Mientras hacía fila en la casilla para votar, pensaba en todas las circunstancias se conjugaron para poder hoy tener plenamente reconocido y garantizado mi derecho a votar y ser votada. Pensé en las sufragistas y su lucha valiente, entre aquellas mujeres de alta sociedad que lanzaban pintura a los que se oponían al voto femenino y quienes terminaban en la cárcel, a la espera de que sus maridos o padres fuesen por ellas.
Pensé en que nunca había sido tan importante el impulso a que más mujeres ocuparan el poder y que el logro no es gratuito: nos costó sangre. Con el tiempo, entendí el coraje detrás las vidas arrebatadas durante la guerra sucia del PRI, coraje con el que comenzó la transición democrática.
Después entendí que quienes hoy llegaron al poder, son representativos de generaciones oprimidas, vilipendiadas, que tuvieron que enfocar su tiempo en sobrevivir y luchar antes que ir a Harvard, como los que se fueron. Pero entendí algo más importante: una democracia triunfa cuando la guerra se termina en las calles y se traslada al campo de las ideas.
Hoy se confrontan muchos Méxicos: los que tienen una visión nacionalista y centralizadora de la democracia, que apoyan ciegamente el cambio de régimen y que, democráticamente, confían en refrendar el apoyo que llevó a López Obrador al poder; por otro lado, están aquellos que no están acostumbrados a ser un grupo no prioritario para l poder, que tienen una visión melancólica por el México de hace tres años y que buscan frenar aquello que llaman “dictadura”, como si el ejercicio de hoy no fuese el mayor ejemplo de la riqueza democrática del país.
Se confrontan también los que tienen secuestrados los municipios del país, aquellos que optan por lar armas y se esconden bajo pasamontañas que huelen a cuernos de chivo. Se confrontan los que anhelan la estricta aplicación de la ley y el Estado de Derecho contra todos los pragmáticos, igual oficialistas que opositores, que practican la política del: “¿Qué tanto es tantito?” Y me di cuenta que en esas mayorías, militan hombres.
No he visto mujeres armadas tomando casillas (tal vez, deberían en lugares como Guerrero, donde no sería ofensa sino autodefensa). Tampoco he visto un movimiento unificado de mujeres a las que el apellido “feminista”, la cuenta bancaria, el lugar de residencia o el estado civil y la preferencia sexual puedan quedar en segundo lugar. No he visto un bloque unificado que decida votar pensando en razones estrictamente de beneficio o afectación a la mayoría. Que decida castigar, que se organice para impedir a la clase política utilizar causas y víctimas con beneficio electoral. No he encontrado a las compañeras dispuestas a dejar a un lado el debate acerca de que los transexuales sean o no mujeres y que decidan asumir la mayoría del 51% que el padrón nos da, una mayoría poderosa con la que el 3 de 3 contra la violencia machista sería innecesario por la simple razón de que nunca votaríamos por esos candidatos.
Nos urge ejercer la mayoría que somos. Delante de mi había otras 3 mujeres y la mesa de funcionarias de casilla se integraba en su mayoría por mujeres, únicamente había un hombre.
En democracia, mandan las mayorías. Nosotras somos una mayoría, tal vez, una que no encaja entre las dos visiones que hoy se confrontan: la de la mafia del poder y la de la mafia del no poder. Ambas, con machistas en sus filas. De ese tamaño es la urgencia por visibilizarnos como la tercera fuerza de poder. La que traiciona los pactos partidistas para instaurar la lealtad sorora de votar en bloque de sexo, castigar a quien lo merezca, votar por quien se comprometa y postular a las que saldrán a la guerra civilizada que es -o tendría que ser- la política.
Llegué a la urna y voté agradecida por el esfuerzo de las que me antecedieron. Voté convencida de que aquellos que están pensando en una confrontación de la democracia contra la dictadura populista, se equivocan. Una perspectiva distinta hoy gobierna después de 40 años de pensamiento anestesiado con la narrativa de que “roban poquito pero saben gobernar”. Algo así querrán decir cuando las mujeres lleguen a la mayoría de espacios ejecutivos del poder: “son machistas pero saben gobernar”.
Entonces tuve coraje porque algo está claro: en la urna solamente inicia la participación, pero construir una nueva ética que destroce a las viejas y nuevas élites va a costar. Igualmente, habrá curvas de aprendizaje costosísimas y dolorosísimas. Y habrá personas enardecidas pero hay males mayores y malos menores. Mi única certeza es que para nosotras, ninguna oferta política es suficiente. Pero hay esperanza: hoy por la noche, habrá al menos 3 mujeres gobernadoras y muchas mujeres presidentas municipales, varias entidades tendrán una mujer a la cabeza por primera vez.
Y sí… hay una tercera vía que ni siquiera se ha registrado pero está ahí, creciendo.