En tiempos antisemitas conviene leer sobre las aportaciones de los judíos a la cultura, la ciencia, el arte, la política. De eso trata un libro de Diego Moldes que he estado leyendo, Cuando Einstein encontró a Kafka: Contribuciones de los judíos al mundo moderno.

No es un tema nuevo. Como dijo Sergio del Molino en El País, de España, estamos ante una discusión que lleva más de un siglo:

“Empezó en serio en 1919, cuando el sociólogo norteamericano Thorstein Veblen publicó un artículo académico titulado La preeminencia intelectual de los judíos en la cultura europea. Planteó allí una idea que se ha convertido en lugar común, porque la estadística la ha hecho incontestable: muchos de los cambios revolucionarios en la cultura occidental son obra de un puñado de judíos”.

Es verdad, sin Marx, Freud, Mahler, Kafka, Einstein o Arendt, la política, la psicología, la música, la literatura, la ciencia y la filosofía serían muy difíciles de comprender.

Diego Moldes puso el acento en el hecho de que Albert Einstein en 1911 conoció a Franz Kafka en Praga. El físico se animó a dejar Zúrich porque en la Universidad Carolina se le iba a pagar el doble por el mismo trabajo de profesor. No era un hombre religioso, pero —lo leí en otra parte— Einstein se vio obligado a decir que era judío porque el emperador Francisco José no quería ateos enseñando a la juventud praguense, menos todavía en el caso de una disciplina como la física teórica que invita a negar la existencia de cualquier dios.

Hay evidencia, y la da a conocer el señor Moldes en su Cuando Einstein encontró a Kafka, de que estos dos genios se conocieron en un café frecuentado por intelectuales, el Louvre, propiedad de Berta Fanta (Fantova), activista por los derechos de la mujer y directora de la Asociación de Mujeres Israelitas para Viñedos Reales. Ella estaba casada con Max Markus Fanta, dueño de una farmacia con nombre de trova cubana, El Unicornio Blanco.

Era un lugar de reunión de judíos de lengua alemana, como Kafka, Max Brod, Hugo Bergmann, Oskar Kraus, Franz Werfel, el matemático Georg Pick, Einstein, etcétera. Ahí, en el café Louvre, empujado por Berta Fanta el científico con frecuencia tocaba su violín.

El autor del libro Cuando Einstein encontró a Kafka admite que entre las cartas de Kafka “no hay ni una mínima mención a Einstein por parte del autor de El proceso”. Y Einstein, que se sepa, jamás mencionó a Kafka. Pero de que se conocieron dos hombres fundamentales de la cultura, es un hecho. Dos genios, sin duda, ambos de origen judío.

No son los únicos personajes judíos con quienes la humanidad está en deuda. Hay muchos otros:

  • Karl Marx, filósofo.
  • Sigmund Freud, padre del psicoanálisis.
  • Niels Bohr, físico.
  • Fritz Haber, Fritz Haber .
  • John von Neumann, experto en mecánica cuántica.
  • Theodore von Kármán, especializado en aeronñatuico y astronáutica.
  • Emma Goldman, anarquista
  • Paul Ehrlich, médico.
  • Emmy Noether, matemática.
  • Claude Lévi-Strauss, etnólogo.
  • Rita Levi-Montalcini, neuróloga.
  • Richard Willstätter, químico.
  • Rosalind Franklin, química.
  • Richard Feynman, físico teórico.
  • Erich Fromm, psicólogo social.
  • Norbert Wiener, fundador de la cibernética.
  • Robert Oppenheimer, físico teórico.
  • Noam Chomsky, lingüista.
  • Benoît Mandelbrot, matemático.
  • Isaac Asimov, escritor de obras de ciencia ficción y divulgador de la ciencia.
  • Allen Ginsberg, poeta.
  • Edward Witten, físico y matemático.

¿Judíos y judías de México que han destacado? Sobran:

  • Alejandro Frank, físico.
  • Emmanuel Lubezki, fotógrafo.
  • José Woldenberg, politólogo.
  • Arturo Ripstein, cineasta.
  • Frida Kahlo, pintora.
  • David Kershenobich, médico.
  • Gloria Suzanne Koenigsberger, astrónoma.
  • Enrique Krauze, historiador.
  • Jacobo Kostakovsky, director de orquesta.
  • Claudio Lomnitz, antropólogo social.
  • Claudia Sheinbaum, candidata presidencial.

Antisemitismo

El famoso actor Kirk Douglas en realidad se llamaba Issur Danielovitch Demsky. Cambió su nombre porque el original no era fácil de pronunciar, pero también —y sobre todo— porque le parecía demasiado semita para la época en la que él empezó a actuar, principios de los años cuarenta del siglo XX.

El mencionado escritor Diego Moldes dijo en El País: “Si no existiera antisemitismo en el mundo, nadie tendría que cambiar su nombre y ocultar su origen”. O sí, pero por motivos menos deprimentes.

En México el antisemitismo es fuerte tanto en la derecha como en la izquierda. Por sus orígenes judíos, Claudia Sheinbaum ha recibido insultos de parte de un conservador, el merolico Vicente Fox y, también, de un articulista de La Jornada que es un charlatán, pero que presume su progresismo en internet, Alfredo Jalife.

Un día me preguntaron qué podrían tener en común Krauze y Sheinbaum, además de su origen judío. Respondí que les odia con la misma intensidad—y se jacta de ello en redes sociales— el antisemita Jalife.

Cualquier cosa terrible que haga el gobierno de Israel como reacción al terrorismo de Hamás no tendría por qué incrementar el antisemitismo en nuestro país, pero es algo que está ocurriendo. Ojalá seamos capaces de marginarlo.