En 1872, más de una década después de la publicación “El origen de las especies”, Darwin publicaría un libro llamado: “La expresión de las emociones en el hombre y los animales”, la finalidad era comprender la forma en que los humanos somos tan próximos a los animales a la hora de mostrar nuestras emociones, en plena época donde nos han obligado a ocultar el rostro y por ende camuflamos la mayor parte de nuestros gestos, la importancia de mostrar los sentimientos a quienes amamos radica en exagerar nuestras demostraciones de afecto o desagrado.

Si realmente las emociones humanas son el resultado de miles de años de evolución, ¿qué le estamos haciendo a la humanidad cuando la privamos de algo tan primigenio como la demostración de afecto o aceptación por medio del gesto o la sonrisa amable? Se anuncia el regreso a clases de los jóvenes a grados medios superiores y superiores buscando la normalidad que la humanidad necesita, con todas las precauciones que conlleva. ¿La urgente necesidad de socialización que el adolescente requiere vale la pena correr el riesgo? ¿Hasta dónde el sistema inmune se fortalece con la socialización de la especie?

La empatía como arte, el ser humano habría logrado desarrollar la capacidad excepcional programada genéticamente en nuestro cerebro llegando a la capacidad maravillosa de sintonizar los sentimientos e intenciones de los demás por medio de gestos. Sin embargo, y aquí llega el problema, al mantener el rostro parcialmente cubierto, el ojo acostumbrado al atisbo de señales amistosas no logra “encender” el botón que prende el proceso de construcción de las relaciones más sólidas y enriquecedoras, la sonrisa abierta.

Al contrario de lo que necesitamos en tiempos de crisis, una sonrisa y palabra de aliento, vemos la indiferencia o el rechazo, vemos crecer a pasos agigantados la inmigración de los hambrientos, la crisis de los refugiados que huyen de las masacres de la guerra, los éxodos forzados por el crimen que abate sus pueblos y sus sueños, vemos crecer el desprecio a la vida desde su concepción, relativismo actual que abandona al hombre a su propio e incierto destino.

Escuchamos con frecuencia que tal o cual persona no tiene empatía, que aquella otra es una egoísta y que carece por completo de ella. Bien, algo que desde el inicio nos aclaran los investigadores, es que nuestro cerebro dispone —después de miles de años de evolución— de una arquitectura muy afinada, y es mediante esta que favorecer esa “conexión”, llamada ahora empatía, al fin y al cabo, la naturaleza la convirtió en una estrategia más con la que mediar en la supervivencia de nuestra especie: Ella, la empatía, nos permite entender a la persona que tenemos delante y nos facilitará la posibilidad de establecer una relación profunda.

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Hoy, casi diariamente, estamos contemplando a través de los medios de comunicación social los peligros que se ciernen para la paz y convivencia pacífica, no sólo en nuestro entorno, sino el de todo el mundo. Por eso cada uno de nosotros tenemos la obligación personal de contribuir a que el dolor que producen en los seres humanos la violencia, las guerras injustas o la falta de trabajo y la pobreza, no sea la constante diaria que gire alrededor de nuestras vidas, no se trata de negar la realidad, pero tampoco tenemos que sumergirnos 24 horas en las miserias humanas buscando solo el lado sórdido y duro de la existencia.

Gracias a la actividad de ciertas neuronas logramos separar nuestro mundo emocional y nuestras cogniciones para ser más receptivos en un momento dado, con ello podemos entender las emociones de los demás. Por ello aprendemos que no tenemos que cambiar de amigos, si estamos dispuestos a aceptar que nuestros amigos cambian. Nos damos cuenta que podemos pasar buenos momentos con nuestros mejores amigos haciendo cualquier cosa; o, simplemente, nada, solo por el placer de disfrutar su compañía. ¿Cuántas veces preguntas a tus hijos de qué tanto hablan? A veces de nada o de lo mismo, lo importante es la cercanía.

Ahora bien, aclarada la importancia de la sonrisa, la siguiente pregunta sería, entonces… ¿si todos disponemos de esta estructura cerebral, por qué hay personas más o menos empáticas e incluso hay quienes presentan una ausencia total y absoluta de ella? Sabemos, por ejemplo, que el trastorno antisocial de la personalidad tiene como principal característica esa falta de conexión emocional con los demás. Sin embargo, dejando a un lado el aspecto clínico o psicopatológico son muchas las personas que simplemente no llegan a desarrollar esta habilidad. ¿Se puede desarrollar a edades maduras?

Las experiencias tempranas, los modelos educativos o incluso el contexto social, hace que esta maravillosa facultad se debilite a favor de un egocentrismo social muy marcado. Tanto es así, que tal y como nos revela un estudio llevado a cabo en la Universidad de Michigan, los universitarios de hoy en día son hasta un 40% menos empáticos que los estudiantes de los años 80 y 90. (Será interesante ver las estadísticas que estudiosos compartirán después de pasada la pandemia.)

Los jóvenes de hoy forman parte muy activa de una nueva era digital con sus grandes adelantos y avances en el ámbito de la información, el conocimiento y la aplicación de las nuevas tecnologías. Las clases virtuales vinieron a jugar un papel crucial en torno a la educación, el experimento puede dejar secuelas más que importantes en gran parte de la humanidad joven. Hoy ni los idiomas, ni las distancias físicas o geográficas, ni las fronteras, son ya barreras para la humanidad; están metidos de lleno en un mundo nuevo, apasionante, intercomunicado; aunque eso sí, no exento de riesgos.

La vida actual está aparejada de tantos miles de estímulos y de infinidad de distractores para los jóvenes y más peligroso aún, para los niños, quienes pasaron de tener de niñera a una televisión al cuidado de un celular conectado a los peligros de las redes sociales. ¿Hemos dejado de ser plenamente conscientes del momento presente e incluso de la persona que tenemos ante nosotros? Miles de millones de seres humanos están más sintonizados a sus dispositivos electrónicos que a los sentimientos de los demás, y eso, quizá se está convirtiendo en un gran problema sobre el cual deberíamos reflexionar.

Los humanos más jóvenes han venido sufriendo el desgaste lógico de los cambios que han sobrevenido como consecuencia de los avances tecnológicos, los intereses políticos y de naciones sumado a las propias tensiones intergeneracionales del desarrollo cognitivo, cultural y social de la sociedad mundial. Con todo lo anterior los vemos luchando y aportando su frescura a la época actual.

Si buscamos profundizar un poco más en el tema, buscaremos conocer qué rasgos definen a las personas que sí disponen de una autoestima auténtica, útil y esencial con la que establecer relaciones saludables y un adecuado desarrollo social, podemos observar cómo los jóvenes y niños llevan en su ADN no sólo los avances tecnológicos, sino también una gran capacidad de innovación, de altruismo y de participación social. Si a esto se le une su valentía para no temer a la movilidad y hacer frente a los desafíos ante lo desconocido, la esperanza en que liderarán los cambios que una nueva raza está emergiendo, es esperanzador.

Otro aspecto básico que conviene aclarar, es qué entendemos por empatía útil, porque aunque nos sorprenda, no basta simplemente “con tener empatía” para construir relaciones interpersonales sólidas o para mostrar eficacia emocional en nuestras interacciones cotidianas.

El tema da para mucho, por lo pronto hemos conseguido con un gran esfuerzo solidario e inteligencia colectiva y de la mano de grandes líderes derribar muros contra la libertad, garantizar unos altos niveles de estabilidad y protección social, cohesionar ciudades, regiones y Estados distribuyendo recursos y riquezas, además de unos muy altos niveles de protección de los derechos humanos, aún hay quienes se oponen a los grandes cambios, pero cientos de miles vienen empujando con mirar a una humanidad consciente, empática, justa y en ellos confiamos.

Divagante: Deliha Linares Alvarado