera opción en lugar de en un último recurso. La consecuencia sería un daño irreparable para las familias de todos los mexicanos. Nos tomaría muchos años reformar la política exterior y aún más recuperar la influencia y la reputación de México.

Twitter: @javier_trevino