“Que se lo crea su abuela”, gritó mi bisabuelo Florencio que a sus 98 años tiene un oido excepcional y un olfato increíble para identificar farsantes. Mal hablado, como buen hijo del pueblo más lépero de Veracruz, Alvarado, en la familia se le tiene ese miedo que llamamos respeto por las situaciones comprometedoras a las que nos expone por su carácter tan directo, que se le afinó cuando se dio cuenta, en sus propias palabras, que era “un viejo rico sin nada que perder”. De eso me cuentan, han pasado más de 50 años.

Todos los días, por la mañana, desde que se murió “su segunda compañera de toda la vida”, como llamaba a Argemira, una mulata de cabello crespo que se trajo de La Habana a principios de la década de los 80, cuando enviudó por primera vez, escucha la radio desde su casa en el malecón, una propiedad de paredes blancas y corredores que destaca por tener amplias ventanas redondas que miran al mar.

Apenas el fin de semana me pidió que le recomendara un noticiero “donde no se hable tanta pendejada”, en alusión a la parafernalia de los medios de provincia que se han vuelto tontos útiles del mensaje presidencial que desde hace poco más de tres años, domina el debate mediático e impone a todo mundo la agenda pública del país. Por el horario en el que me lo imaginaba dandole vueltas a la perilla de su radiotransmisor Philips, mientras le servían café y conchas con frijol de La Parroquia, le recomendé el noticiero de Ciro Gómez Leyva y decidí acompañarlo.

Los primeros minutos transcurrieron en silencio, en señales de aprobación de los comentarios de uno de los periodistas “estrellas” de Radio Fórmula, o de desaprobación, ante los hechos que éste o alguno de sus colaboradores o reporteros difundía, pero el asunto empezó a descomponerse cuando Ciro le dio la bienvenida al programa a su nuevo colaborador, Epigmenio Ibarra.

Para entonces, ya le había puesto al bisabuelo un Ipad con la señal de televisión del programa, así que cuando vio en primer plano al videógrafo que estuvo documentando la guerrilla salvadoreña el siglo pasado, y que ahora es el principal ideólogo mediático y en temas de seguridad del presidente López Obrador, se encorvó sobre el aparato para afinar la mirada y lanzar un “¡este señor es un vil propagandista!”.

El bisabuelo Flor, como lo llamo con cariño, tiene un problema con la propaganda. Su segunda esposa llegó a México enamorada de Veracruz pero extrañando el sistema educativo y de salud que por esos años era el principal logro que publicitaba el régimen cubano. Florencio pensaba que había salvado a Argemira, madre de dos muchachos de 18 y 14 años, de lo que parecía ser el inminente derrumbe del gobierno militar de La Isla, pero hasta su muerte, Argemira de Todos los Santos del Perpetuo Socorrro del Corazón de Jesus Ramos Valdez, que era su nombre completo, pensó que Fidel Castro era un santo, como El Ché Guevara, y si se quedó en Veracruz y no se fue a Miami, como se fueron sus hijos, fue justamente porque veía en el PRI lo más cercano al comunismo cubano.

“A tu segunda biesabuela, me dijo hace poco, le lavaron el cerebro para siempre y la pobre nunca se dio cuenta, porque las 24 horas del día durante más de la mitad de su vida, sólo escuchó en la radio y en la televisión, los discursos y la propaganda del gobierno, era una cosa infernal”.

Florencio

Se molestó mucho pero se dio la razón, cuando escuchó decir a Epigmenio que la culpa de la violencia en México era de Felipe Calderón, y que la nueva estrategia de seguridad ya no se hacía con armas sino con becas para los jóvenes. Pero estalló con el “¡que se lo crea su abuela!” cuando el autor de series de narco en Netflix se dijo víctima de la propaganda, que a través de cosificar e insultar al enemigo, lo vuelve vulnerable. Un pensamiento de Goebbels aplicado por la Alemania Nazi contra los judíos.

Mi abuelo tiró el café y salió presuroso, muy enojado, profiriendo toda clase de malas palabras, pero su actitud me hace decir en este momento que lo pienso que tiene razón, que si alguien ha utilizado la propaganda política como el medio para construir no sólo percepciones sino para construir verdaderas “realidades alternas”, ha sido el presidente Andrés Manuel López Obrador, y si alguien le ha enseñado el camino de la manipulación de las masas, que tan buenos resultados le ha dado (no en la realidad, pero sí en las encuestas) ha sido justamente Epigmenio Ibarra.

Por eso sorprende que en su primera aparición como colaborador del noticiero de Ciro Gómez Leyva, además de justificar la política de “abrazos, no balazos” y de culpar a Felipe Calderón de que en tres años no se haya logrado pacificar al país, Ibarra denuncie que le están aplicando a él y al gobierno las estrategias que todos vemos que son ellos los que aplican porque ya probaron que son eficaces para ganar votos y creen, les servirán para mantener el poder en 2024: polarizar, dividir, atacar, calumniar a sus adversarios.

Mientras Epigmenio decía que “los conservadores” lo insultaban y lo atacaban como los Nazis a los judíos, el presidente en su mañanera closificaba a la periodista Azucena Urtesti, a la que no sólo no quiso pronunciar su nombre correcto y a la que le negó el reconocimiento de su profesión, sino que en forma despectiva se refirió a ella como “La señora (que) no nos quiere”, evidentemente para exponerla al linchamiento de sus seguidores. Flor piensa como yo, que invitar a un propagandista a un medio, de forma permanente, no es pluralidad, y que Ciro se equivoca porque en realidad le está dando espacio no a un pensamiento ideológico plural, sino a la difusión del odio.

Mayra Jazbeth Martínez Pérez en Twitter: @mayraveracruz