Hay quienes sostienen la hipótesis de que el objetivo metapolítico de MORENA y, muy en especial, de AMLO, es la apelación a una nueva hegemonía partidista y de poder en México. De una u otra forma pretenden relevar al PRI del siglo XX. Sin embargo, considero que entre un proyecto y otro existe una enorme diferencia: mientras el Partido Revolucionario Institucional construyó la gran mayoría de nuestras instituciones; por su parte, Movimiento Regeneración Nacional, se ha encargado en destruirlas.

Aunado a lo anterior, el lopezobradorismo le apuesta a que la democracia se diluya en la popularidad del líder y en el fomento al culto a la personalidad. Los simpatizantes de López Obrador no esconden su entusiasmo mesiánico ni fanatismo político. Solapan la verticalidad gubernamental y el autoritarismo bajo la premisa y excusa de que se puede consolidar una dictadura socialmente responsable, una autocracia blanda.

El priismo guardaba formas. Disfrazaba de democracia popular a una oligarquía despótica. Encontraba en el magisterio y en los sindicatos las vías para alcanzar la legitimación en la apariencia. Y aunque siempre priorizaron el predominio en las estructuras de poder; empero, jamás traicionaron un pilar de su ideología: la no reelección.

Entre el priismo y el lopezobradorismo, en México comenzó un proceso de genuina democratización.

En el periodo de nuestra incipiente democracia se constituyeron organismos autónomos fundamentales para la tutela de nuestras libertades y con la finalidad de limitar al poder. Se materializaron los derechos humanos Es decir, a principios del siglo XXI se antojaba plausible tener una democracia liberal.

En fechas recientes se elaboraron reformas estructurales que, aunque perfectibles, pretendían renovarnos como nación. Del mismo modo, la sociedad civil y las instituciones comenzaron a suplir al Estado en cada vez más aspectos torales de la vida pública. El liberalismo parecía una realidad.

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No obstante lo anterior, siempre hemos padecido un terrible cáncer que aún no logramos curarnos: la corrupción. Además, a pesar de la proliferación de instituciones, la descomposición del tejido social en el país seguía su inevitable curso. Los políticos se enriquecían sin que la gente lograra salir de la pobreza. Por otro lado, la violencia y la inseguridad, cual árboles de hojas perenne, siguieron ensombreciendo a millones y repartiendo dolencia entre la gente. La redistribución de la riqueza siempre se quedó en el ruido de las campañas políticas. Todo indicaba que los grandes males seguían sin ser solucionados.

México siempre ha estado lejos de ser el país idílico.

Mas ha habido etapas en que hemos estado más cerca de otras de serlo. Porque no olvidemos que apenas cumpliremos doscientos años como nación independiente, de los cuales únicamente han sido veinticuatro de democracia.

Previo al ascenso al poder del lopezobradorismo, la ignominia prevaleció en México. La corrupción y los abusos en el gobierno predominaron en la percepción de los mexicanos. La partidocracia se convirtió en sinónimo de inmoralidad. Esto provocó que un malestar social se propagara entre los ciudadanos. En 2018 esa desazón se tradujo en las urnas. Millones castigaron a nuestro pasado y a nuestro presente votando por un candidato a la presidencia que prometía un futuro distinto.

Andrés Manuel López Obrador interpretó los votos que obtuvo como el encargo de parte del pueblo para demoler a México. Así que inició su gobierno contrarreformando las reformas estructurales sin darle tiempo a ser perfeccionadas. Por eso su insistencia en restaurar el centralismo, en dinamitar la división de poderes y su desprecio a la Ley. Todo aquello que le simbolice o represente un obstáculo en sus propósitos políticos correrá la suerte de ser arrollado.

AMLO confunde la legitimidad que le dotaron las urnas a su presidencia como un designio divino y popular. Es megalomanía. La falsa apoteosis de su investidura presidencial es muestra de ello.

Hoy millones siguen engañados o confundidos. El monopolio de la narrativa nacional en manos del Ejecutivo ha impedido que la gente valore la importancia y necesidad de que al poder se le impongan contrapesos. Esta confusión también provoca que al presidente se le juzgue por sus proyectos y no por sus resultados.

Pero lo más peligroso es que para muchísimos mexicanos la democracia ha pasado a segundo plano. Y se entiende. La mayoría de nosotros no ha ganado nada siendo democráticos. Ignoramos que la relevancia de la democracia no radica en los beneficios que genera, si no más bien en los daños que evita.