Carl von Clausewitz afirmó en su ensayo “De la guerra” que “la guerra era la continuación de la política por otros medios” y en México, se libran tantas guerras paralelas que en época electoral, una intersección de algunas de ellas parece inevitable, como un proceso involutivo en el que se agotaron los limitados avances democráticos para tener elecciones limpias, en el que el miedo vuelve a reinar como protagonista obstructor de la voluntad de los electores y la libertad de los aspirantes, pero en esta ocasión, no se trata de una “Guerra sucia” sino de una anónima. Que tiene tantos actores a los que difícilmente se les pone rostro mientras los que proponen, son eliminados.

Hay una guerra ideológica entre dos visiones de entender la política, la historia del país y la manera de gobernar; otra guerra entre quien manda en aquellos términos referidos por el presidente López Obrador durante la conferencia matutina al referirse al asesinato de Gisela Gaytán, candidata de Morena a presidencia municipal del sangriento Celaya, esa guerra que se libra entre fuerzas del crimen organizado y elementos de seguridad que representan a los gobiernos -que no mandan-; una guerra más que existe desde hace siglos en contra de las mujeres y que entre más visibles y presentes en la vida pública se hacen, con mayor intensidad palpita el impulso de quienes las odian; existe otra guerra subyacente entre los fundadores y antiguas bases del partido oficialista, cuando era simplemente un “Movimiento de Regeneración Nacional” en contra de quienes ahora compiten por las siglas de Morena tras haber militado en partidos diversos, peor para quienes emergieron de los partidos antagonistas como el PRI o el PAN. Tantísimos probables responsables de todo y de nada, tantas guerras para tan poquita paz.

Entre todas esas guerras, una mujer que comenzó muy joven la carrera del servicio a la comunidad, fue acribillada en plena luz del día, rodeada de simpatizantes y familias. Cuando la delincuencia era simple delincuencia, los criminales se escondían para cometer crímenes y los padres educaban a sus hijos en tener un cuidado especial durante las noches. Ahora, cualquier hora es hábil para cualquier crimen. Estoy segura que para una madre que parió en 1986, la política era una aspiración de su hija que le fue llenando de orgullo mientras iba forjando sus sueños. Gisela nació en la colonia Juárez de Celaya, en un hogar que apostó a la educación y al trabajo.

Entre todos los espacios que habitó, destacaron aquellos en los que la vida se trataba de contribuir a la mejoría comunitaria. Compartimos un breve momento cuando ella era vicepresidenta del Consejo Ciudadano de Seguimiento de Políticas Públicas en Materia de Juventud (CONSEPP). Apenas un poco mayor que yo, nos brindó una bienvenida en la que con su palabra entera y personalidad fraterna destacaba el deseo que tuvo por cambiar y mejorar al país.

Hoy que no está, sobra recordar la estadística brutal de una de las ciudades más violenta del mundo, que es Celaya; sobra que Guanajuato sea el estado con mayor cantidad de homicidios y que la mayoría de aquellos fue contra jóvenes; sobra que esa entidad guarde en 5 ciudades el acumulado del 50% de desapariciones de mujeres entre 2022 y 2023. Sobra porque Gisela era más que una estadística y se convierte en el emblema del fracaso de la política de seguridad.

El asesinato de Gisela Gaytán representa todos los fracasos de generaciones anteriores que llamaron a las juventudes a participar, a las mujeres a postularse y mientras tanto, tejían alianzas criminales que ahora se han salido de control hasta el desgobierno. Era el segundo día de campaña y el recorrido demostró que la gente está tan acostumbrada, que todos se tiraron mientras alguien grababa y otro más, desde su moto, no se inmutaba. Nadie los detuvo, policía no había. A Gisela, como a millones de mujeres y jóvenes, le han fallado todos.

X: @ifridaita